La biblioteca de la medianoche
Decidí curiosear un poco más, pero poco, porque la puerta de embarque de mi vuelo estaba a punto de abrir y yo sabía que, sin una lectura a mano, el vuelo de apenas una hora se me haría eterno. El autor: Matt Haig. Británico o americano, seguramente. Decidí fisgar. En efecto, británico; un juerguista de... Leer más La entrada La biblioteca de la medianoche aparece primero en Zenda.

No tengo muy claro cómo llegó esa novela a mi libro electrónico. Creo recordar que me encontraba trasteando historias ajenas en la biblioteca del Kindle para ver qué me leía en el avión, y saltó la sugerencia. La Biblioteca de la Medianoche (Alianza Editorial, 2021), de Matt Haig. Alcé las cejas y después fruncí el ceño, porque no me gusta seguir consejos literarios: ¿acaso hay algo más divertido que explorar sin directriz ni prejuicio alguno por las estanterías de librerías, aunque sea las virtuales? Sin embargo, acepté la invitación a leer las primeras páginas. Es algo que hago siempre antes de comprar un libro; leo la primera página, para ver si me gusta el estilo, y curioseo la sinopsis, para ver si me atrae o no la historia. Comenzaba bien: «Entre la vida y la muerte hay una biblioteca…». Una joven cuya vida era un auténtico desastre decidía terminar con todo y descubría que había un paréntesis antes de morir, un limbo fantástico en el que se encontraba la Biblioteca de la Medianoche, donde cada libro sería una opción de su vida si hubiese escogido tal o cual camino o hubiese adoptado alguna de esas decisiones que luego, aunque se desee, ya no se pueden tomar. Me pareció una premisa interesante, muy a pesar de que lo fantástico no se encuentre entre mis géneros favoritos.
Decidí curiosear un poco más, pero poco, porque la puerta de embarque de mi vuelo estaba a punto de abrir y yo sabía que, sin una lectura a mano, el vuelo de apenas una hora se me haría eterno. El autor: Matt Haig. Británico o americano, seguramente. Decidí fisgar. En efecto, británico; un juerguista de manual tipo Magaluf pero en su versión ibicenca que, antes de los 30, tras una de sus fiestas y a punto de tomar el avión desde Ibiza hacia Reino Unido sufrió un ataque de pánico acompañado de ideas suicidas. Tocó fondo y comenzó a escribir. Me interesó, porque siempre me ha atraído la oscuridad y sus derivaciones, lo que somos y en lo que nos podemos convertir cuando se aplica la presión adecuada en determinadas teclas. Compré el dichoso libro con el temor nada infundado de que, en realidad, fuese un ensayo de autoayuda, que sí que es un género que confieso que no me interesa en absoluto.
Busqué sin piedad las grietas de la historia, el buenismo predecible y la cursilería, y salvo un detalle minúsculo que me faltó para redondear la trama, me pareció una gran lectura. Nora, la protagonista suicida, comprueba cómo habrían ido en su vida las elecciones que siempre había considerado como las seguramente más adecuadas. No puedo detallar mucho, porque les estropearía la novela si van a leerla, pero lo cierto es que no todo resulta tan predecible y no siempre el agarrarnos a «lo que podría haber sido» en nuestras vidas es lo más realista. Lo más interesante de la trama, quizás, son las pequeñas decisiones. No las trascendentales tipo «me mudo a Australia o no» o «me caso o no me caso»; me refiero a decisiones que aparentan frívolas, pero que lo pueden cambiar todo: llamar o no a un amigo aquella tarde, apuntarse o no a clases de pintura. Este fin de semana leía la primera y nueva novela de Guada Guerra, Las cosas que nos pasan, y al final ella recordaba incluso la fecha en la que un editor, Gonzalo Albert, la había llamado para proponerle escribir aquella historia. Todo habría cambiado sin aquella llamada, sin aquel sí; y quién sabe cuántas más derivaciones tendrá o no aquella decisión afirmativa. Siento algo similar cuando en alguna presentación o conferencia la gente me pregunta cómo llegué a hacerme escritora desde un despacho en el que ejercía de abogada. Fue una suma de pequeñas decisiones diarias: hoy escribo un poco, y mañana. Y continúo, aun a pesar de los comentarios condescendientes y burlones hacia lo que esté haciendo. Pequeñas decisiones, sin excusas. ¿Quiere usted pintar? No me cuente que no tiene tiempo, que no tiene edad, que no tiene talento. Apúntese a clases. ¿Quiere viajar? No me diga que tampoco tiene tiempo, ni dinero. Ahorre, venda algo. De lo contrario, usted no quiere viajar: solo se alimenta de excusas para mantener su cómoda infelicidad. ¿Quiere usted escribir un libro? La decisión no es hoy, sino cada minuto que le va a llevar la tarea: cada día cuenta, cada determinación puede ser imparable. Si logramos que nos importe un bledo la Biblioteca de la Medianoche, será porque hayamos tomado todas las decisiones valientes desde el principio.
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