Cachondeo por la reacción de una soltera al descubrir que su cita de ‘First Dates’ es informático: «Me parece…»

‘First Dates’, el restaurante donde nunca se apaga la chispa. Desde su estreno en 2016, First Dates ha conseguido algo muy complicado en la televisión actual: mantenerse fresco. Su fórmula, sencilla pero efectiva, combina romanticismo, humor y espontaneidad, y sigue atrayendo cada noche a miles de espectadores a Cuatro. El restaurante del amor que presenta ... Leer más

Mar 23, 2025 - 17:52
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Cachondeo por la reacción de una soltera al descubrir que su cita de ‘First Dates’ es informático: «Me parece…»

‘First Dates’, el restaurante donde nunca se apaga la chispa.

Desde su estreno en 2016, First Dates ha conseguido algo muy complicado en la televisión actual: mantenerse fresco. Su fórmula, sencilla pero efectiva, combina romanticismo, humor y espontaneidad, y sigue atrayendo cada noche a miles de espectadores a Cuatro. El restaurante del amor que presenta Carlos Sobera ya es un clásico moderno, con una parroquia fiel y una cantera interminable de solteros dispuestos a probar suerte. Pese a los años, no ha perdido su capacidad para sorprender.

La clave del éxito del programa está en su mezcla de autenticidad y entretenimiento. Cada cena es un microcosmos emocional donde lo impredecible manda, y por eso los fans no se cansan. No hay cita igual, y esa promesa de lo inesperado lo convierte en uno de los espacios más longevos del prime time. Ver cómo dos desconocidos intentan conectar en tan poco tiempo es parte del encanto. Y a veces, ese intento es más revelador que el resultado.

Además, First Dates ha sabido adaptarse a los tiempos. Desde perfiles de TikTokers hasta abuelos entrañables, todos tienen cabida en sus mesas. Y en ese abanico tan diverso es donde surgen historias como la de Diana, una joven influencer rusa que decidió lanzarse al ruedo sentimental en directo. En el programa, hay espacio tanto para el romanticismo clásico como para los choques culturales. Y eso lo convierte en un escaparate de lo que somos como sociedad.

Ella buscaba magia. Él, cariño.

Diana, de 25 años, se presentó con carisma y las ideas claras. »Antes creaba contenido de comedia, hacía monólogos sobre mi vida, pero ahora hago de moda», explicó sobre su carrera en redes. También reveló que es madre de un bebé de un año, algo que, lejos de esconder, compartió abiertamente con la esperanza de encontrar un hombre que aceptara su realidad. No buscaba un amor a medias, sino alguien que supiera lo que quiere. Y que no se asustara ante una vida ya en marcha.

Buscaba a alguien decidido, culto, creativo. Alguien con quien compartir planes culturales, y quizá algo más profundo. Su cita fue Borja, un madrileño de 30 años que se definió como »cariñoso» y que, de primeras, quedó deslumbrado: »Es una chica muy guapa y atractiva. Tiene una cara muy bonita. Además, es rubia, de ojos claros y viste de manera despampanante». La atracción física fue inmediata, pero la afinidad emocional aún estaba por ver.

El primer contacto fue amable, aunque Diana no tardó en notar cierta desconexión. Cuando descubrió que Borja era analista de ciberseguridad, su reacción en privado fue tajante: »Me parece una persona simple». Un comentario que dejaba entrever que el flechazo no había sido mutuo. A veces, basta un dato para que alguien pierda el interés. Y eso marcó el rumbo de una cena que no terminó de fluir.

La cita que no terminó de despegar.

A lo largo de la cena, hubo momentos de entendimiento. Coincidieron en que no les gustan las fiestas ni el jaleo, y parecían tener un estilo de vida tranquilo. Pero eso no fue suficiente para construir una conexión real. Diana, sin rodeos, lo resumió así: »Es una persona bastante blanda y aburrida, no hablaba de temas interesantes». La conversación, para ella, se quedó muy por debajo de sus expectativas.

Borja, por su parte, mantuvo una actitud positiva, aunque también fue honesto sobre sus limitaciones. En la decisión final, ambos dijeron que no habría una segunda cita. Ella no encontró la chispa; él, más allá de su buena impresión inicial, reconoció que no se sentía preparado para una relación con una madre reciente. »No me veo capaz de llevarlo bien», confesó con franqueza al referirse al hijo de Diana. Fue un cierre honesto, sin dramas ni reproches.

Pese al desencuentro, se despidieron con una sonrisa y buenos deseos. Porque en First Dates, incluso cuando no hay amor, puede haber respeto y aprendizaje. No todas las citas tienen final feliz, pero sí pueden dejar una enseñanza. En este caso, ambos entendieron que estaban en momentos vitales distintos. Y eso, aunque duela, también es amor propio.

El valor de mostrarse tal como uno es.

Historias como la de Diana y Borja demuestran por qué el programa sigue teniendo tanto tirón. No se trata solo de buscar pareja, sino de compartir cómo somos, qué esperamos y qué estamos dispuestos a ofrecer. En un mundo cada vez más digital, esta cita televisiva ofrece algo profundamente humano. Mostrar vulnerabilidad delante de millones no es fácil, pero muchos lo hacen con valentía.

Y ahí está la magia: en ver cómo personas reales se enfrentan a sus miedos, prejuicios y esperanzas delante de una cámara. First Dates no promete finales felices, pero sí una ventana sincera a los deseos del corazón. Y eso, ocho años después, sigue funcionando. Porque el amor, incluso cuando no llega, siempre da que hablar.