La desnudez definitiva

Más de un millón de cadáveres El fantasma escurridizo Como La llamada está conociendo una repercusión que es más que merecida, temo que este otro libro de Leila Guerriero haya pasado ligeramente inadvertido, lo cual es comprensible, pero también injusto. La dificultad del fantasma fue escrito a partir de una estancia en la residencia literaria... Leer más La entrada La desnudez definitiva aparece primero en Zenda.

Feb 18, 2025 - 03:39
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La desnudez definitiva

Más de un millón de cadáveres

En el Cementerio Civil de Madrid comparten parcela La Pasionaria y Marcos Ana. Sus tumbas ―imponente, austera y solemne la de ella; más discreta y poética la de él― se encuentran nada más traspasar la entrada, a mano izquierda, junto a la última morada de Pablo Iglesias Posse, el fundador del PSOE, cuya sepultura tiene hechuras de templete, aunque vista desde cierta perspectiva pueda asemejar el porche de una casa abierta a las visitas. He venido caminando desde Las Ventas junto a Félix y Lorenzo, y al llegar al recinto nos hemos encontrado con el resto de la expedición ―José Luis y Yolanda, Marta y Marc, Genoveva y Manuel―, que andan buscando sin mucho éxito la última morada de Baroja. No tarda en aparecer Eva, que ha preferido acercarse en metro. En el camino principal, un grupo de masones homenajea a los tres presidentes de la Primera República, cuyas sepulturas mayestáticas jalonan el recorrido, y procuramos no interrumpirlos demasiado mientras los esquivamos para ir en busca de la lápida que cobija los restos mortales de don Pío. Es Lorenzo, que ha estado por aquí un par de veces, quien nos conduce a ella. Alguien ha dejado sobre ella flores y piedrecitas, siguiendo una de esas costumbres funerarias cuyo significado es complejo desentrañar, porque seguramente no haya estado nunca definido, y tras dedicar un rato a esa contemplación silenciosa con la que solemos presentar respeto a los muertos quienes no estamos en posesión de creencias firmes respecto a la vida ultraterrena nos aventuramos hacia la entrada del cementerio judío. Distraemos unos minutos leyendo los nombres de los difuntos, calculando la diferencia entre el calendario hebreo y el católico, comentamos los epitafios que eligieron las familias para despedir a sus deudos, y regresamos sobre nuestros pasos para ir tropezándonos con los túmulos de algunos miembros de la familia García Lorca, de los padres fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, de otros muertos cuyos nombres no nos dicen nada, pero que descansan en rincones ornamentados de tal modo que apenas se advierte al primer golpe de vista su carácter funeral. Tardamos un rato en dar con la tumba de Almudena Grandes y no conseguimos localizar la de Hildegart Rodríguez Carballeira, la virgen roja cuya vida noveló y en torno a la cual ha construido Paula Ortiz su última película. Luego Eva descubrirá que ha sido en vano la búsqueda: aunque estuvo enterrada aquí, hubo un momento en que sus restos fueron exhumados y arrojados a la fosa común; parece ser que se conserva por algún lado su epitafio, pero tampoco somos capaces de encontrarlo. Cruzamos a la necrópolis católica para visitar a Benito Pérez Galdós, cuyo nombre casi pasa inadvertido entre los de los familiares que lo acompañan en su descanso, y nos cuesta un poco descubrir la de Dámaso Alonso. No parece que atraviese una buena posteridad el autor de Hijos de la ira: su sepultura tiene el aspecto de llevar tiempo abandonada y sobre ella se inclinan los ramajes de un árbol que nadie debe de haber podado en las últimas décadas. Las referencias que aparecen en Internet de este camposanto de La Almudena tampoco hacen la menor referencia a la localización de su sepultura, aunque sí señalan que por aquí cerca duerme el sueño eterno Lina Morgan. Se está bien en este lugar: sopla un aliento que logra equilibrarse sobre la difusa frontera que separa la brisa fresca del aire frío y la vegetación abundante inspira el canto de unos pájaros que salpican de vez en cuando el silencio con sus trinos hogareños. Como esto es muy grande y la hora de comer se acerca, no hay tiempo para acercarse a la sepultura de Lola Flores ―parece ser que es digna de contemplación― ni ojear las que según dicen están levantando los emigrantes chinos en el lugar que ocupaban antiguos enterramientos, modificando la apariencia del lugar y convirtiendo este Madrid de los muertos en un remedo del Madrid vivo que escupe su fragor desde el otro lado de las tapias. «Estás disfrutando como un gorrino en una charca», me dice Lorenzo mientras husmeo entre los panteones por ver si doy con un nombre curioso, una arquitectura memorable, un rescoldo de alguna vida remota y olvidada y sugerente; para escuchar lo que puedan contar estos camposantos mastodónticos donde la memoria parece verse anulada por el efecto de la acumulación, ciudades fuera del tiempo en las que deben de reposar más de uno y más de dos millones de cadáveres, si es que no mienten las últimas estadísticas.

