Contar Venecia, ser Venecia

Pese al tono abiertamente elogioso de mis palabras, creo que a Jáuregui no le agradará que lo llame “dandi”. Él mismo confiesa en su libro haber tonteado con el dandismo, aunque al parecer no fue nada serio, una noche loca, por así decir. Yo lo dudo, pues sólo un dandi inventa un yo ficticio para... Leer más La entrada Contar Venecia, ser Venecia aparece primero en Zenda.

Apr 15, 2025 - 05:34
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Contar Venecia, ser Venecia

Ignacio Jáuregui es un dandi malagueño criado en Sevilla que ha escrito un libro extraordinario sobre Venecia. Su secreto para lograr lo que tantos intentan y pocos consiguen (Venecia, ya saben, es prácticamente un género) ha sido mezclar en la proporción justa tres cualidades infrecuentes: una penetrante capacidad de observación acrisolada después de años dedicado profesionalmente al urbanismo y la arquitectura; una prosa precisa y deslumbrante, fruto sin duda de incontables y placenteras lecturas, y un delicado sentido del humor que, a falta de otra causa, atribuiré a gracia divina.

Pese al tono abiertamente elogioso de mis palabras, creo que a Jáuregui no le agradará que lo llame “dandi”. Él mismo confiesa en su libro haber tonteado con el dandismo, aunque al parecer no fue nada serio, una noche loca, por así decir. Yo lo dudo, pues sólo un dandi inventa un yo ficticio para dar la impresión de que escribe desde si mismo, que es lo que ha hecho en Venecia: Un asedio en espiral. Que añada que el dandismo le está vedado debido a su congénita incapacidad para el refinamiento prueba que miente. No se lo reprocho, los desdoblamientos y dobleces con que trata de abrochar su ficción únicamente pueden ser una cosa: literatura.

"Hay algo, sin embargo, que nadie había hecho hasta entonces seriamente y que él se propuso como tarea a fin de completar el proyecto de libro que tenía en mente"

Jáuregui, que ama Venecia, hizo al desatarse la pandemia del covid lo que no nos atrevimos a hacer otros amantes: marchar allí antes de que el miedo cerrara fronteras y bloqueara aeropuertos. Poder recorrer la ciudad sin tropezarse con la atosigante marea de turistas habitual era una tentación irresistible. Durante el mes aproximado que duró su estancia, se dedicó a pasear, mirar y escribir. Su único deber: permanecer con los ojos muy abiertos y, como decía Umbral, otro dandi, “no dejar escapar la mariposa”.

El libro soñado que fue componiendo (no él, sino su otro yo, el autor libre de pasiones turbadoras que pateaba Venecia vestido con corbata y sombrero para escribir luego como Henry James), no es ni una guía, ni una crónica histórica de la ciudad, ni un sesudo estudio urbanístico, sino el diario de un viajero que hubiera dado lo que fuera por tener en Venecia una experiencia original de todo lo que iba a ver, una experiencia no condicionada por siglos de literatura, pero al que no le quedó al final otro remedio que resignarse, como todos, con lo que hay, una realidad manoseada, de segunda mano, como un antiguo manual subrayado por anteriores propietarios.

"Esta era, pues, la idea: descubrir el envés de Venecia, todo eso que constituye su tramoya y pasa desapercibido a quienes únicamente miran lo consagrado"

Hay algo, sin embargo, que nadie había hecho hasta entonces seriamente y que él se propuso como tarea a fin de completar el proyecto de libro que tenía en mente: recorrer la periferia de la ciudad, su límite exterior, y tratarla de la misma manera que se reserva al resto. ¿Acaso los cantiles cubiertos de melenudas algas que circundan como un borde artificial Venecia (no entera) y sus aledaños caóticos y rebozados por la suciedad grasienta de los vaporetti no constituyen una parte fundamental de la ciudad, ciudad que, por cierto, encarna mejor que ninguna otra la lucha del ser humano contra la adversidad? Esta era, pues, la idea: descubrir el envés de Venecia, todo eso que constituye su tramoya y pasa desapercibido a quienes únicamente miran lo consagrado.

