No leas libros si amas la literatura

Burroughs se parece mucho a los novelistas y poetas modernistas, me refiero a James Joyce o T. S. Eliot. Los modernistas se enfrentaron a una experiencia nueva en el ser humano: la vida moderna; Burroughs se enfrentó a una zona inexplorada de su mente: su vida después de matar torpe pero accidentalmente a su segunda... Leer más La entrada No leas libros si amas la literatura aparece primero en Zenda.

Apr 14, 2025 - 06:43
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No leas libros si amas la literatura

«Todavía no hemos desarrollado una estética para nuestro interior, algo que nos diga si un hígado o un riñón son más o menos bellos». Quien habla no soy yo, es David Cronenberg. De entre toda la gente que se me ocurre, solo él ha sido capaz de penetrar en la obra de William Burroughs sin trivializarlo ni domarlo. Cuando realizó su adaptación de El almuerzo desnudo, en 1991, convirtió el libro en un punto de partida pero no en su destino, y eso le salvó de perderse en un laberinto y le permitió hacer una obra maestra. Su triunfo, no obstante, podemos compartirlo con los traductores que han trasladado a Burroughs a través del tiempo y del espacio, como Javier Calvo en Puerto de los Santos, capaz de permitirnos leerlo tiempo después de su muerte y en un idioma diferente del suyo. Para conseguir algo así es necesario alinearse con él. No basta con entenderlo, si eso es posible: es preciso viajar con él de un libro a otro, de una página a otra, de una frase a otra, de una palabra a otra, porque no se trata de un escritor capaz de escribir con una lógica secuencial, es más bien un escritor cuyo talento principal ha de buscarse en el montaje. A casi nadie le gusta por sus partes, a casi todo el mundo le gusta por su todo. Sus seguidores no leemos sus libros, leemos su obra. Su obra no es estrictamente literaria, en cuanto que no explora temas o estructuras; su obra es más bien una intervención en el lenguaje, a través de la lengua inglesa, para destapar su carácter viral, infeccioso. Nada más caes en sus redes, ya no te abandona.

"Para su versión de El almuerzo desnudo, David Cronenberg acudió a varias fuentes en la obra de Burroughs, aunque su fuente principal fue la propia vida del escritor"

Burroughs se parece mucho a los novelistas y poetas modernistas, me refiero a James Joyce o T. S. Eliot. Los modernistas se enfrentaron a una experiencia nueva en el ser humano: la vida moderna; Burroughs se enfrentó a una zona inexplorada de su mente: su vida después de matar torpe pero accidentalmente a su segunda mujer. Aunque en apariencia se trata de conceptos antitéticos, la vida moderna y la vida a partir del remordimiento tienen la capacidad de silenciar a un ser humano, de obligarlo a recuperar su voz a través de nuevos cauces, de nuevas hojas de ruta. Con los modernistas, la literatura tuvo que encontrar nuevos puntos de vista, porque el de los personajes ya no bastaba, era necesario que su supuesto racionalismo se mezclase con el caos de la vida en las ciudades; y con la muerte de la mujer de Burroughs, este último tuvo que reinventarse, construir una nueva zona en su cerebro, a la que llamaría Interzona, donde él pudiera sentirse a salvo. Interzona, vaya por delante, no es un lugar para cualquiera: allí los deseos son lascivos y cubren el ambiente por completo, también hay símbolos de desorden y amenaza por todos lados. Allí nada es verdad, todo está permitido. «Nada es verdad, todo está permitido» se supone que fueron las últimas palabras de Hassan-i Sabbath, el líder de la secta de los asesinos, antes de morir. Esas palabras obsesionaron a Burroughs a lo largo de su vida, desde la muerte de su segunda mujer. Las repetía como un mantra y a veces aseguraba que cuando alguien quiere encontrar la respuesta a cualquier pregunta, solo tiene que decirlas al irse a la cama, porque esa noche, en sus sueños, el acertijo se resolverá.

