Turguénev, el esteta ruso

Turguénev es un esteta, que contempla y sublima con las palabras cualquier materialización, por eso suele echarse en falta cierta profundidad en los personajes de sus creaciones más realistas, como Tolstói describió en su carta a Piotr Pletniev en mayo de 1862, a propósito de Padres e hijos: «La novela de Turguénev me ha entretenido... Leer más La entrada Turguénev, el esteta ruso aparece primero en Zenda.

Feb 21, 2025 - 01:37
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Turguénev, el esteta ruso

Es un lugar común señalar a Iván Turguénev como el más occidentalizado de los grandes escritores rusos, el autor más influido por las cosmovisiones europeas, y no solo desde la perspectiva literaria, sino también social y política. Esta percepción sobre Turguénev parece avalarla sus permanentes huidas de Rusia, así como su muerte fuera de su tierra, tras una penosa y dolorosa enfermedad en París. Pero en realidad, el autor de Padres e hijos era un extraño en Rusia y en Europa, al menos tan extraño como todavía resulta su literatura a los ojos de los lectores.

Turguénev es un esteta, que contempla y sublima con las palabras cualquier materialización, por eso suele echarse en falta cierta profundidad en los personajes de sus creaciones más realistas, como Tolstói describió en su carta a Piotr Pletniev en mayo de 1862, a propósito de Padres e hijos:

«La novela de Turguénev me ha entretenido mucho, pero me ha gustado bastante menos de lo que esperaba. Mi mayor reproche es que la novela resulta fría, algo impropio del talento de Turguénev. Todo está expuesto de una manera inteligente, muy exacta, muy artística; todo muy edificante, muy justo. Pero no he encontrado una sola página que haya sido escrita con el corazón y, por eso mismo, ni una sola página me ha llegado al alma» (Turguénev, [1862] 2017: 21).

"Su vocación literaria se inicia con la poesía, debido a su admiración por Pushkin"

La definición de Tolstói sobre Turguénev resulta bastante exacta, aunque no es del todo cierto que el autor de La Víspera no llegue «al alma» de sus lectores, ni que tampoco estos no sientan en su escritura los latidos de su corazón, aunque sea en el exterior de sus páginas. Su falta de profundidad tal vez se deba, como se ha anticipado más arriba, a que Turguénev es un esteta, un purista de la frase bien construida que se muestra en todo momento incapaz de ensuciar, con el sudor de su mano que siempre mantiene escrupulosamente fría, la tela donde hila y entreteje con morosidad sus palabras.

Su vocación literaria se inicia con la poesía, debido a su admiración por Pushkin, alcanzando cierta notoriedad con la publicación del poema «Parasha» que alabó Vissarión Bielinski. Curiosamente, la idea del compromiso literario que sustentaba con pasión este relevante y occidentalizado crítico ruso resultará determinante para que el prometedor poeta diera un decisivo giro a sus pretensiones creativas. La influencia teórica de Bielinski no solo lleva a Turguénev a decantarse por la narrativa, sino también a profesar el realismo literario sin abandonar los acentos líricos caracterizadores de su escritura, como evidencian sus primeras obras narrativas, entre las que cabe destacar tanto su exitosa Memoria de un cazador como su controvertida Padres e hijos, precisamente «Dedicado a Vissarión Grigórevich Bielinski» (ibíd.: 22).

Turguénev tiene una biografía perturbadora que sin duda ha quedado marcada por un entorno familiar que Javier Marías califica «de ominoso, por no decir directamente malvado» (Marías [1992] 2015): 63). Su tiránica madre no dejó nunca de ejercer sobre él una castradora influencia, prodigando su crueldad sobre la única hija que el escritor tuvo con una costurera que servía en su casa.

"La editorial Akal ha reunido en Klara Mílich y otros relatos de terror una serie de narraciones breves y cuentos de distintos periodos de Yván Turguénev"

Pero lo más sorprendente es su quijotesca relación amorosa, al más estilo amor cortés, con la mezzosoprano de origen español Pauline Viardot-García; casada con Louis Viardot: «un hispanista que tradujo Don Quijote al francés en 1836» (Turguénev, [1862] 2017: 8). Una relación tan extraña como morbosa, configurándose un triángulo en el que el autor de Diario de un hombre superfluo cumplía el papel de adorador superfluo de Pauline (la gitana, como su madre despectivamente la llamaba) y de pagano de los caprichos de los Viardot. Un amor propio de un esteta sobre el que recaen dudas de que en alguna ocasión fuese correspondido, desde luego no en vida de Louis Viardot; de esta relación tan frustrante como tortuosa dejó nota el perplejo Turguénev:

«Desde el momento en que la vi, desde ese minuto funesto, le pertenecí todo entero, como un perro pertenece a su amo; y si ahora, cuando muero, ya no le pertenezco, es sólo porque ella me abandonó como a un perro. […]. A decir verdad, nunca se interesó especialmente por mí. Al contrario, apenas notaba mi presencia, aunque a veces recurriera inocentemente a mi dinero. Para ella yo sólo era «uno rousso», «un bon enfant». Pero yo ya no podía vivir en otro sitio más que donde ella viviera. Y si yo me separé de lo que más quería, es decir, de mi propia patria, fue tan sólo por seguir a esa mujer» (ibíd.: 8-9).

