50 años sin Hannah Arendt
Medio siglo después de su muerte, las ideas de la filósofa Hannah Arendt siguen vigentes. En la era líquida y digital, reflexionar sobre la banalidad del mal es fundamental para fomentar el pensamiento crítico y la acción individual y colectiva. La entrada 50 años sin Hannah Arendt se publicó primero en Ethic.

El 4 de diciembre de 1975 la ciudad de Nueva York vio morir a la filósofa alemana Hannah Arendt. En realidad, ella nunca se sintió cómoda con esa etiqueta, tal y como hizo constar en una entrevista de 1964, en la cual afirmó: «No me siento en modo alguno una filósofa». Pero lo cierto es que, cincuenta años después de su muerte, sus ideas continúan ejerciendo de faro para vislumbrar el confuso contexto que circunda.
En la que quizá sea su obra más conocida, Eichmann en Jerusalén, Arendt describió el juicio a Adolf Eichmann, un cargo nazi responsable del destino que innumerables personas encontraron en los campos de concentración. Para sorpresa de Arendt, Eichmann no era ningún diablo o psicópata, sino un burócrata que se justificó alegando que cumplía órdenes. De esa impresión surge su concepto de «la banalidad del mal». El mal no procede necesariamente de dementes que quieren hacer daño, sino que se reproduce y expande mecánicamente en el vínculo de personas comunes y corrientes. No es en las entrañas del averno donde nace, sino que aflora en la ausencia de reflexión y pensamiento crítico. Y la idea ha adquirido una nueva significación en la era digital. La automatización de las decisiones a través de los algoritmos, el anonimato en las redes, la distancia emocional ofrecida por pantallas que exponen con indiferencia el sufrimiento ajeno, la facilidad con la que se domeña con tergiversaciones, todo ello alienta el fantasma de la banalidad del mal.
La propia Arendt lo experimentó al tener que exiliarse, viendo cómo incluso su otrora maestro y amante Martin Heidegger se torna cómplice de la causa nazi. Lo que hoy es derecho puede mañana diluirse como el humo, y para ello es preciso la simple complicidad indiferente. Es por ello que Arendt no se cansó de reclamar el «derecho a tener derechos». No en lo abstracto, ni gracias a un marco estatal que mañana puede variar, sino como derecho internacional efectivo que no deje a nadie –inmigrante, refugiado, etcétera– en los márgenes de la sociedad.
Arendt reclamaba el ‘derecho a tener derechos’, una garantía que no dejara a nadie fuera
Asusta observar la vigencia de su trabajo de 1951, Los orígenes del totalitarismo. La facilidad con la que tanta gente hoy se identifica con discursos de odio. La sencillez con la que los ciudadanos –confundidos con meros consumidores de los medios audiovisuales– compran a precio de saldo relatos pobres de la realidad. No se trata solo de la ausencia de crítica individual, sino de la apatía moral que parece prevalecer.
Siguiendo la batuta de Hannah Arendt, la actual polarización nacional e internacional –traducida en un sempiterno y vago «nosotros versus ellos»– predomina a costa de una ausencia de reflexión. Este es el caldo de cultivo del que surge un totalitarismo que no se reduce a una organización autocrática. Para Arendt, la estructura dictatorial solo es la punta del iceberg de un fenómeno mucho más complejo que, entre otras cosas, parte de la complicidad de individuos que se sienten escudados por los mantras de un rebaño.
Como sentenció Bauman, el mundo posmoderno es líquido. Cada medio de comunicación, cada grupo político y social, cada gobierno, en definitiva, modela discursos que solo procuran que los aires soplen a su favor. Ni siquiera el consenso científico casi universal en temas tan delicados como el cambio climático se libra de este tendencioso y superficial cuestionamiento.
En este estado de desaliento, merece la pena volver la vista a Hannah Arendt. Frente a este panorama, ¿hay espacio para el optimismo? Lo hay, y la obra de Arendt perfila una hoja de ruta que pasa por el refortalecimiento del espacio público. Un espacio que dé cabida a la acción individual, al pensamiento crítico, a la discusión pacífica y enriquecedora.
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