Me dejaron pasar

Ya en el tren, el padre le dice a la niña, que come fruta: “eso no es un pajarito, cariño, es una cáscara de plátano”. Miro a la niña, sus ojos. Cuando era pequeña, tuve dos cáscaras de plátano dentro de una jaula. Si mi madre intentaba sacarlas, chillaba. Que nadie tocase a los pájaros.... Leer más La entrada Me dejaron pasar aparece primero en Zenda.

Feb 18, 2025 - 03:39
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Me dejaron pasar

A las seis de la mañana, mientras espero el taxi que me llevará a la estación de tren, una mujer sale de casa, somnolienta, observa el cielo oscuro y la niebla. Se santigua. El taxi no viene. Hago un bailecito leve para quitarme el frío. Del edificio sale otra mujer, se sube las solapas del abrigo. También se santigua.

Ya en el tren, el padre le dice a la niña, que come fruta: “eso no es un pajarito, cariño, es una cáscara de plátano”. Miro a la niña, sus ojos. Cuando era pequeña, tuve dos cáscaras de plátano dentro de una jaula. Si mi madre intentaba sacarlas, chillaba. Que nadie tocase a los pájaros.

Abro el cuaderno y escribo:

Qué habrá en ti, fruto amarillo

convertido en ave a ojos de los niños

Despierto por una cabezada violenta, de cansancio recolectado como uvitas verdes en las últimas semanas. La frente contra la ventana fría del tren. En el cerebro, traída del sueño, la frase: “¿Cuántas veces habrá visto el lobo a la virgen?” Abro el cuaderno y la apunto. También anoto:

Títulos de novela corta:

Basura de muerto. 

La salud y la cabaña.

Llanto del adulto.

Expresión a acuñar y usar constantemente:

“Pasarlo titanic”.

Mi amor me escribe un wasap que dice:

¿Sabes que hay una ley que te permite entrar en terreno ajeno si lo haces para perseguir a tu enjambre de abejas?

Y a continuación me envía el texto:

“El propietario de un enjambre de abejas tendrá derecho a perseguirlo sobre el fundo ajeno, indemnizando al poseedor de este del daño causado. Cuando el propietario no haya perseguido o cese de perseguir el enjambre, dos días consecutivos, podrá el poseedor de la finca ocuparlo o retenerlo”.

"La niña del plátano le pone pegatinas de flores sobre los tatuajes del brazo a su padre. Bob Marley me observa extático, con margaritas rosas y lilas por ojos"

El hombre se sube en la parada de Albacete Los Llanos. Pantalones y chaqueta marca Colmar. Esto significa que todo el estampado de las prendas reproduce sin fin la palabra COLMAR en grandes letras doradas. Entra en chaquetilla y se pone el plumífero para sentarse (cadenas doradas tintineando en su cuello con cada movimiento). Veo que también el abrigo es marca COLMAR. Como nunca había visto esa marca, imagino que no es una marca, sino un leitmotiv propio, defendido a capa, espada y chándal sintético: Colmar, colmar de emociones cada minuto de la vida, colmar de bienes a los seres queridos, rebosar el vaso de la bendición. Pero, como en una maldición, él también se santigua cuando el tren reinicia la marcha.

La niña del plátano le pone pegatinas de flores sobre los tatuajes del brazo a su padre. Bob Marley me observa extático, con margaritas rosas y lilas por ojos. Más abajo, en el antebrazo, un lobo lleva una manada de pokémons subidos al lomo. El padre, por alguna razón, le enseña a su hija a decir “Mecachis”. Cada vez que lo dice, se ríen como locos.

Títulos para novelas de terror (inspiradas en terminología inmobiliaria):

Venta sin posesión

Nuda propiedad 

Un señor mayor trastabilla en la plataforma que hay justo antes de la cafetería del tren: “Antes me encantaban las películas de caídas y golpes. Ahora soy yo el que está todo el rato a punto de darse un golpe”.

"El pis restalló contra la loza, alzando un cántico que venía a decir que a veces la vida es como un musical en el que merece la pena escribir porque te dejan pasar al baño"

Luego por la noche, tomando cervezas con los del club de lectura que me ha invitado allí, nos hacemos amigos de una yonqui mayor que se llama Nicola. Nos pide dinero para potitos. Ruega con un quejido, desesperada: “Por favor, necesito potitos, darme dinero”. Le damos. Uno de los del club dice: “Es que creo que tiene una nieta pequeña”. Nicola vuelve con cuatro potitos, se sienta en la terraza del bar con nosotros y se los come uno a uno. Ternera a la jardinera.

En realidad, digo todo esto porque me da vergüenza escribir otra cosa. A veces un texto es así: ibas a contar algo y se te cruza una cascada ineludible, riquísima. Tienes que pasar por debajo y empaparte.  Al día siguiente, en la misma ciudad, entré en una librería, hojeé libros, compré uno, pedí ir al baño. Primero no me dejaron. Me dijeron: “Está estropeado”. Que es lo que se dice cuando da apuro decir que no. Pero luego estaba saliendo por la puerta y los oí cuchichear. El librero le dijo a la librera, que era más joven: “Es Sabina Urraca”. Me llamaron entre aspavientos de timidez, se disculparon con gestos leves, hermosos. Todos teníamos las orejas rojas, ruborizadas. Y me dejaron pasar al baño. El pis restalló contra la loza, alzando un cántico que venía a decir que a veces la vida es como un musical en el que merece la pena escribir porque te dejan pasar al baño. Al salir, quise llamar a alguien y contárselo. Pero me lo he guardado hasta ahora. Siento que llegué hasta aquí saltando muros y vallas porque iba persiguiendo a mi enjambre.

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