Aguafuertes sudacas: A mis queridos críticos

Decía, entonces, sucede que harta ya de estar harta de escribir seriedades importantes que a nadie importan, hoy, señoras, he resuelto hacerme crítica de arte (todos de pie). Sí. Crítica. O para que suene más rococó diremos reseñista. Primero porque escribo como el culo (imprescindible virtud para desempeñar tal oficio); segundo, porque descubrí que no... Leer más La entrada Aguafuertes sudacas: A mis queridos críticos aparece primero en Zenda.

Apr 22, 2025 - 07:38
 0
Aguafuertes sudacas: A mis queridos críticos

Callen. Todos. Deje cada uno de ustedes ya mismo la nimiedad que está haciendo (que seguramente es alguna estupidez), y oiga la trascendente noticia que tengo para darles. Y no se queeejeee… No se empiece a quejar con que la estoy prepoteando, con que le vengo con dictámenes sobre lo que tiene que hacer o dejar de hacer. Si la cosa es así, ¿o no? Si no se lo tiene al sujeto (usted) encorsetado, si no se les pintan las dos líneas en el camino agarran para cualquier lado y son capaces hasta de hacer destrozos, como niños, dice la experiencia histórica (así que agárresela con ella). ¡Pero no me cambie de tema que me bifurco! Dios mío… No sé porqué la sigo aguantando yo a usted, será que la necesito.

Decía, entonces, sucede que harta ya de estar harta de escribir seriedades importantes que a nadie importan, hoy, señoras, he resuelto hacerme crítica de arte (todos de pie). Sí. Crítica. O para que suene más rococó diremos reseñista. Primero porque escribo como el culo (imprescindible virtud para desempeñar tal oficio); segundo, porque descubrí que no sirvo para otra cosa; y tercero, me di cuenta de que el arte de verdad no está en pintar, componer, escribir, sino en lograr que la gente te tome en serio cuando hablas de lo que pintan, componen o escriben los demás.

"¡Hasta me ofrecen plata para que escriba bondades incluso sobre las porquerías más horrorosas del mundo!"

Ahora, entre nosotros, el arte… ¡La cultura! Qué palabras idiotas, ¿no? Las pronuncian con aires solemnes en reuniones llenas de giles como si no fuesen más que excusas para la farsa elegante. ¡Y qué farsa! Ahí está el renombrado dramaturgo, el archivendido escritor obligado por la crítica de vanguardia a “generar ruptura”, pero no demasiada; a profundizar (pero que sea comprensible para los enanos de intelecto, que son los que pagan lo que sea por un libro); a tocar temas “sensibles” pero que no hagan sentir incómodos a los pocos que aún conservan algo de lucidez. Pobre hombre…. Cree que escribe porque tiene algo importante que decir y en realidad lo hace porque el público mediocre ha decidido que este año el formato monólogo corto sobre derechos humanos es lo que llena las salas y vende libros de bolsillo (libros de bolsillo… cuanta nostalgia…).

Entonces, como escuchó, de ahora en más voy a dedicarme a arruinar con una sola frase la vida de quien ha pasado años torturándose para producir una obra, una película, una novela. Voy a ir a ver teatro, gratis, por supuesto, yo y toda mi familia, que a caballo regalado se lo exprime hasta que chilla, para finalmente parir una reseña en la que no sabré mucho que escribir, porque suelo entender poco, pero tampoco importa mucho con tal de que el resto me crea. Y vaya que me creen. Me llenan de obras para que YO las evalúe. ¿Puede haber una farsa más enorme que esa? ¡Hasta me ofrecen plata para que escriba bondades incluso sobre las porquerías más horrorosas del mundo! ¿Qué? ¿Qué tiene? No me mire con esa cara. No hago más que cumplir con mi deber. Lo hago porque el mundo me lo exige, nada menos, nada más. Me pagan para ser el cáncer de los creadores, y sería una estúpida si me negara a cumplirles. ¿Quién soy yo para luchar contra las necesidades de la irónica humanidad? Piense usted que sin el inmoral la moralidad carecería de valor.

"Porque el arte, al final, es secundario: lo importante es la narrativa que lo envuelve"

También miraré cuadros, por supuesto. Con los brazos cruzados, la mirada atenta y sobria, largo rato, y en determinado momento, bajo la atención casi temerosas de los presentes que saben que soy alguien importante voy a ladear la cabeza, como si el destino del mundo estuviera oculto en los brochazos del pintor muerto de hambre, entrecerraré los ojos, aspiraré el aire con gesto grave y luego, solemnemente, a quien sea que esté a mi lado le diré: “Aquí hay una dialéctica entre la angustia expresionista y la disonancia cromática de la posmodernidad tardía”. Por supuesto, el pobre salame que acaba de escucharme, que sólo ve un manchón de colores y un par de líneas, sentirá que ha nacido con un déficit irreparable de sensibilidad.

Y ya que viene al caso también podría ser jurado de concursos, que es lo mismo pero con la satisfacción adicional de decidir quién merece seguir creyendo en su talento y quién debería dedicarse a pasear perros. Ojo, aceptaré el cargo con enorme responsabilidad, consciente de que, más que premiar la genialidad tengo que premiar a quien mejor haya entendido los gustos de la cofradía crítica, del público vulgarote que pone la pasta. Porque el arte, al final, es secundario: lo importante es la narrativa que lo envuelve.

Y así seguiré, día tras día, juzgando como si fuera dueña de la verdad, sentenciando carreras con un gesto de mano, escribiendo reseñas que nadie entiende pero que todos citan hasta que en algún momento algún otro importante reseñista me dedique un artículo diciendo que mi obra como crítica es “un ejercicio deconstructivo que desafía las estructuras hegemónicas de la interpretación artística”. Entonces me retorceré de gusto, entonces sabré que al fin me he doctorado en canallada.

La entrada Aguafuertes sudacas: A mis queridos críticos aparece primero en Zenda.