El fantasma escurridizo

"Con ese material endeble ha construido Leila Guerriero un libro cuya lectura es tan grata como, quizá, reveladora"

Como La llamada está conociendo una repercusión que es más que merecida, temo que este otro libro de Leila Guerriero haya pasado ligeramente inadvertido, lo cual es comprensible, pero también injusto. La dificultad del fantasma fue escrito a partir de una estancia en la residencia literaria Finestres y se ocupa de indagar en la memoria de los veranos que pasó Truman Capote en la Costa Brava, mientras pergeñaba lo que terminaría siendo A sangre fría. No podía adecuarse más el medio al fin, teniendo en cuenta que Capote dio curso a buena parte de su novela de no ficción ―que ha pasado a la historia como la primera piedra del edificio que se dio en llamar nuevo periodismo, por más que Guerriero recuerde acertadamente que Rodolfo Walsh había publicado su Operación masacre algunos años antes― en la misma casa desde la que décadas después siguió la autora sus pasos difusos. El resultado de la investigación no deja de ser fascinante por lo que tiene de revelador: nada, o muy poco, de lo que se cuenta acerca del paso del escritor estadounidense por las tierras catalanas sucedió de verdad porque casi todos los testimonios con los que se acostumbra a recrear su estancia son de tercera o cuarta mano, por no decir que se trata de invenciones urdidas por el consabido matrimonio que une en vínculo indestructible a la imaginación y la memoria. El libro es un reportaje que cuenta la trastienda de la investigación periodística, pero también un diario en el que quedan registrados las cotidianidades de la mansión de Sanià y, en ocasiones, una larga reflexión acerca del sentido de esas acometidas en pos de una historia cuyo rastro se pierde en una larga sucesión de banalidades aparentes cuya relevancia sólo se puso de manifiesto mucho tiempo después de que transcurrieran. Truman Capote apenas se refería a las tierras ampurdanesas en las numerosas cartas que escribió desde allí y jamás mencionó que las calles y las gentes de Palamós hubiesen dejado impronta alguna en la que el mundo pronto empezó a considerar su obra maestra. Lo que de él se cuenta en el pueblo está, en su mayor parte, tergiversado o directamente inventado, y ni siquiera existen ya los lugares por los que tuvo que pasar o en los que dicen que protagonizó anécdotas de veracidad dudosa. Con ese material endeble ha construido Leila Guerriero un libro cuya lectura es tan grata como, quizá, reveladora: quién sabe si lo que ocurre en la Costa Brava con Capote no es lo mismo que sucederá con el recuerdo de nuestra propia biografía cuando ya no estemos aquí para contárnosla.

Escribir una novela

"Dice Vargas Llosa al comienzo de su charla que el trabajo del novelista es un strip-tease a la inversa"

Hace unas semanas me puso Antonio a seguir la pista de un bar y un libro. El bar, que ya no existe, se llamaba Jute y estaba a espaldas del Retiro, en la esquina de Menéndez Pelayo con Doctor Castelo. Su local lo ocupa hoy un restaurante en el que ceno con Elvira en la misma fecha ―triple casualidad― en que ando leyendo el librito en cuestión, que he encontrado en Internet a un precio casi testimonial. En realidad es una conferencia de Mario Vargas Llosa que Tusquets publicó en España en 1971 y en la que el escritor peruano cuenta la génesis de su novela La casa verde. Por aquel tiempo vivió en una pensión que estaba cerca y todas las tardes se metía en aquella cafetería a urdir la trama que vincularía dos historias que él mismo había conocido de primera mano y que se vieron camufladas en aquellos veladores bajo el manto de la ficción. Dice Vargas Llosa al comienzo de su charla que el trabajo del novelista es un strip-tease a la inversa, porque el narrador empieza la escritura completamente desnudo y pone el punto y final vestido con el disfraz con que disimula su propia experiencia a ojos de los lectores. No sé si estoy de acuerdo, porque a veces pienso que es justamente el inverso: uno se sienta ante el folio sin saber a dónde le conducirá su tentativa ni si ésta conseguirá llegar a buen puerto, y cuando pone el punto final ―si es que lo logra― descubre que en el camino han quedado expuestas cosas que ni él mismo sospechaba cuando inició la travesía. Desnudo, si no ante los demás, ante sí mismo, que es ―lo digo sin dramatizar― la desnudez definitiva.

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