Te elige, de Miranda July

Presentamos una muestra de Te elige, que volvió a las librerías de nuestro país gracias a Ediciones Comisura en febrero de 2025, con traducción de Mercedes Cebrián. Mientras intentaba terminar el guion de su segunda película, El futuro, Miranda July se obsesionó con una sección de periódico, el PennySaver, donde cualquier persona puede vender lo... Leer más La entrada Te elige, de Miranda July aparece primero en Zenda.

Mar 23, 2025 - 07:15
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Te elige, de Miranda July

Miranda July es una escritora, cineasta, actriz, performer y artista multidisciplinar nacida en Berkeley, California, en 1974. Vive en Los Ángeles. Su obra se ha presentado en lugares como The Kitchen, el museo Guggenheim o el MoMA. Escribió, dirigió y protagonizó su primer largometraje, Tú, yo y todos los demás (2005), ganador de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes y del Premio Especial del Jurado en Sundance. El futuro (2011), su segunda película, optó al Oso de Oro del Festival de Berlín y fue seleccionada entre las mejores películas del año por The New Yorker. Su último largometraje hasta la fecha es Kajillionaire (2020). En cuanto a la escritura, Nadie es más de aquí que tú (Seix Barral, 2009; Literatura Random House, 2018) fue su primer libro de cuentos, publicado en veintisiete países y galardonado con el Frank O’Connor International Award 2007, una obra maravillosa en la que destacan cuentos cono “El equipo de natación”, un relato brillante, decadente y tierno. En 2011 publicó Te elige, su primer libro de no ficción, que resultó uno de los libros más exitosos y mejor recibidos de ese año. El primer hombre malo (Literatura Random House, 2015) fue su primera novela y se publicó en más de veinte países. La obra de July se caracteriza por mezclar los elementos cotidianos de nuestro imaginario pop con un uso afilado, irónico y absurdo del humor, para tratar temas como la soledad, la intimidad y las contradicciones y claroscuros que caracterizan las maneras de relacionarnos y los afectos en el mundo contemporáneo.

Presentamos una muestra de Te elige, que volvió a las librerías de nuestro país gracias a Ediciones Comisura en febrero de 2025, con traducción de Mercedes Cebrián. Mientras intentaba terminar el guion de su segunda película, El futuro, Miranda July se obsesionó con una sección de periódico, el PennySaver, donde cualquier persona puede vender lo inimaginable. Acompañada por la fotógrafa Brigitte Sire, July recorrió Los Ángeles para descubrir quién estaba detrás de esas ofertas y así saber «cómo se las ingenia alguien en la vida: dónde coloca su cuerpo, hora tras hora, y cómo se apaña dentro de él». En Te elige nos adentramos en una apuesta literaria que mezcla la narración con la entrevista, construyendo un artefacto que se lee en forma de relatos independientes, al tiempo que se va desarrollando el arco narrativo y la evolución de la propia narradora respecto al bloqueo de su escritura y a sus proyectos cinematográficos. Esta es la historia de la intimidad de diez hogares y las distintas personas que las habitan a partir de la singularidad de los objetos que poseen. Los protagonistas son personas como Michael, que a sus sesenta y tantos está empezando un proceso de reasignación de género, Andrew, que cría renacuajos en los estanques de su jardín trasero, Matilda, una migrante cubana que vende ositos de peluche mientras añora su infancia en Cuba, o Joe, un hombre mayor enamorado de su esposa, que acabará actuando en la película de la propia July. Comisura rescata ahora este libro descatalogado con un diseño y un acabado completamente nuevos y con una traducción revisada. Un libro que funciona como una oda a las cosas pequeñas, a la memoria que guardan los objetos y las historias que atraviesan los elementos, a priori, más irrelevantes, sucios y cotidianos que se esconden como animales dormidos en las estanterías de cualquiera de nuestras casas.

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Dormí en casa de mi novio todas las noches durante los dos primeros años que salimos juntos, pero no trasladé ni una sola de mis prendas de ropa, ni un solo calcetín o muda a su casa, lo cual implicaba que llevaba puesta la misma ropa durante varios días hasta que encontraba un momento para volver a mi cuevecita miserable, a solo unas manzanas de allí. Tras ponerme ropa limpia recorría el piso en trance, hipnotizada ante esta cápsula temporal de mi vida previa a él.

