Hubo un tiempo –ahora, en la era de la hipervelocidad artificial, lejanísimo– en que todo, por arte de la transmintación, se convertía en NFT: desde GIF legendarios del memeverso a producciones audiovisuales en ciernes, pasando por obras de arte tradicionales o digitales, y en general, cualquier cosa que pudiésemos imaginar. Eran los meses de la fiebre del nuevo oro, una época de euforia en la que los tokens no fungibles y la criptomonedas prometían asombrosas fortunas que brotaban de la noche a la mañana sin apenas esfuerzo. Solo había que estar ahí, pico y pala, hasta dar con la veta soñada. Incluso adoptamos el lenguaje extractivo que nos llevó a hablar del minado o la minería del bitcoin. En 2021,...
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