Capitalismo límbico
«Conforme los placeres aumentaron en número e intensidad, también los vicios y oportunidades para la adicción eran cada vez mayores», señala David T.Courtwright en su obra ‘Capitalismo límbico’ (Yonki Books). La entrada Capitalismo límbico se publicó primero en Ethic.

Existe un vínculo histórico entre el placer, el vicio y la adicción. Conforme los placeres aumentaron en número e intensidad, también los vicios y oportunidades para la adicción eran cada vez mayores. Sin embargo, no todos los nuevos placeres conllevaban vicio o adicción; de hecho, la mayoría eran beneficiosos y socialmente edificantes. Y, sin embargo, el vicio y la adicción crecieron a la sombra del placer. Por lo tanto, comenzaremos nuestro relato analizando cómo se ha expandido el placer a lo largo de la historia humana.
Este es uno de esos relatos que comienzan de forma pausada para luego ir aumentando la velocidad. No en vano, el placer ha tenido un recorrido exponencial: un largo y pesado despegue; una aceleración en los siglos XVII y XVIII; y un vertiginoso ascenso en los siglos XIX y XX. El proceso arrancó hace milenios, cuando el ser humano descubrió, cultivó, canjeó, mezcló, refinó y convirtió en producto comercializable los placeres que hallaba en la naturaleza, como el azúcar de caña. También inventó y difundió placeres que no se encuentran en la naturaleza, como los juegos de azar. Y construyó nuevos entornos, a menudo urbanos y anónimos, en los que podía disfrutar de aquellos nuevos placeres a bajo coste y con escaso riesgo de sanción social.
Como todas las revoluciones, la de los nuevos placeres se topó con eventualidades. A veces el experimento colectivo de idear placeres y distracciones se ralentizaba y otras se aceleraba. A fin de cuentas, sin la dictadura de Cromwell no se habría producido el cierre de los teatros ingleses. Pero sin Franz Sacher tampoco existiría hoy la famosa tarta que lleva su apellido. Sea como sea, la revolución acabó volviéndose impersonal y adquirió el impulso suficiente para arrasar todo a su paso, como una avalancha ocasionada por un desprendimiento de rocas.
El placer ha tenido un recorrido exponencial, con un vertiginoso ascenso en los siglos XIX y XX
Los historiadores llaman «causas exógenas» a aquellas rocas desprendidas, en el sentido de que su naturaleza y fuerza eran independientes de los placeres que producían. En este capítulo y el siguiente exploraremos dichas causas, desde las migraciones del pasado más lejano hasta las revoluciones industriales y urbanas de siglos más recientes. Aunque estas causas fueron múltiples y a veces conflictivas, lograron un efecto común: convertir lo que había sido un proceso gradual, aditivo y a menudo caótico de encontrar nuevos placeres en uno acelerado, multiplicativo y cada vez más calculado.
Placeres hallados
La historia de la humanidad consiste en un periodo prolongado de divergencia basada en las migraciones y un periodo mucho más breve de convergencia basada en el comercio. Antropólogos y genetistas tratan de ponerse de acuerdo respecto a cuándo empezaron a dispersarse desde África los primeros grupos de Homo sapiens; cuándo alcanzaron diversos lugares de Eurasia, Oceanía y las Américas; y en qué medida se aparearon con especies casi humanas, como los neandertales. Pero son debates que avanzan muy despacio y aún más tras algunos hallazgos arqueológicos recientes, incluidas pruebas concluyentes de incursiones fuera de África antes de lo que se creía hasta ahora. No obstante, sí hay tres puntos que parecen zanjados. En primer lugar, que las migraciones del Homo sapiens se convirtieron en una diáspora global que abarcó, como mínimo, unos cincuenta o sesenta mil años. En segundo lugar, que los humanos modernos tuvieron una evolución cultural y biológica distinta a medida que las bandas de cazadores-recolectores se adaptaban a las nuevas condiciones de las tierras por las que se expandían. Y, en tercer lugar, que esta migración global desencadenó una búsqueda intensiva pero imprevista de plantas y animales que les resultaban no solo útiles, sino también placenteros.
El Diccionario de la Lengua Española define la palabra placer como «Goce o disfrute físico o espiritual producido por la realización o la percepción de algo que gusta o se considera bueno». El hecho de que los humanos itinerantes descubrieran tal cantidad de nuevos «gozos» y «disfrutes» no era sino un legado de la historia geológica de nuestro planeta. La fragmentación gradual del supercontinente llamado Pangea, que comenzó hace unos doscientos millones de años, había proporcionado el tiempo suficiente para que la flora y la fauna se fueran separando en masas terrestres independientes y desarrollaran múltiples propiedades.
Todo ello resultó en una especie de mapeado de recursos naturales para obtener placer. Aunque las abejas melíferas (Apis mellifera) se originaron en Asia, no tardaron en extenderse por África y Europa. A medida que los grupos de Homo sapiens se expandían por África, Asia y Europa, buscaron con avidez la miel, como sabemos gracias a las obras rupestres de España, Sudáfrica e India con las que celebraban estas aventuras. Pero cuando los migrantes se aventuraron más hacia el este, hasta las Américas, tuvieron que dejar atrás las abejas. Los que se asentaron en el este de América del Norte encontraron un sustituto en la savia de los arces azucareros. Y aquellos que avanzaron hacia América Central y del Sur dieron con otro hallazgo: colonias de abejas sin aguijón (Meliponinae) que les proporcionaron miel y cera.
Este texto es un fragmento de ‘Capitalismo límbico’ (Yonki Books), de David T.Courtwright.
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