La «Máquina de no hacer nada» de Lawrence Wahlstrom

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Mar 12, 2025 - 01:22
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La «Máquina de no hacer nada» de Lawrence Wahlstrom

Lawrence Wahlstrom, un relojero retirado que ejerció 40 años como jardinero paisajista en una finca de Beverly Hills, tenía una irrefrenable pasión por la mecánica y, en particular, por los engranajes. Esto lo llevó a crear una de las máquinas más fascinantes y, paradójicamente, inútiles de la historia: la «Máquina de no hacer nada».

Alrededor de 1948, Wahlstrom adquirió un visor de bomba excedente de la Segunda Guerra Mundial, un dispositivo complejo lleno de engranajes intrincados. Intrigado por su mecanismo, lo restauró, lo que encendió en él una chispa creativa. Decidió embarcarse en un proyecto personal que reflejara la creciente complejidad del mundo moderno: una máquina que, aunque llena de movimiento y actividad, no tuviera un propósito funcional. Así nació la «Máquina de no hacer nada».

Durante 15 años, Wahlstrom continuó añadiendo componentes a su creación. La máquina llegó a incorporar entre 744 y 764 engranajes, todos interconectados mediante dientes, palancas, cadenas y ejes. Tres motores eléctricos impulsaban este entramado, haciendo que los engranajes giraran, oscilaran y se movieran en una danza hipnótica que, en última instancia, no realizaba ninguna función práctica. Wahlstrom, con un toque de humor, llegó a referirse a su invento como un «Detector de Platillos Voladores», aunque siempre admitió que su máquina no hacía nada más que entretener.

La singularidad de la máquina no pasó desapercibida. En la década de 1950, fue objeto de artículos en revistas de renombre como Life, Popular Mechanics y Mechanix Illustrated. Además, apareció en programas de televisión populares de la época, incluyendo los presentados por Art Linkletter y Bob Hope. La fascinación que generaba radicaba en su complejidad sin propósito, una sátira mecánica de la eficiencia y funcionalidad que dominaban la era industrial.

Tras el fallecimiento de Wahlstrom, la máquina fue adquirida en una subasta alrededor de 2003 por Earl Wolf, un contratista de plomería retirado y coleccionista de maquinaria inusual. Wolf restauró la máquina y la exhibió en ferias y festivales, donde continuó asombrando al público con su intrincado movimiento y su falta de propósito práctico. Wolf solía comentar con humor: «La máquina no hace nada, pero yo tengo que trabajar», refiriéndose al mantenimiento constante que requería.

Después del fallecimiento de Wolf, su familia donó la «Máquina de no hacer nada» al Miniature Engineering Craftsmanship Museum en Carlsbad, California, donde permanece en exhibición permanente. Los visitantes del museo pueden maravillarse con esta obra maestra de la ingeniería que, a pesar de no tener una función definida, encapsula la creatividad, el ingenio y el espíritu lúdico de su creador.

La «Máquina de no hacer nada» de Lawrence Wahlstrom es más que una curiosidad mecánica; es una reflexión sobre la naturaleza de la tecnología y la obsesión humana por la eficiencia. En un mundo donde cada dispositivo y herramienta tiene un propósito específico, esta máquina nos recuerda que la belleza y el arte también pueden residir en lo inútil, en lo que simplemente existe para ser admirado y disfrutado. Es un testimonio de la capacidad humana para crear por el mero placer de crear, sin otra finalidad que la de provocar una sonrisa y un momento de asombro en quienes la contemplan.

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