Un campus de novela

La historia empieza con el viaje de Alice Gordon Gulick (1847-1903), una misionera protestante de veinticuatro años, que llegó a España procedente de Nueva Inglaterra, en 1869, con el doble objetivo de predicar el protestantismo, y de luchar por la educación superior de las mujeres (si bien, con el tiempo, ésta subordinó el objetivo religioso... Leer más La entrada Un campus de novela aparece primero en Zenda.

Mar 24, 2025 - 07:46
 0
Un campus de novela

A medida que me adentraba en El jardín de las americanas, de Cristina Oñoro, no podía evitar imaginarme la exultación que Sor Juana Inés de la Cruz hubiese sentido si hubiese tenido la oportunidad de leerlo. Porque, en su Respuesta a Sor Filotea, Sor Juana deja bien claro que su verdadera vocación no era la de ser monja, monja, mon, jamón, sino la de ser mujer de letras (eso que hoy en día tantas mujeres, y tantos hombres, no se atreven a ser por culpa de esa otra religión que es el capitalismo). Y es que el convento de sus sueños aún no disponibles era un college americano: con un cuarto propio donde leer y escribir (y colgar pósters en las paredes), unos jardines por los que pasear, una piscina en la que nadar y una common room en la que charlar con sus compañeras mujeres (cuando le apeteciese) y visitantes hombres (también sólo cuando le apeteciese). Un college, en fin, como el Mount Holyoke College de Emily Dickinson, el Smith College de Sylvia Plath o el Wellesley College de Katharine Lee Bates. Pues es de la conquista de este paraíso, o mejor “jardín imperfecto”, como diría Montaigne, por el que suspiraron no sólo Christine de Pizan, Sor Juana Inés de la Cruz (¿por qué no directamente Juana Inés de Asbaje?), sino también Virginia Woolf, Malala Yousafzai, y tantas otras mujeres condenadas a ser autodidactas de cocina y comedor, de lo que trata En el jardín de las americanas. Un libro que, además de estar fastuosamente (e incluso fáusticamente) documentado, parece impreso no con tinta, sino con glutamato de sosa, de tan sabroso e insoltable que es. Porque, con este nuevo libro, Cristina Oñoro ha logrado superar en garra narrativa, cohesión orgánica y contagiosa alegría a una obra que también nos entusiasmó, como es Las que faltaban.

"Esa epopeya, que Victor Hugo no hubiese dudado en incluir en La leyenda de los siglos, es la que Cristina Oñoro narra, con una prosa tan feliz como amena"

La historia empieza con el viaje de Alice Gordon Gulick (1847-1903), una misionera protestante de veinticuatro años, que llegó a España procedente de Nueva Inglaterra, en 1869, con el doble objetivo de predicar el protestantismo, y de luchar por la educación superior de las mujeres (si bien, con el tiempo, ésta subordinó el objetivo religioso al educativo, cosa que seguro que su propio Dios le acabó agradeciendo). Porque su sueño era fundar en España una universidad para mujeres similar a su alma mater, el Mount Holyoke Seminary, que había sido fundado, a su vez, por la educadora Mary Lyon, en 1837, con la intención de ofrecerle a las mujeres una educación superior que tuviese la misma calidad que aquella de la que gozaban los varones en Harvard o Yale. Pero antes de lograr culminar su sueño, en 1903,  fundando, en Madrid, el Internacional Institute for Girls in Spain, hoy conocido como el Instituto Internacional, sito en la calle Miguel Ángel, número 8, Alice Gulick debió enfrentarse a numerosas dilaciones, indiferencias y resistencias a lo largo de varias décadas. Pues esa epopeya, que Victor Hugo no hubiese dudado en incluir en La leyenda de los siglos, es la que Cristina Oñoro narra, con una prosa tan feliz como amena, que, a la vez que te atrapa con sus historias, te insta a levantarte, y a tratar de hacer también algo.

Con una narrativa rizomática, que incluye numerosas digresiones perfectamente engarzadas con la trama principal, Cristina Oñoro nos habla: de la llegada de Alice Gulick a España poco después de “la Gloriosa”, de 1868, y la Constitución de 1969, que acababa de promulgar la libertad de culto; de la Nueva Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, con su eclosión de pequeñas comunidades o congregaciones, austeras, autónomas y horizontales, que protagonizarán un primer Gran Despertar, a principios del siglo XVIII, y un Segundo Gran Despertar, a principios del XIX, dando lugar a nuevas formas religiosas “populares” y “emotivas” de las que surgirá una corriente tan influyente para la literatura y la filosofía estadounidense, y mundial, como será el trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson (que fue leído obsesivamente por Nietzsche), Henry David Thoreau, Nathaniel Hawthorne o Louisa May Alcott; o de las relaciones entre todos estos movimientos puritanos y el feminismo, que propiciarán la aparición de personajes tan importantes como Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, quienes, al militar en el abolicionismo, acabaron tomando conciencia de que ellas mismas estaban tan segregadas como los esclavos, sin voz ni voto en la causa en la se habían involucrado, proponiéndose, entonces, crear su propio movimiento de reforma, mediante la declaración de Seneca Falls, del 20 de julio de 1848, que puede ser considerada como la partida de nacimiento del feminismo como movimiento civil y ciudadano, tal y como tan bien explican Sara Berbel, Maribel Cárdenas y Natalia Paleo, en Ideas que cambian el mundo.