La editorial Akal ha reunido en Klara Mílich y otros relatos de terror una serie de narraciones breves y cuentos de distintos periodos de Yván Turguénev que recogen sus diferentes intereses creativos, desde la contingente búsqueda de la trascendencia a través del arte de «¡Basta! (Fragmentos de los apuntes de un artista fallecido)» a sus preocupaciones por la idiosincrasia rusa, reflejada en los relatos de temática rural como «Una historia extraña», y a sus indagaciones sobre los misterios que se ocultan detrás del alma humana, como el que da título a esta compilación, «Después de la muerte de Clara Mílich», a los que hay que sumar «El perro» y el sueño». Este volumen también recoge otro de los relatos de índole testimonial que Javier Marías señala en sus Vidas escritas como «no muy conocido texto» (Marías [1992] 2015): 68), «La ejecución de Troppmann», un pionero alegato contra la pena de muerte. Esta variedad de temas hace que el subtítulo de esta selección —cuidadosamente traducida, anotada y prologada por Manuel Ángel Chica Benayas— «y otros relatos de terror» no sea la más adecuada, ya que terror hay poco en estas narraciones y sí mucha fascinación por el misterio y los arcanos humanos, o mejor dicho por lo “inefable”, por lo que se intuye, pero no se puede explicar, por lo que se sabe no sabiendo. Turguénev se suma en estos relatos a los escritores y poetas que infructuosamente persiguen la transcendencia a través de la sublimación estética de las palabras.

"Turguénev busca la trascendencia humana a través del arte, dada nuestra condición efímera sobre la tierra, desde una simbología netamente stendhaliana"

Una de las narraciones más sorprendentes de este volumen, por la poética que desarrolla en el mismo, es «¡Basta! (Fragmentos de los apuntes de un artista fallecido)», un texto seguramente inspirado en Stendhal, que también inspiró a André Maurois para realizar su memorable discurso de ingreso en la Academia Francesa, titulado Los efímeros: «Un insecto efímero —ha dicho Stendhal— nace a las nueve de la mañana en los largos días de verano, para morir a las cinco de la tarde: ¿cómo podría comprender la palabra noche?» (1938). En «¡Basta! (Fragmentos de los apuntes de un artista fallecido)», siguiendo con lo apuntado más arriba, Turguénev busca la trascendencia humana a través del arte, dada nuestra condición efímera sobre la tierra, desde una simbología netamente stendhaliana: «Pero el sol acabará por esconderse y los mosquitos caerán como una lluvia fina. Este será el fin de su efímera vida» (Turguénev, 2024: 236). Según el escritor ruso, la naturaleza tiene sus estrategias para perpetuarse eternamente en el instante efímero, a través de sus permanentes réplicas, del dibujo milimétricamente preciso que transmite a sus congéneres, por ejemplo, en las sucesivas alas de la mariposa. Esta reproducción exacta sobre sus alas recrea su inmortalidad, pero el ser humano no es replicable, es singular en sí mismo; de ahí la extrañeza y el terror que siente cuando se da cuenta de que «somos creadores solo por un instante», y de que ese es «nuestro privilegio y nuestra maldición» (ibíd.: 239). Las obras humanas están fatalmente condenadas al olvido tras el efecto abrasivo de la naturaleza, que «cubre de moho con la misma tranquilidad el rostro divino del Zeus de Fidias y un simple guijarro, y da como alimento a una polilla despreciable los más preciados versos de Sófocles» (238).

El relato «Fantasmas (Una fantasía)» tiene un arranque que no deja de sorprendernos —«Durante mucho tiempo no pude conciliar el sueño y no hacía más que dar vueltas de un lado a otro» (243)— y que se muestra como el precedente más directo del célebre comienzo de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust: «Mucho tiempo he estado acostándome temprano» (Proust, [1913] 1981: 11), donde el parisino, al cambiar el Narrador de postura en la cama, recrea las sucesivas habitaciones en las que ha dormido.

"Turguénev es un esteta que contempla y sublima con las palabras cualquier materialización"

Turguénev se eleva en «Fantasmas (Una fantasía)», nunca mejor dicho, ya que en este relato sobrevuela oníricamente distintas épocas y espacios de Rusia, Alemania, Francia, Italia… pero, como sucede con Turguénev, sin apenas rozarlos con su acendrada mirada. En este relato desarrolla una alegoría sobre lo inefable, que en realidad se convierte en un reflejo evidente de su depurado estilo literario y de su sublimada búsqueda de lo transcendente, y no desde una perspectiva religiosa, sino desde las imbricaciones connotativas del lenguaje. El punto de partida y de llegada de un esteta.

Puede que Turguénev —como señaló Tolstói—  no profundice en sus personajes ni tan siquiera cuando escribe de manera testimonial, como en «La ejecución de Troppmann», donde sus repulgos morales le impiden presenciar directamente el momento de su decapitación, guareciéndose en el patio de la prisión, «que para mí se había convertido casi en un refugio ante el horror que existía fuera de aquellas puertas» (Turguénev, 2024: 152), pero esta debilidad también es su fortaleza, la expresión más directa de su arte.

Turguénev es un esteta que contempla y sublima con las palabras cualquier materialización; pocos escritores han adorado con tanto fervor como él el templo de la belleza. Quizá por ello, para cualquiera que haya paladeado sus frases, su escritura resulte inolvidable.

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Bibliografía

Marías, Javier ([1992] 2015) Vidas escritas, Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, Alfaguara.

Proust, Marcel ([1913] 1981). Por el camino de Swann, traducción de Pedro Salinas, Madrid, Alianza Editorial.

Turguénev, Iván ([1862] 2017: 21). Padres e hijos, traducción y prólogo de Rafael Cañete Fuillerat, Tuivillus, editor digital, ePUB base rl.2

—(2024). Klara Mílich y otros relatos de terror, traducción, introducción y notas de Manuel Ángel Chica Benayas, Madrid, Akal, Clásicos de la literatura.

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