Para su versión de El almuerzo desnudo, David Cronenberg acudió a varias fuentes en la obra de Burroughs, aunque su fuente principal fue la propia vida del escritor. Por eso cuando lo vemos por primera vez en la película, lo vemos como un exterminador de parásitos que comienza a caer bajo los efectos adictivos del polvo que utiliza para matar a ciempiés y cucarachas. Burroughs mismo había trabajado como exterminador en un extraño momento de su vida, en la transición entre su vida como militar y su vida como civil durante la década de los cuarenta. Más o menos fue por aquella época cuando conoció a Joan Vollmer, con quien se casó y tuvo un hijo después de divorciarse de una mujer europea con quien se había casado previamente para facilitar su entrada en Estados Unidos. Hasta entonces Burroughs había mantenido relaciones homosexuales casi siempre, pero con Joan consiguió sintonizar de muchas maneras: en el terreno sexual, en el terreno de la dependencia de substancias tóxicas e incluso en el terreno literario. Escribieron una novela a cuatro manos y, cuando las cosas parecían ir bien entre ambos, de pronto tuvieron que irse a vivir a Ciudad de México. La policía estadounidense lo acusaba a él de posesión de drogas y tenencia ilícita de armas. Ya en México, tuvieron que cambiar de hábitos, consumiendo nuevas drogas, algo que hizo que Burroughs recuperase su libido al cien por cien y comenzase a tener relaciones con hombres de un modo voraz, insaciable. A Joan eso le partió el corazón. Comenzó a beber sin control, mientras intentaba superar su adicción a las anfetaminas. Una noche, en mitad de una fiesta, se dice que ella le insistió a él para que ambos realizasen el «show de Guillermo Tell», el arquero que tuvo que lanzar una flecha a una manzana sobre la cabeza de su propio hijo, en un trance a vida o muerte para ambos. Joan se colocó un vaso sobre la cabeza y le pidió a William que disparase, segura de que no pasaría nada porque él tenía muy buena puntería. Ese día, sin embargo, él falló y ella murió de manera casi instantánea.

"A medida que avanzaba en el rodaje, le dijo a un entrevistador que, si algún día William Burroughs muriese, él escribiría su siguiente novela aunque todavía no supiese cómo se hacía"

Cronenberg leyó a Burroughs con intensidad en sus años de juventud y universidad. Al comenzar su carrera como cineasta, sus obsesiones fueron llamando poco a poco la atención de los críticos. Su fijación con las mutaciones del cuerpo, con el desplazamiento de los genitales a zonas anómalas, un pene a la zona de las axilas de una mujer o una vagina a la región abdominal de un hombre, se asociaron en algunas reseñas al imaginario de Burroughs. Al pensar sobre ello, Cronenberg se dio cuenta de que, en efecto, los virus, las transformaciones y los desplazamientos de órganos seguramente eran una herencia del escritor estadounidense. La única forma de asegurarse a ese respecto consistía en hacer una película, una película con el mismo título que la obra más emblemática de Burroughs, articulada en torno a la escritura como adicción, a la literatura como forma de espionaje y control, y al lenguaje como virus; una película articulada en torno al cuerpo como mapa, al cuerpo como ciudad, al cuerpo como laberinto, a la identidad como fantasma. Por supuesto, El almuerzo desnudo en versión Cronenberg no es una traducción literal, porque una traducción literal la habría desarmado y condenado a ser una sucesión de escenas y secuencias inconexas, un poco como sucede con las de Un perro andaluz, de Luis Buñuel. Cronenberg comenzó el proyecto a oscuras, sin saber muy bien hacia dónde iba. A medida que avanzaba en el rodaje, le dijo a un entrevistador que, si algún día William Burroughs muriese, él escribiría su siguiente novela aunque todavía no supiese cómo se hacía. Supongo que lo dijo por la simbiosis que notó que estaba produciéndose entre la obra literaria de Burroughs y su película, que en aquel momento era un work in progress. Quizás algo así solo se pueda decir cuando alguien está en medio de un proceso. Quizás la obra de Burroughs solo sea eso: un proceso que nunca llega a su fin, un libro que nunca comienza siendo libro y que nunca acaba convirtiéndose en un libro, algo que está entre una cosa y otra, sin llegar a ser ni una cosa ni otra, un espía camuflado que penetra en los sueños para vigilar.

