Alfonso Mateo-Sagasta: «La declaración de independencia del Reino de Belmonte duró mucho más que la de Cataluña»

****** —Después de recorrer los siglos XVI y XVII en varias novelas, en la anterior, Mala hoja, saltó al XIX. Ahora El reino de Belmonte se ambienta en los años 90 del siglo XX. Poco a poco se va aproximando a la época actual. —Hace años también escribí otra novela ambientada en el presente que... Leer más La entrada Alfonso Mateo-Sagasta: «La declaración de independencia del Reino de Belmonte duró mucho más que la de Cataluña» aparece primero en Zenda.

Mar 28, 2025 - 01:22
 0
Alfonso Mateo-Sagasta: «La declaración de independencia del Reino de Belmonte duró mucho más que la de Cataluña»

En el verano de 1990 el Ayuntamiento de Madrid anunció la expropiación de Cerro Belmonte, un barrio de infraviviendas levantado en los 60 por inmigrantes de la España rural. Tras el intento de los vecinos de llegar a un acuerdo, el desdén de las autoridades los llevó a pedir asilo político a Cuba —inmersa en una batalla diplomática por la crisis de las embajadas— y convocar un referéndum para declarar estado independiente el Reino de Belmonte. Dentro de un mundo sin móviles ni redes sociales, se vieron obligados a competir por su visibilidad con la invasión de Kuwait, que desembocó en la Guerra del Golfo, y los crímenes de Puerto Hurraco. Una gesta vecinal en un país seducido por las «Chicas Chin Chin» de Tele 5, que preparaba Olimpiadas, una Expo e invertía en el Fórum Filatélico. En El Reino de Belmonte (Reino de Cordelia) Alfonso Mateo-Sagasta narra cómo un barrio de Madrid levantado por emigrantes del campo se declaró independiente de España a comienzos de los noventa.

******

—Después de recorrer los siglos XVI y XVII en varias novelas, en la anterior, Mala hoja, saltó al XIX. Ahora El reino de Belmonte se ambienta en los años 90 del siglo XX. Poco a poco se va aproximando a la época actual.

—Hace años también escribí otra novela ambientada en el presente que se tituló Las caras del tigre. En realidad era una historia que se acercaba más a la fantasía y a la ciencia ficción. Me gusta variar de géneros y épocas, y mezclarlo todo.

—¿Cómo se le ocurrió novelar la revuelta vecinal de Cerro Belmonte y por qué?

"En el 90 estábamos todavía a finales de la transición, aunque ya nos creía­mos una democracia moderna y asentada"

—Fue casualidad. Un día acerqué a una amiga a su casa en la zona de Sinesio Delgado, y mientras esperábamos en un semáforo comentó algo de cuando el barrio se declaró independiente. Aquello me sonó tan surrealista que le pedí más información, y a los pocos días su hijo me remitió un artí­culo que rememoraba los hechos del año 90 en la barriada de Cerro Belmonte. La historia me encantó y era tan curiosa que merecía que alguien la contara.

—Han pasado solo 35 años desde 1990, pero cuando se lee su novela parece muchísimo más tiempo. Es como encontrar otra realidad más cercana al franquismo que a la España actual.

—Es que era otro mundo. En el 90 estábamos todavía a finales de la transición, aunque ya nos creía­mos una democracia moderna y asentada con la mirada puesta en un fututo prometedor. Creíamos que la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona nos colocarían entre las naciones prósperas de Europa y la entrada de las televisiones privadas parecían llenar de color nuestras vidas. Pero al mismo tiempo era la España de Puerto Hurraco, de los teleclubs, de la explo­sión de los cinturones de infraviviendas y chabolismo de las grandes ciudades formados en los 60, de las Mama Chicho y las Chicas Chin Chin, de los cotidianos asesinatos de ETA y de las bombas del GRAPO. La España en que invertir en una gran estafa, como se revelaron Afinsa y Fórum Filatélico, se presentaba como la solución a todos los problemas.

—Hasta ahora sus novelas tenían claros protagonistas, generalmente antihéroes: Isidoro Montemayor, Gon­zalo Guerrero, Jerónimo de Pasamonte… Ahora cambia de planteamiento y opta por una novela coral.

—Me parecía lógico para hacer justicia a lo que en aquella época fueron los movimientos vecinales. Casi todos los detalles que narro en la novela son ciertos: la petición de asilo político a Cuba, los encierros, el referéndum, la declaración de independencia, la bandera, la Constitución, la mone­da… Es fácil encontrar todos esos datos en la hemeroteca, incluidos los auténticos protagonis­tas. Pero yo no quería escribir un reportaje, de modo que decidí alejarme de la realidad e inventar­me todos los personajes para que actuaran libremente. Salvo Fidel Castro, claro, que sale con su nombre, aunque tal y como lo trato también es ficción.

—Inserta en la narración recortes de prensa de diferentes periódicos que demuestran el impacto social que supuso la revuelta de Cerro Belmonte. Un hecho que, pese a su relevancia, hoy casi nadie recuerda.