"Oñoro nos presenta las críticas y las burlas que Menéndez Pelayo blandió contra los protestantes en su Historia de los heterodoxos españoles, y aprovecha para presentarnos a algunos otros misioneros protestantes"

Con un contrapunteo transatlántico magistral, Cristina Oñoro nos presenta el ambiente político y cultural en el que Alice Gulick trató de insertarse: la figura fundacional de Concepción Arenal, quien tuvo que vestirse como hombre para poder entrar en las clases de la universidad sin llamar la atención, y que escribió una obra tan importante como La mujer del porvenir (1869); el sexenio revolucionario, que tan bien representó Emilia Pardo Bazán, en una novela como La Tribuna; el compromiso del krausismo con la educación de las mujeres en España; las Conferencias Dominicales que se organizaron, en 1869, en la Universidad Complutense, con apoyo de su rector Fernando de Castro, y que revelan las muchas limitaciones de las que aquellos “aliados” (o whatever) del feminismo todavía adolecían, ya que sólo fueron pronunciadas por hombres, que solían presentar a la mujer como “compañera” del hombre, de nervios frágiles, y de inteligencia limitada, y fundamentalmente práctica: “Si ellos hablaban así —se pregunta la autora—, ¿cómo lo harían los demás?”.

Más. Alice Gulick también se encontró con una gran resistencia frente a los protestantes recién llegados de Nueva Inglaterra. La libertad religiosa instituida por la Constitución liberal de 1869, inspirada, en buena medida, en la estadounidense, estaba lejos de ser respetada por una nación que, desde sus mismos orígenes, se había definido como un bastión contra el protestantismo. Oñoro nos presenta las críticas y las burlas que Menéndez Pelayo blandió contra los protestantes en su Historia de los heterodoxos españoles, y aprovecha para presentarnos a algunos otros misioneros protestantes, como José María Blanco White, nacido en España pero de origen irlandés, o George Borrow, cuyas divertidas memorias, tituladas La Biblia en España (1842), fueron traducidas por Manuel Azaña a principios del siglo XX. Resulta destacable que, frente a toda esta hostilidad, Alice Gulick tuviese la generosidad de subordinar su objetivo religioso (la evangelización protestante) a su objetivo educativo (la difusión de la educación entre las niñas y las jóvenes). Como dijo Nietzsche, en Así habló Zaratustra: “Donde no es posible amar, lo mejor es pasar de largo…”, y perseguir un objetivo que pueda beneficiarnos a todos. ¿Una protestante protagonizando uno de los cambios más importantes de un país que se imagina esencialmente católico? Qué difícil a veces es saber quién es el amigo, y quién el enemigo…

"En todo caso, señala Oñoro, esta lucha contra el consumo de alcohol, abrió a Frances Willard, y a otras mujeres, a los movimientos de reforma social estadounidenses"

Por si la historia de este proyecto, que buscaba realizar un sueño de siglos, no fuese de por sí interesante, la autora de En el jardín de las americanas narra con maestría las relaciones que, a comienzos del siglo XX, el Instituto Internacional de Alice Gulick mantuvo con la Residencia de Señoritas, puesto que ambas instituciones, no sólo compartieron docentes y espacios, sino que también colaboraron en la creación del primer programa de intercambio universitario entre alumnas españolas y americanas, gracias al cual muchas mujeres españolas pudieron probar in situ las mieles de la vida universitaria, de las cuales no se recuperaron nunca… Porque la libertad es un poco como la ciudad de París, ya que, según decía John Ashbery: “Después de vivir en París es imposible vivir en cualquier otra parte, incluido París.”

En otro de los meandros de este libro amazónico (en todos los sentidos), Cristina Oñoro nos cuenta la fascinante historia de Frances Willard, y el Movimiento por la Templanza (Woman’s Christian Temperance Union), que se reunía a las puertas de las tabernas, para pedir que éstas cerrasen, hartas de soportar a maridos alcoholizados. Comenta la autora, haciendo gala de esa actitud abierta y constructiva que tanta falta nos hace, que, desde nuestra perspectiva, nos resulta difícil comprender su actitud, pero que debemos tener en cuenta que el consumo de bebidas alcohólicas llegó a ser un grave problema, cuyas consecuencias sufrían, en muchas ocasiones, las mujeres y los hijos, bajo la forma de miseria, golpes y abusos. (¿No sería algo semejante a las asociaciones de madres contra las drogas en los años ochenta o a la incipiente resistencia que se está organizando hoy en día contra el abuso de las pantallas?) En todo caso, señala Oñoro, esta lucha contra el consumo de alcohol, abrió a Frances Willard, y a otras mujeres, a los movimientos de reforma social estadounidenses, y contribuyó indirectamente a la emancipación femenina, al animar a las mujeres a participar en la esfera pública. No hay mal que por bien no venga (o al revés, nunca me quedó claro).

