La mecánica de los recuerdos ocultos
Un recuerdo olvidado resurge en la conciencia, pero el cerebro lo confunde como una idea original. Así opera la criptomnesia, un fenómeno mental que desemboca, muchas veces, en plagio inconsciente. La entrada La mecánica de los recuerdos ocultos se publicó primero en Ethic.

De repente, se te ocurre una idea. Te parece creativa, genial. La repasas mentalmente, no recuerdas haberla visto en ningún lado. ¿Cómo puede ser que a nadie se le haya esto ocurrido antes? Decides revisar si de verdad nadie ha tenido un momento eureka semejante. Abres el buscador y resulta que, en efecto, no eres el único. Es más, la idea ni siquiera se te ocurrió a ti, simplemente olvidaste que la habías visto antes y tu cerebro tomó la idea como propia. Este fenómeno se conoce como criptomnesia.
Quien primero acuñó el término fue el psicólogo Theodore Flournoy, que la definía como la existencia de recuerdos ocultos en la conciencia de un sujeto que no sabe que los tenía ni de dónde los ha sacado. «¿Cuántas veces no hemos pensado que nuestras ideas son novedosas y “originales” pero un tiempo después descubrimos que en realidad las asimilamos inconscientemente de alguien más?», se pregunta Valeria Mata en Plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro (Comisura).
Según la antropóloga mexicana, «es una de esas categorías psicológicas que empieza a operar desde mediados del siglo XIX y que se define como la incapacidad de recordar experiencias lectoras previas, lo que lleva a la persona a olvidar de dónde obtuvo la información que recibió y a asumirla como de su autoría».
Los recuerdos indirectos emergen de la conciencia sin ser reconocidos como tal
Carl G. Jung explica que la psicología distingue entre los recuerdos directos y los recuerdos indirectos. Los primeros se relacionan con la familiaridad –es decir, con la memoria–, mientras los segundos emergen de la conciencia sin ser reconocidos como tal. Así, como no los reconoce inicialmente como recuerdos, la persona cree que se trata de una idea original.
Este es un proceso natural de la mente humana, además de necesario para evitar la sobrecarga cognitiva. Para el psiquiatra suizo, la criptomnesia –que puede llevar en muchos casos al plagio inconsciente– demuestra lo compleja que es la psique. Esa interacción profunda que se produce entre el consciente y el inconsciente, esa línea difusa entre reminiscencia y creatividad.
En el documental The Creative Brain (2019), el neurocientífico David Eagleman explora el proceso creativo de personas de distintos ámbitos para evaluar cómo se estimula en el cerebro la creatividad. Uno de los hallazgos principales es que nuestro cerebro hace conexiones constantemente entre las imágenes que vemos, las cosas que escuchamos y leemos y los recuerdos que tenemos. En esa intrincación, surgen golpes de inspiración para crear algo que no se había hecho antes, algo «nuevo». Pero nuevo no necesariamente significa original. Es más, según afirma Jonathan Lethem, la originalidad absoluta es un mito.
Bien lo dijo Terencio, allá en el siglo II a.C.: «Ya no hay nada que decir que no haya sido dicho». El arte está hecho de apropiaciones. La literatura siempre ha sido intertextual. Antiguamente, se escribía sobre otros textos: los famosos palimpsestos, esos manuscritos antiguos que conservan las huellas de una escritura anterior.
Todo texto –que etimológicamente proviene de tejido– se teje con los retazos de otros ecos. Referencias y lenguajes ajenos van armando un nuevo patchwork. Roland Barthes usa el concepto de estereofonía: la melodía se forma siempre con otras voces, «buscar las “fuentes”, las “influencias” de una obra es satisfacer el mito de la filiación».
Artistas y escritores siempre se han basado en la obra de sus predecesores para dar a luz a sus propias creaciones. «Un artista copia; un gran artista roba», sostenía Picasso. Pero su frase ya la habían pronunciado otros (mucho) antes. En el 450 a.C., el poeta griego Baquílides escribió: «Un autor roba lo mejor de otro y llama a eso tradición».
Asimismo, la historia del plagio se remonta a los siglos antes de Cristo, cuando algunos poetas griegos comenzaron a usar sellos para marcar sus poemas y evitar que otros se apropiaran de sus versos. Se dice que el primero en denunciar que sus obras estaban siendo plagiadas fue el poeta romano Marcial. En la época, aunque el término plagiarius se refería al robo de esclavos, Marcial lo usó como metáfora para referirse a los «ladrones de palabras».
No obstante, como afirman David Bellos y Alexandre Montagu en su libro Who owns this sentence? (Copyright, según su edición en español) hoy prácticamente todo está sujeto a la propiedad intelectual. Por eso, una acusación de plagio –aunque en verdad se haya tratado de plagio inconsciente– es un tema sumamente delicado. «El copyright moderno es un constructo social, no una realidad esencial», dicen Bellos y Montagu, pero lo cierto es que este se ha vuelto una de las bases del sistema económico actual.
En palabras de Mata, «en la era del capitalismo exacerbado, el plagio es la nueva inmoralidad, lo único que mueve a escándalo». Pues, añade, determinar la originalidad o el plagio de una obra «puede entenderse como una lucha de poder».
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