Puerto de los Santos es una obra de la etapa de los piratas, según el novelista y traductor Javier Calvo. Es, en cualquier caso, una obra de una etapa migratoria, en la que un libro acababa cuando estaba empezando, otro recogía el anterior y combinaba elementos de ambos con otros anómalos, evitando así que hubiera algo estable, como si los elementos de la tabla periódica comenzasen a migrar, transformándose y transformando, que es en definitiva el concepto en el que se basa la vida, quizás no tal cual la entendemos pero sí tal cual la experimentamos. La literatura, durante cientos de años, había consistido en describir la vida tal y como la entendemos, pero no tal y como la experimentamos. Se puede decir sin temor a equivocarse que Burroughs fue de los que nos enseñó a entender literariamente cómo experimentamos la vida, quizás porque él lo primero que intentó explicarnos es cómo la vida la experimentamos ante todo a través del lenguaje, lo que ha convertido al lenguaje con el tiempo en un instrumento de dominación, sobre todo en sociedades como la estadounidense, donde el capitalismo es la religión mayoritaria y hasta los pobres se postran ante sus dioses.

"La oficina de reclutamiento sigue abierta en esta novela, por si alguien todavía quiere luchar, porque los villanos puede que hayan ganado las últimas elecciones presidenciales pero aún no han conseguido la victoria a escala planetaria"

En Puerto de los Santos todo párrafo quiere narrar algo. El primero nos cuenta que «cuando el señor Wilson, el consul americano, llegó a su oficina se encontró a un joven sentado junto al mostrador de recepción y confió en que lo que fuera que quería aquel joven se lo pudiera resolver el vicecónsul, el señor Carter». Pero el señor Wilson, el señor Carter y el joven sentado frente al mostrador de recepción desaparecen muy pronto, sin habernos permitido saber demasiado sobre su pasado o sobre su futuro, mucho menos sobre sus intenciones. Lo que la novela tendrá a partir de ellos es un pasaporte, para ensayar la posibilidad de migrar de época y lugar de un capítulo a otro, de un párrafo a otro, de una palabra a otra.

Orlando, de Virginia Woolf, puede acudir en este mismo instante en nuestro auxilio y recordarnos cómo una novela puede construirse a partir del concepto de metamorfosis constante, de un personaje en constante mutación a través de las épocas. También puede acudir en nuestro auxilio I’m Not There, la extraordinaria película de Todd Haynes sobre Bob Dylan, en la que a Dylan lo interpretan mujeres, hombres, blancos, negros, viejos o niños, porque Dylan no es un individuo sino una multitud, porque Dylan nunca habla «desde» sino «entre». Y en Puerto de los Santos también estamos «entre»: entre los conquistadores de las Américas, Hiroshima, las momias de los pantanos, Dixie, la reina y Sudáfrica. Estamos en todas partes y encarnados en todo el mundo. Los Chicos Salvajes se convierten muy pronto en los Chicos Locos, los Chicos Patinadores, los Chicos Circenses… Son promiscuos y follan mucho. Se enroscan hasta confundirse, confundiéndonos. Aunque sabemos que van de acá para allá como piratas surcando los mares, como palabras-piratas surcando los párrafos y las frases, librando una gran guerra, la guerra, no obstante, viene precedida de una conspiración. Para establecerla, Burroughs nos recuerda la película Queimada, de Gillo Pontecorvo, en la que Marlon Brando interpretaba a un agente británico que llegaba a las Antillas y manipulaba a los nativos en el siglo XIX, porque quería empujarlos a la revuelta y de esa manera expulsar a los portugueses. Marlon Brando en esa película no era un libertador aunque lo pareciese, era un opresor disfrazado de libertador, como el lenguaje, como América cuando América se encarna solo en Estados Unidos. Que en la novela se hable de la posibilidad de conquistar y anexionar Groenlandia no nos extraña, porque sobre eso mismo habla hoy en día Donald Trump, que dice cosas con una perturbadora simpleza y al mismo tiempo con una absoluta rotundidad, como si fuese «el dueño del mundo». Contra él y sus secuaces envió desde el pasado Burroughs a sus Chicos Chamanes, a sus Chicos Sísmicos, a sus Chicos Musicales… Y la oficina de reclutamiento sigue abierta en esta novela, por si alguien todavía quiere luchar, porque los villanos puede que hayan ganado las últimas elecciones presidenciales pero aún no han conseguido la victoria a escala planetaria. Como lector, me declaro en estado de guerra total.

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Autor: William Burroghs. Título: Puerto de los Santos. Traducción: Javier Calvo. Editorial: Aristas Martínez. Venta: Todos tus libros.

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