Con ese objetivo en mente, las panzudas gaviotas que descansan sobre los postes de madera que pespuntean la laguna, el estrato turbio y hediondo sobre el que reposan las casas o el cabrilleo de la luz en el trasdós de los puentes, resultan igual de importantes que los mosaicos de San Marcos o las filigranas ojivales de la Ca’ d’Oro. Hay que abrir los ojos a todo, no sólo a la belleza monumental o a las preferencias personales (las de Jáuregui son los pecios arquitectónicos —puertas que no conducen a ninguna parte, arcos entre fachadas, etc.— y los jardines). Una búsqueda así exige no conformarse con lo primero que sale al paso, escudriñarlo todo, a todo darle la vuelta, pues esa es la primera y fundamental obligación de quien busca la música callada de las cosas. “La música, el otro lado del aire”, que decía Rilke.

"La gran virtud de este libro lleno de virtudes es la contención, algo directamente vinculado con el dandismo y su desprecio por lo sentimental, el vicio de la mayor parte de los libros consagrados a Venecia "

Pertrechado con un rico alijo de precisiones (el yo ficticio parasita al yo real y le chupa su saber de arquitecto) y un conocimiento asombroso de la historia y la vida veneciana, consciente asimismo de lo difícil que es hablar con naturalidad de la Serenísima, Jáuregui (digo, su doble) optó con buen criterio por no engolar la voz y anteponer lo denotativo a lo gutural para simplemente contar cómo son las cosas, o cómo las recuerda, porque no era la primera vez que estaba allí o escribía sobre ellas. Una prosa plástica, volumétrica, de alguien que conoce igual de bien las apariencias y los materiales, le ayudó a conseguirlo sin incurrir en las poses narcisistas típicas de la hoy fashionable autoficción. Prueba de que efectivamente lo logró es que después de acompañarle fascinados durante veintitantos días en sus largos paseos por la ciudad no sabemos qué come, dónde se aloja, a quién añora o con quién se ve.

Y es que la gran virtud de este libro lleno de virtudes es la contención, algo directamente vinculado con el dandismo y su desprecio por lo sentimental, el vicio de la mayor parte de los libros consagrados a Venecia. Si a Jáuregui se le escapa en algún momento la prosa de las manos y echa a volar como un globo, no duda en pincharla inmediatamente. Lo mismo ocurre si, en un descuido, salta de lo narrativo a lo teórico, cosa que no creo que nadie le reproche porque sabe bien lo que dice. El propósito del libro, sin embargo, no es convencernos ni convencerse de nada. Que Venecia es irreductible a lo italiano porque es más que lo italiano, que el gran problema de Venecia es el exceso de diagnóstico, que para llegar al fondo de las cosas sirven más las mentiras del arte que las verdades a menudo mediocres de la ciencia, son ideas que el lector juicioso compartirá con él.

"En fin, no lo duden, busquen el libro, les encantará, pero no se engañen, aunque tropiecen con él en la sección de viajes de la librería, se trata de literatura en estado puro"

Su intención, repito, no ha sido dar lecciones de ninguna clase, sino tomar la ciudad para si, apropiársela material y espiritualmente. De ahí el título, “un asedio en espiral”, título en realidad paradójico porque la espiral es una línea curva que se genera a partir de un punto que se va alejando del centro mientras gira alrededor de sí mismo y lo que ocurre aquí es exactamente lo contrario: la espiral ya estaba ahí —Venecia es como es porque durante los mil años de independencia de que gozó se gobernó como se gobernó— y lo que hace el narrador, girando sobre el sí mismo que ha inventado, es ir desde el exterior hacia el centro, sacar a la luz remontando el río de Heráclito el misterio de la ciudad, del que es un reflejo su escritura.

En fin, no lo duden, busquen el libro, les encantará, pero no se engañen, aunque tropiecen con él en la sección de viajes de la librería (es lógico porque el argumento del libro es su escenario, descrito como pocos libros lo han hecho), se trata de literatura en estado puro: el auténtico protagonista en él es la palabra del narrador.

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Autor: Ignacio Jáuregui. Título: Venecia: Un asedio en espiral. Editorial: Athenaica. Venta: Todos tus libros.

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