"Toda esta historia, de por sí apasionante, es acompañada y resaltada por la narración del proceso investigador que la propia autora realizó"

Aunque ya me estoy pasando, de mucho, de las seiscientas palabras que me había prometido escribir, no puedo evitar hacer referencia a la breve semblanza que la autora nos ofrece de Emily Dickinson, quien estudió en el Holyoke College en el que luego estudiaría nuestra Alice Gulick, durante el curso 1847-1848; a los cuadros de Mary Cassatt, y en particular al mural Modern Women, hoy perdido, que adornó el Woman’s Building del recinto ferial de la Exposición Universal de Chicago de 1893, y que, subvirtiendo el relato bíblico de la caída, representaba a un grupo de mujeres de diferentes edades recogiendo fruta del árbol del conocimiento; a la amistad, y colaboración, entre Susan Huntington, la sucesora de Gulick al frente del Instituto Internacional, y María de Maeztu, la directora de la Residencia de Señoritas, entre 1915 y 1936; al matrimonio de Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, ambos filólogos, que realizaron juntos toda una serie de trabajos fundacionales sobre el romancero español, sin restarle por ello espacio para que esta última se erigiese en una de las grandes figuras del “feminismo regeneracionista”; a la importancia de Zenobia Camprubí, conocida como la “americanita”, por haber estudiado en la Universidad de Columbia, donde entró en contacto con las feministas americanas, y cuyas tempranas traducciones de Tagore, Ezra Pound, o Robert Frost influyeron determinantemente en su esposo Juan Ramón Jiménez (quien nunca la supo hacer gozar, porque estaba empeñado en buscar el punto “jota”, perdón); a la relación de Katherine Whitmore y Pedro Salinas (o de Pedro Salinas y Katherine Whitmore); al Crucero Universitario por el Mediterráneo, que organizó el Gobierno de la República en el verano de 1933, y que recorrió todo el Mediterráneo, capitaneado por Manuel García Morente, decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central; o a la relectura que hace Cristina Oñoro de Un cuarto propio (1929) de Virginia Woolf, una obra que surgió de la invitación de dos grupos de estudiantes universitarias de dos colleges de mujeres, que debieron entender mejor que nadie la importancia que la autora le concedía al hecho de poseer un cuarto propio en el que leer, escribir y charlar.

Toda esta historia, de por sí apasionante, es acompañada y resaltada por la narración del proceso investigador que la propia autora realizó, y que la llevó a visitar el cementerio protestante de Santander, el cementerio civil de Madrid, el archivo de la Residencia de Señoritas, el archivo de la Fundación Fernando de Castro-Asociación para la Enseñanza de la Mujer, el archivo del Instituto Internacional, en los Estados Unidos, y el de varios colleges estadounidenses y británicos. Todo ello gracias al apoyo recibido de una beca Leonardo de creación literaria de la Fundación BBVA.

"Un libro esperanzado y alegre que tiene el don hospitalario de entusiasmar a cualquiera que no haya perdido la capacidad de seguir deseando que el mundo se parezca a un gran campus universitario en el que todos y todas tengamos un cuarto propio"

La historia acaba, o simplemente se detiene por un breve lapso de cuarenta años, en 1939, con el triunfo del bando nacional, quien cerrará, entre otras muchas instituciones, la Residencia de Señoritas, con la que prácticamente se había fusionado el Instituto Internacional, quien la sobrevivirá (y, no sólo ayudó a exiliarse a muchas y muchos, a finales de los treinta, sino que, a partir de los años cincuenta, ofreció un resquicio de libertad intelectual a intelectuales y artistas como Julián Marías, Gloria Fuertes o Carmen Laforet).

Según Cristina Oñoro, “durante décadas, pronunciar el nombre de la Residencia de Señoritas había sido como evocar un sueño roto: el proyecto fallido de una España en la que las mujeres lograron grandes avances, como el acceso a la educación superior, la posibilidad de formarse en el extranjero o el derecho al voto.” Pero un libro como En el jardín de las americanas prueba que ninguno de esos esfuerzos cayó en saco roto. Un libro esperanzado y alegre que tiene el don hospitalario de entusiasmar a cualquiera que no haya perdido la capacidad de seguir deseando que el mundo se parezca a un gran campus universitario en el que todos y todas tengamos un cuarto propio, libros, jardines, clases, tiempo libre y muchas ganas de charlar.

—————————————

Autora: Cristina Oñoro. Título: En el jardín de las americanas. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros.

© Fotografía: Juan Manuel Gómez Crespo

La entrada Un campus de novela aparece primero en Zenda.