Un final para Francisco
Es ahora, en los días posteriores a su muerte, cuando Francisco se demuestra no solo como un papa amado, sino como un pontífice capaz de conciliar y asimilar a casi todos los contrarios. Esa es la esencia de la universalidad que tanto ansiaron los filósofos y, si se quiere, del catolicismo ya desde su etimología. La entrada Un final para Francisco se publicó primero en Ethic.

Las grandes historias solo se comprenden tras el desenlace final. Ocurre con los buenos libros y sucede, también, en la vida, que tantas veces emula a las ficciones. La búsqueda del sentido es lo que tiene, que solo podemos dar razón de lo ocurrido cuando la trama llega a su término. Y por eso la trayectoria del papa Francisco ha cobrado un nuevo sentido después de su muerte. O al menos es así como algunos lo vivimos.
Confieso que, cuando fue elegido, eran muchas las cautelas que albergaba. En gran medida, el legado de su predecesor, Benedicto XVI, creaba una enorme sombra y abría un espacio de incertidumbre inédito. Nunca habíamos vivido el nombramiento de un Sumo Pontífice mientras el anterior papa seguía vivo. Además, el vigor intelectual y teológico de Ratzinger hacía imposible no lamentar su marcha. Tal vez fuera un defecto profesional de académico, pero con el nombramiento de Francisco algunos sentimos un vértigo forzoso por el adiós del gran teólogo alemán.
Desde la elección de su nombre hasta sus primeras maneras, el nuevo papa exhibió una personalidad singular que casi dio lugar a la fábula. Sus seguidores y sus críticos proyectaron sobre él esperanzas y temores imaginarios, y la personalidad del pontífice multiplicó su visibilidad e influencia. En su trayectoria de hombre, él mismo lo expresaba, no faltaron errores que con ánimo sincero supo reconocer. Su verbo arrebatado de porteño le jugó algunas malas pasadas pero, al fin y al cabo, todos los argentinos colosales brillan no por ser perfectos, sino por derrochar virtudes capaces de opacar hasta el peor desliz. Francisco no fue una excepción.
Su amor por los pobres, su palabra de acogida y hasta su sensibilidad contemporánea no eran virtudes exclusivas de Francisco. A otros papas los vimos rimar con su circunstancia y, desde luego, el compromiso con los desheredados es algo que cualquiera que haya transitado accidentalmente por la Iglesia habrá encontrado, por fortuna, muchas veces. Sin embargo, estos rasgos constantes junto con sus tropiezos le sirvieron a Bergoglio para elevarse como un referente total en el que su humanidad completa sirvió para inspirar a millones de personas.
Bergoglio, con su sensibilidad y sus tropiezos, se eleva como un referente total
Es ahora, en los días posteriores a su muerte, cuando Francisco se demuestra no solo como un papa amado, sino como un pontífice capaz de conciliar y asimilar a casi todos los contrarios. Esa es la esencia de la universalidad que tanto ansiaron los filósofos y, si se quiere, del catolicismo ya desde su etimología. De Putin a Zelenski, de Sheinbaum a Trump, de Yolanda Díaz a un redimido Milei, el papa Francisco se tenía guardado un último mensaje para el mundo después de su muerte. Al final va a ser cierta aquella intuición de la coincidentia oppositorum que pergeñara, allá por el siglo XV, Nicolás de Cusa. Porque la universalidad no puede excluir a nada ni a nadie, e incluso en quien piensa de forma antagónica a nosotros puede haber un atisbo de verdad y de razón que no debe ser despreciada.
La admiración por Bergoglio nos invita a volver a creer en que la sed de verdad y de justicia es una y la misma en todos los lugares del mundo y en todos los corazones. Puede que no sea ahora ni en las próximas décadas, pero la muerte de Francisco hace de la historia un lugar para el cumplimiento de toda esperanza. Es posible que la concordia llegue algún día y la vida de un hombre que quizá no fue perfecto nos sirvió para entenderlo. Siempre hace falta esperar hasta el final.
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