La llamada de… Pierre Lemaitre

Pierre Lemaitre llegó a la literatura a través de una novela que lo era todo menos literaria. Hasta aquel momento, había entretenido la infancia con tebeos, cómics y demás historietas de corte gráfico, pero, a la edad de trece años, si es que no era a la de catorce, tropezó con un libro que le hizo sentir exactamente lo mismo que Bastian cuando robó el ejemplar de La historia interminable. La entrada La llamada de… Pierre Lemaitre aparece primero en Zenda.

Apr 16, 2025 - 00:50
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La llamada de… Pierre Lemaitre

Foto de portada: © Marta Calvo

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo para algunos más complejo: la literatura.

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Pierre Lemaitre llegó a la literatura a través de una novela que lo era todo menos literaria. Hasta aquel momento, había entretenido la infancia con tebeos, cómics y demás historietas de corte gráfico, pero, a la edad de trece años, si es que no era a la de catorce, tropezó con un libro que le hizo sentir exactamente lo mismo que Bastian cuando robó el ejemplar de La historia interminable en la librería del gruñón, pero a la vez entrañable, señor Koreander: que en verdad ese volumen “¡le había pertenecido siempre!”. Esa sensación de propiedad fue la que se adueñó de Lemaitre cuando vio por primera vez la portada de Sin familia, una novela de no poca envergadura —físicamente hablando, se entiende— firmada por el decimonónico, además de moralista, Hector Malot. En otras circunstancias, al chaval le habría dado pereza adentrarse en las páginas de semejante mamotreto, pero en aquella ocasión, y todavía hoy no sabe explicar el motivo, sintió la necesidad de leerlo. Y lo hizo. Vaya que si lo hizo.

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Sin familia cuenta la historia de Rémi, un niño adoptado cuyo padre putativo, hostigado por la miseria pero también acuciado por la maldad, lo vende a un músico ambulante que recorre Francia con una troupe de animales adiestrados. Lo que en este punto podría parecer el arranque de una gran aventura se convierte, sin embargo, en un drama de enormes proporciones en el que prácticamente todos los personajes mueren cuando no de inanición, sí de congelación, y en el que los supervivientes acaban ora encarcelados, ora esclavizados. Con todo, las cuitas de Rémi tocan a fin el día en que encuentra a su familia biológica y, se supone, inicia una vida marcada por la felicidad. En resumidas, Sin familia es un melodrama de padre muy señor mío que, en su momento, hizo llorar a los suficientes niños como para que una productora japonesa tomara la decisión de convertirlo en una serie anime que pretendía, aunque no lo logró, emular el éxito de Heidi o Marco.

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El jovencito Pierre Lemaitre también sucumbió ante aquella historia de corte moralizante y reconoce que, mientras devoraba sus páginas con fruición, sintió eso que experimentan los escritores durante el proceso creativo: el deseo de ser Dios o, mejor dicho, el deseo de ser un dios bondadoso que ayudara a Rémi. De este modo se produjo el despertar literario de Pierre Lemaitre: buscando la forma de cambiar el destino de un personaje cuyo futuro estaba literalmente escrito. Años después, convertido ya en un hombre hecho y derecho, se dejó llevar por la nostalgia y releyó las primeras páginas de Sin familia, descubriendo en esta ocasión que no es que Hector Malot fuera un escritor mediocre, sino que era lo más infame que un lector se podía echar a los ojos. Aquella novela era tan mala que no tenía ni un clavo ardiendo al que agarrarse y Lemaitre llegó a pensar que, habiendo entrado en la literatura por una puerta así de destartalada, jamás conseguiría componer un libro bueno. El miedo al contagio le sumió en la más profunda de las inseguridades y, temiendo siempre caer en los mismos errores que Malot, tomó la decisión de trabajar con el doble de ahínco que sus compañeros de oficio. De ahí que terminara ganando el Goncourt, del miedo que tenía a ser un escritor tan malo como aquel su primer referente.

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Normalmente, cuando preguntas a los escritores por el libro que les hizo amar la literatura, casi siempre aparecen grandes nombres. En esta misma serie, por ejemplo, hemos descubierto que Guillermo Roz leyó su primer cuento de Cortázar en un tren y que sintió “que entraba en un túnel del que ya nunca más podría salir”, que Mar García Puig y Layla Martínez no volvieron a ser las mismas tras la lectura de Los santos inocentes, que Diego Zúñiga todavía recuerda el momento exacto en que abrió su primer Roberto Bolaño y que, de algún modo, Ana Paula Maia se considera hija del mismísimo Platón. Todos esos autores buscan el reflejo de los mejores espejos, pero de vez en cuando aparece un escritor que señala a algún prosista sin garra ni nervio y, aun así, reconoce que fue él quien le cautivó. A este respecto, Elena Poniatowska nos ha contado en esta misma sección que se inició con la Biblioteca Rosa de la Condesa de Ségur, Alfons Cervera con las novelitas del Oeste que el autobús de línea llevaba a su pueblo y, si me permiten un recuerdo personal, añadiré que yo mismo aluciné con un Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, del que hoy no logro pasar de la segunda página. Y, sin embargo, ni yo reniego de aquel libro ni Lemaitre hace lo propio con Malot. Porque uno llega a una edad en la que comprende que lo importante no es la calidad de quien nos introdujo en el mundo de las letras, sino su capacidad para hacer de Flautista de Hamelín y conducirnos hasta la entrada de una cueva de la que ya nunca querremos salir. Y, ya solo por eso, esos escritorzuelos de segunda, tercera o cuarta división merecen su rinconcito en gran cementerio de la literatura universal.

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La última novela de Pierre Lemaitre es Un futuro prometedor (Salamandra).

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