Todo estaba tal como lo había dejado. Algunas lociones y champús habían ido separándose en capas, pero en el cajón del baño aún estaban los condones XXL del novio anterior, que me hacía daño al mantener relaciones. Había tirado ya algo de comida, pero lo que no caducaba, las judías blancas y la canela y el arroz, todo eso esperaba que llegara el día en el que recordase quién era de verdad —una mujer sola— y volviera a casa, y pusiera las judías en remojo. Cuando finalmente metí la ropa en bolsas de plástico negras y las llevé a su casa, lo hice con una especie de actitud temeraria; igual que cuando me rapé el pelo en el instituto o dejé la universidad. Era algo impetuoso que seguramente terminaría de forma desastrosa, pero bueno, que le den.

Ahora llevo en casa de ese novio cuatro años (sin contar los dos años que viví allí sin mi ropa), y nos hemos casado, así es que he llegado a considerarla mi casa. Casi. Aún sigo pagando el alquiler de la cuevecita y casi todo lo que poseo todavía sigue allí, tal como estaba. Lo único que tiré fueron los condones XXL el mes pasado, tras esforzarme en concebir una situación en la que se los pudiera dar a un vagabundo de pene grande sin correr riesgos. Me quedé con la casa porque el alquiler es barato y es allí donde escribo: se ha convertido en mi oficina. Y las judías blancas, la canela y el arroz me sirven como asidero por si las cosas van horriblemente mal, o por si vuelvo en mí y reclamo mi puesto como la persona más sola que haya existido jamás.

Esta historia tiene lugar en 2009, justo después de nuestra boda. Yo estaba escribiendo un guion en la cuevecita. Lo escribía en la mesa de la cocina o en mi vieja cama con sábanas de tienda de segunda mano. O, como sabrá cualquiera que haya intentado escribir algo en los últimos tiempos, estos son los sitios donde me pongo en situación para escribir aunque en lugar de ello empiece a buscar cosas en internet. Algo de esto podría justificarse porque uno de los personajes de mi guion también intentaba hacer algo, una coreografía, pero en vez de bailar buscaba coreografías en YouTube. Por eso, en cierto sentido, este dejar las cosas para mañana era investigar. Como si no supiera ya lo que es eso; como si me mirase ir a la deriva en el mar, demasiado embobada por las olas como para pedir ayuda. Me daban envidia los escritores de más edad que habían conseguido adquirir una disciplina antes de la llegada de la web. Yo solamente llegué a escribir un guion y un libro antes de que eso ocurriera.

Lo divertido acerca de mi procrastinación era que casi había terminado el guion. Era como alguien que hubiese peleado contra dragones y perdido extremidades arrastrándose además por ciénagas y ahora, al final, el castillo fuese visible. Veía niños diminutos haciendo ondear banderas en el balcón; todo lo que tenía que hacer yo era caminar por un prado para llegar a ellos. Pero, de repente, tenía mucho mucho sueño. Y los niños no daban crédito cuando me veían doblar las rodillas y caerme al suelo de bruces, con los ojos abiertos. Inmóvil, miraba las hormigas que se precipitaban hacia dentro y fuera de un agujero y sabía que volver a ponerme de pie sería mil veces más difícil que el dragón o la ciénaga, así que ni siquiera lo intentaba. Simplemente hacía clic en una cosa tras otra y tras otra.

La película trataba de una pareja, Sophie y Jason, que planean adoptar un gato callejero muy viejo y enfermo que se llama Zarpitas. Como un recién nacido, el gato necesita cuidados las veinticuatro horas del día y, además, durante el resto de su vida, y se puede morir en seis meses o en cinco años. A pesar de sus buenas intenciones, a Sophie y a Jason les espanta su inminente pérdida de libertad. Por eso un mes antes de la adopción barren de sus vidas todo lo que les distrae —dejan su trabajo y desconectan internet— y se centran en sus sueños. Sophie quiere hacer una coreografía y Jason ser voluntario de un grupo de medioambiente, vendiendo árboles puerta a puerta. A medida que transcurre el mes, Sophie va paralizándose poco a poco, de forma humillante. En un momento de desesperación tiene una aventura con un extraño; Marshall, un hombre anodino de cincuenta años que vive en San Fernando Valley. En este mundo residencial, Sophie no necesita ser ella misma; mientras permanezca allí, no tendrá que volver a intentarlo (y fracasar) de nuevo.

