El pan y la palabra, de Sergio García Zamora
*** Nada que declarar Soy pobre y emigrado. ¿Para qué darte más señales? Miro libros que no puedo comprar. Miro ropa que no puedo comprar. Miro muebles que jamás compraré. Alguna tarde de niebla voy con mi amor y entramos en la misma librería alucinada y hojeo ediciones preciosas y leo allí de pie y... Leer más La entrada El pan y la palabra, de Sergio García Zamora aparece primero en Zenda.

Sergio García Zamora es un poeta y aprendiz de panadero nacido en Esperanza, Cuba, en 1986. Licenciado en Filología Hispánica por la UCLV. Autor de los poemarios Resurrección del cisne (Premio Rubén Darío, 2016); El frío de vivir (Premio Loewe a la Creación Joven, 2017); Diario del buen recluso (Premio Gabriel Celaya, 2018); La canción del crucificado (Premio Blas de Otero de Majadahonda, 2018); Los uniformes (Premio Jorge Manrique, 2019); Los conspiradores (Premio Juan Alcaide, 2020); Los maniquíes enfermos (Premio Blas de Otero – Ángela Figuera, 2021); Informe del alucinado (Premio Nicolás del Hierro, 2023) y El río de los derrotados (Premio José Carlos Becerra “El otoño recorre las islas”, 2024). Actualmente radica en Paredes de Nava (Palencia). Presentamos una selección de poemas de su último libro, El pan y la palabra, que obtuvo el XXIII Premio Emilio Alarcos de Poesía y fue publicado por Visor. Es una obra en la que García Zamora plantea un canto sincero y descarnado a favor de los olvidados, donde la ternura de quien abraza a los que siempre pierden se mezcla con la firmeza de quien amasa el pan con sus propias manos hasta darle forma. Poemas que, en palabras de Francisco Cano, recorren los caminos que van desde lo cotidiano a las alas extensas que puede suponer el existir, las sendas que llevan desde el sueño labrado a la fraternidad. El pan, el obrador, como símbolo. El poeta acude al pan diario del oficio y encuentra la palabra como don y levadura. Y la palabra tiembla en la memoria, en el dolor del transterrado que es.
***
Nada que declarar
Soy pobre y emigrado.
¿Para qué darte más señales?
Miro libros que no puedo comprar.
Miro ropa que no puedo comprar.
Miro muebles que jamás compraré.
Alguna tarde de niebla voy con mi amor
y entramos en la misma librería alucinada
y hojeo ediciones preciosas
y leo allí de pie y para ella
los poemas terriblemente bellos
de otro poeta pobre y emigrado.
Alguna tarde invernal voy con mis hijas
a la tienda de los maniquíes enfermos
y me pruebo un abrigo estupendo
que las hace sonreír y abrazarme.
Alguna tarde sin trabajo y sin colegio
vamos en familia y en juego a la ciudad,
a los comercios de la Calle Mayor:
qué cómodos sillones, qué amplias camas
para acostarnos todos esta temporada,
qué mesa de cristal tan largo
donde tienen sitio también
los padres y los hijos que faltan.
A veces pienso en mi patria,
más que pobre, empobrecida,
pero no pagaré este verso con la nostalgia.
Soy pobre y emigrado.
O emigrado y pobre y pueblerino,
qué importa el orden de la carencia.
Tengo un sofá, una manta que tejió mi madre,
las páginas de un amigo y el amigo.
Mío es el dolor tremendo
y mía la tremenda esperanza.
***
Tenería
En la tenería derruida se curte la memoria,
pero mi memoria es piel bajo la piel bajo la piel;
piel sangrante, insular, hecha jirones,
piel que todavía no me arranco.
Ven conmigo, palabra, al arrabal.
Si no conoces el espíritu doliente del arrabal,
¿cómo comprenderás los arrabales del espíritu?
Yo comprendo porque soy un extranjero:
un extranjero resulta dos veces desollado.
Al partir y al arribar nunca se salva
ni el falso cuero de sus maletas.
Qué importa el hedor, la nauseabunda
lengua de odiosos odiadores.
Tú limpias el aire con tu aire, palabra.
Con la nueva memoria fabricas abrigos y zapatos,
fabricas sombreros amables para todos,
hasta una silla de montar me dispones.
Amo este paseo de jinete sin caballo,
este galope de la esperanza a la esperanza,
esta tenería derruida en el barrio pobre
donde el alma comienza a recordar.
***
Vindicación de los sueños
Agricultores y ganaderos,
nada sé de flacas espigas ni de flaquísimas vacas;
no siento orgullo en decir que sufrí hambre
y que hambre sufren los míos.
Yo era de un país de poetas.
Más que la traición de sus líderes,
me dolió la traición de jóvenes
a los que abracé y llamé hermanos.
Todos me vendieron. ¿O quedó alguno
que todavía pueda en soledad
pronunciar sin temblor mi nombre?
Nadie me ha pedido perdón,
pero ya me perdoné para perdonarlos.
Ahora interpreto otros sueños. ¿O son los mismos?
Un teatro que se levanta de las ruinas.
Una casa del pan que será casa.
Un aula donde recita la vida
las coplas de la muerte.
Unos hombres y mujeres que me abrazan
y a los que llamo también hermanos.
Agricultores y ganaderos,
nada sé de esclavitud ni faraones
porque en la poesía elegí mi pueblo.
Y a la noche vamos a la noche
de los campos y las bestias,
a la noche donde la esperanza sueña
con graneros y bueyes colmados
cuando todas las patrias sean una patria
y todos los sueños hijos de este sueño.
***
Nevada
La extrañeza baja en copos lentos
que de tan lentos se vuelven amables.
Para el extraño todo resulta extrañeza
y de pronto el silencio lo conmueve.
Cuánta blancura, cuánta parsimonia
quiere poner también sobre las cosas.
Son más iglesias las iglesias,
más cementerio el cementerio.
Nadie oye caer este poema,
aunque haya palomas y caballos
y un humillo saliendo de las casas.
El alba: ¿vuelo o galope?
El alma: ¿arrullo o relincho?
En mi país las páginas se llenan de verano,
pero la vida sigue entre sus fuegos
sin el pan ni la palabra.
Qué frío escribir tiene la nieve,
la primera nieve del emigrado.
***
Carta del emigrado
Duerme tranquila que todo se ha cumplido.
Reboso salud y entusiasmo, me derramo
sobre otras vidas que a su vez se derraman
sobre el claro fluir de nuestras vidas.
Nuestras vidas son ríos de leche y miel,
garrafas desbordadas de vino milagroso
y cántaros colmados de aceite virgen.
Vivimos agradecidos y familiares
para no ahogarnos solos en cada alegría.
Nunca falta el pan, aunque sea de noche.
Nunca falta la palabra como otra fuente escondida.
A veces la miseria afila su espada,
pero hay tanto rocío, tanto rocío,
tanta savia que corre y estalla
en rosas y rosas y dulcísimos membrillos.
Quiero enviarte toda mi riqueza
que es toda mi pobreza con zapatos
para desandar contigo entre farolas
el laberinto amable de este pueblo.
¿Está bien que haya orden en el sueño,
aunque falte justicia en el mundo?
Duerme, duerme tranquila, mi enferma,
que Dios escucha más desde las bodas
los ruegos y pedidos de una madre
que los pocos deseos de un poeta.
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Autor: Sergio García Zamora. Título: El pan y la palabra. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros.
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