Bullying de estado contra las críticas y los argumentos

El líder populista es esencialmente un acosador moral con coartada altruista —se autopercibe un revolucionario: el fin justifica los medios—, y a Javier Milei ese traje le va como pintado. Su brillante estratega, que se ganó el puesto porque no quiso cambiar al León, tuvo la astucia de confeccionarle un arma arrojadiza a su medida,... Leer más La entrada Bullying de estado contra las críticas y los argumentos aparece primero en Zenda.

Apr 22, 2025 - 00:37
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Bullying de estado contra las críticas y los argumentos

Todos los días se aprende algo nuevo: el británico Tim Field es citado por los académicos como uno de los más agudos teóricos del mobbing. Este fenómeno de acoso laboral podría adaptarse a la política, aunque siempre de una manera imperfecta: un país no es una empresa, pese a que Trump crea lo contrario. El perfil del acosador laboral, sin embargo, guarda algunos parecidos con el acosador político: se inclina por decir mentiras y editar la verdad para acusar a su víctima de todo; sobreactúa seguridad en sí mismo y oculta baja autoestima, que compensa con un hostigamiento constante; suele ser vengativo y vapulear al objeto de sus acciones; simula cordialidad y esconde una gran ira interior; jamás hace autocrítica y culpa de sus derrotas a otros: busca todo el tiempo chivos expiatorios, y disfruta ejerciendo la humillación. Ambos abusan del poder, difaman a los demás y generan a su alrededor un ambiente tóxico y servil; gente rota, que viene a romper. El mobbing tiene consecuencias judiciales y es vigilado por las corporaciones privadas más modernas; como cultura política, no obstante, goza de buena salud y hasta es reconocido como una herramienta efectiva para “domar” a disidentes y amedrentar opositores.

"Para sus groupies y militantes, y para muchos miembros del sistema de medios, la verdad y el insulto consisten en lo que el líder subjetiva y arbitrariamente determina"

El líder populista es esencialmente un acosador moral con coartada altruista —se autopercibe un revolucionario: el fin justifica los medios—, y a Javier Milei ese traje le va como pintado. Su brillante estratega, que se ganó el puesto porque no quiso cambiar al León, tuvo la astucia de confeccionarle un arma arrojadiza a su medida, un modus operandi de juicio y castigo a la crítica en las redes sociales, con desacreditación del oponente, patrullaje de la opinión discordante, montajes falsos y escraches bajunos: un 678 de dimensiones oceánicas. Luego el Presidente, a su vez, confirma con su propia personalidad esa metodología: su carácter exuda las mismas características de sus empleados y fanáticos; le encanta “guantear” a sus objetores.

Para sus groupies y militantes, y para muchos miembros del sistema de medios, la verdad y el insulto consisten en lo que el líder subjetiva y arbitrariamente determina. Cualquier crítica resulta así una mentira y una ofensa, y puede ser contestada con el agravio más grande y la piña simbólica más demoledora. A Javier Milei, este articulista jamás lo llamó imbécil, ni estúpido ni corrupto, ni mucho menos mono sodomizado o ser repugnante, pero el jefe de Estado se sintió habilitado para proferir todas esas injurias “en defensa propia”, con una respuesta cargada de odio y completamente desproporcionada. Sus subordinados, que todavía son más creativos, ampliaron la zona de calumnias y ultrajes. La experiencia demuestra que ningún gobernante se abuena o democratiza a medida que corre el tiempo en el poder; más bien todo lo contrario: el sujeto tiende usualmente a cargarse con más encono, a radicalizar sus posiciones y a perfeccionar las represalias contra las voces incómodas.

"Es increíble que hayamos regresado a la prehistoria y tengamos todavía que explicar la importancia de las reglas en una democracia liberal"

La saña del libertario no se concentra en los acólitos del “movimiento nacional y popular”, sino en el campo republicano. No hay inocencia ni impulsividad en esa persecución: da por perdidas las otras audiencias y votos, y quiere encarnar no el Anticristo sino el AntiKirchner, y ser el monarca único e indiscutido de todo ese amplio valle. Cualquier divergencia en ese sector de tan diferentes sensibilidades políticas e ideológicas, es tomado como un gravísimo acto de insubordinación y pone en riesgo su proyecto. La “ofensa” esta vez consistió en cuestionar “el gran secreto” según la cual estos genios tienen fríamente calculado hasta el error. Esa narrativa —somos los mejores del mundo, todo estaba decidido desde agosto y aun hasta la desesperante hemorragia de reservas, la ampliación de la brecha, la inflación de marzo y la suba del riesgo país formaban parte del “plan maestro”— no puede flaquear, puesto que sobre ella se edifica la idea del mesías infalible. Negar que falló al gastar cientos de miles de dólares para llevarse una foto y un encuentro de apoyo con Trump en Mar-a-Lago y trajo solamente un acrílico ganado junto a Natalia Denegri, es una tontería: fueron fuentes del mismo gobierno quienes avisaron a la prensa para que estuviera atenta porque esa “cumbre” se iba a realizar. Que luego haya visitado la Casa Rosada el secretario del Tesoro —notable gesto trumpista— no borra el bochornoso episodio anterior, sólo calma con más rabia el alma atormentada del jefe de Estado. Dicho sea de paso: es probable que este programa, que en parte le hace honor a tantos reclamos desatendidos formulados por los “mandriles”, le permita llegar en excelente forma a octubre y, con su polémica política de dólar barato, logre ganar bien las elecciones de medio término. Enhorabuena. Eso tampoco borrará que el programa inicial estaba mal pensado y que debieron dinamitarlo para poner en práctica uno nuevo. Pecaron de soberbios, se equivocaron y lo enmendaron. Aseverar que este análisis “envenena la cabeza de la gente” y constituye una afrenta, y llegar a la conclusión de que debe ser respondido con bullying de Estado va mucho más allá de la catarsis: consagra la intimidación y promueve la autocensura. Por lo que se ve, al vocero presidencial eso tampoco lo preocupa demasiado; nos dejó el otro día una frase sincericida: “Por cuidar las formas estamos como estamos”. El libertarismo es un “pensamiento confrontativo con la democracia”, como señaló Pablo Gerchunoff. Pero Manuel Adorni falta a la verdad cuando afirma que este gobierno no se queja de los periodistas e invitados de la televisión; tal vez no lo haga él en persona, pero por encima o al lado hay muchos que se sienten habilitados a mandar mensajes enfurecidos a raíz de la presencia en pantalla de determinados contradictores. Es increíble que hayamos regresado a la prehistoria y tengamos todavía que explicar la importancia de las reglas en una democracia liberal, donde es sano y fundamental un periodismo fiscalizador y voces cuestionadoras. Resulta profundamente autoritario y capcioso confundir a quien discrepa con quien “opera”: el primero ejerce su criterio con honestidad; el segundo tiene interés partidista o pecuniario; también lo es desdeñar a cualquiera que no piense como la tribu oficial, porque eso desnuda una clara discriminación ideológica. Practicar el mobbing desde la residencia de Olivos y contar con una claque fiel que reparte la hiel no demuestra superioridad moral, sino una peligrosa baja autoestima.

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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires

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