Cuando Sophie lo deja, Jason detiene el tiempo. Se queda plantado a las 3:14 a.m. con la luna como única interlocutora. El resto de la película trata sobre cómo encuentran sus almas y vuelven a casa. Quizá porque no me sentía muy segura al escribirlo, y porque me acababa de casar, resultó que la película al final era acerca de la fe, en especial, acerca de la pesadilla de no tenerla. Era espantosamente fácil imaginar a una mujer que fracasa, pero la trama de Jason me confundía. No podía concebir sus escenas. Sabía que al final de la película se daría cuenta de que vendía árboles no porque pensase que eso servía de ayuda —en realidad sentía que ya era demasiado tarde para eso— sino porque amaba este lugar, la Tierra. Era un acto de devoción. Un poco como escribir o querer a alguien; no siempre parece merecer la pena, pero el no rendirse genera de algún modo, tras un tiempo, un sentido inesperado.

Por lo tanto, conocía el principio y el final; solo tenía que fabular una mitad convincente, la parte en la que la venta a domicilio pone a Jason en contacto con extraños, quizá incluso dentro de sus casas, donde mantiene una serie de conversaciones interesantes o cómicas o que lo transforman. En realidad, era fácil escribir estos diálogos; tenía sesenta bocetos diferentes con sesenta situaciones de venta de árboles distintas, y todas ellas parecían de verdad inspiradas. En cada ocasión estaba convencida de que había encontrado la pieza que faltaba para completar la historia de manera cómica, transformadora. En cada ocasión me reía para mis adentros arrepentida de haber mandado, toda orgullosa, el guion por correo electrónico a gente a la que respetaba, pensando, uf, a veces lleva tiempo, pero con tener fe y seguir intentándolo aparecerá la solución. Y a cada uno de esos correos les seguían otros correos escritos un día, o a veces nada más que una hora después: «Asunto: ¡No leas el borrador que te acabo de mandar! ¡Enseguida te envío otro!».

Por eso ahora estaba más allá de la fe. Estaba tumbada sobre la hierba mirando a las hormigas. Buscaba en Google mi nombre como si la respuesta a mi problema estuviera codificada en secreto en el post de un blog acerca de lo pesada que era. Hasta entonces nunca había entendido del todo lo del alcohol, cosa que me alejaba de la mayoría de la gente, pero ahora llegaba a casa tras volver de la cuevecita a diario y trataba de no hablar con mi marido hasta después de haberme tomado un traguito de vino. Había estado en contacto intenso conmigo misma durante treinta y cinco años, y me parecía que ya estaba bien. Hablaba sobre el alcohol con la gente como si fuese un nuevo tipo de té que hubiese descubierto en el Whole Foods: «sabe asqueroso pero te baja la ansiedad y además, te hace sentirte más cómoda, ¡tienes que probarlo!». También me volví ferozmente casera. Lavaba los platos haciendo mucho ruido. Cocinaba platos complicados, presentándolos con una desesperación llena de resentimiento. Aparentemente eso era todo lo que era capaz de hacer ahora.

Os cuento todo esto para que entendáis por qué tenía ganas de que llegaran los martes. El martes era el día en que repartían el folleto del PennySaver. Venía escondido entre cupones y demás correo basura. Lo leía mientras comía y, entonces, como no tenía prisa por volver a no escribir, normalmente seguía leyéndolo hasta llegar a los anuncios de pisos del final. Consideraba cada uno de ellos con atención; no como compradora, sino como ciudadana curiosa de Los Ángeles. Cada uno era como un artículo de prensa muy breve. Avance informativo: alguien en L. A. vende una cazadora. La cazadora es de cuero. Además es grande y negra. La persona piensa que vale diez dólares. Pero la persona no está muy segura acerca de ese precio y podría considerar otro, uno más bajo. Yo quería saber más cosas acerca de lo que pensaba esta persona de la cazadora de cuero, cómo le iba en su cotidianidad, lo que esperaba, lo que temía, pero ahí no aparecía ese tipo de información. Lo que aparecía era el número de teléfono de la persona.

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Autora: Miranda July. Título: Te elige. Editorial: Ediciones Comisura. Venta: Todos tus libros.

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