"La declaración de independencia del Reino de Belmonte coincidió con la crisis de las embajadas de Cuba, la invasión de Kuwait y el crimen de Puerto Hurra­co"

—Yo, desde luego, no lo recordaba, y eso que en el 90 tenía treinta años. Pero no podemos olvidar, y en torno a ese eje gira la historia, que la declaración de independencia del Reino de Belmonte coincidió con la crisis de las embajadas de Cuba, la invasión de Kuwait y el crimen de Puerto Hurra­co. Aquellas noticias acaparaban todos los titulares, relegando a mera curiosidad este pintoresco movimiento vecinal. Hablamos de cuando no existía internet ni redes sociales y la Prensa tenía un enorme poder y presencia en la sociedad. El que no salía en ella, no existía.

—Esa revuelta vecinal ante una modificación urbanística acabó en una declaración de independencia. Se adelantaron en treinta años al procés de Puigdemont.

—De hecho, la declaración de independencia del Reino de Belmonte duró mucho más que la de Cataluña.

—El discurso de la historiadora del barrio para crearle una identidad nacional a Cerro Belmonte no solo supone una burla al nacionalismo, sino que coincide en parte con la tesis de su ensayo Nación, en el que aborda la creación de España.

"Se acusa a Cataluña de inventar una historia a su medida, pero España también lo hizo y lo mantiene"

—Yo no diría que es burla, más bien una visión irónica de lo que el nacionalismo tiene de acto de fe sustentado en mitos. Lo que propongo en Nación es un nuevo paradigma en el relato nacional, el retrato de España como una nación joven que nace casi a la vez que casi todas las naciones hispanoamericanas, que Grecia, Italia y Alemania. Y para ello parto de corregir el error de confun­dir Castilla con España, y a esta con el Imperio de los Habsburgo, heredado luego por sus primos Borbón. Y lo hago, además, de forma coherente, manejan­do los mismos datos que la historia tra­dicional, porque la historia es en gran parte una construcción intelectual. Lo mismo sucede con las naciones. Su historia es un acto de voluntad narrativa. Se acusa a Cataluña de inventar una historia a su medida, pero España también lo hizo y lo mantiene, y a mí en El Reino de Belmonte me apetecía jugar con la creación del mito fundacional de una nación circunscrita a un barrio pobre de Madrid.

—La publicación de El Reino de Belmonte se produce poco después del estreno de la película El 47. ¿Esa coincidencia implica un homenaje a la épica popular de los primeros años democráticos?

—A veces sorprende lo que late en el ambiente. No creo que sea casualidad. Supongo que la reflexión sobre el presente nos hace recordar cosas del pasado y la necesidad de valorar el esfuerzo que hizo la generación anterior para que estemos donde estamos. Quizás las nuevas y críticas miradas sobre el proceso de la Transición son las que hacen aflorar estos recuerdos.

—Si en muchas de sus novelas hay un salto hacia América, aquí también está presente en Cuba y en la figura de Fidel Castro.

—Relacionarse con la crisis de las embajadas en Cuba fue una de las primeras bazas que jugaron los vecinos de Cerro Belmonte para hacerse visibles a la opinión pública, y Fidel Castro supo aprove­char ese envite a su favor con gran inteligencia e ironía. Él mismo, al parecer, defendió un caso similar en la Habana cuando ejercía de abogado, y es muy curioso su discurso en la conmemora­ción al asalto al cuartel Moncada de aquel año, donde dedicó a Cerro Belmonte y sus problemas casi cuarenta minutos. Al parecer, el propio Castro fue quien dijo que si viviera Cervantes le dedi­caría un libro a Cerro Belmonte.

—Gran admirador de Cervantes y de la novela cervantina, aquí, como Don Quijote, se topa usted con la Igle­sia, amigo Alfonso. Y al igual que en Nación y en otras de sus novelas, la institución eclesial sale bastante mal parada.

"Creo que España tiene poco que agradecer al catolicismo contrarreformista que ha imperado en la península"

—Por desgracia, la Iglesia ha sido un las­tre permanente desde el nacimiento del Estado liberal, primero negando la soberanía nacional y la legitimidad de la misma nación, y luego defendiendo el absolutismo y la defensa de Dios y de sus privilegios como razón de Esta­do. A lo largo del siglo XIX mantuvo su apoyo constante a la reacción en las crisis carlistas y una permanente ceguera respecto a cualquier idea de progreso social. Creo que España tiene poco que agradecer al catolicismo contrarreformista que ha imperado en la península. En el tiempo de la novela también se siente una nueva marcha atrás con la llegada del conservador monseñor Suquía en sustitución de Tarancón, después de la resaca de la teología de la liberación y de los curas obreros que tan importante papel jugaron precisamente en esos barrios deprimidos.

—¿Qué queda hoy de Cerro Belmonte?

—Aún quedan unas cuantas casas de la primera época que conviven con otras de dos y tres plantas, e incluso con algunas torres. Tengo entendido que los vecinos siguen conmemorando aquellos hechos, aunque el nombre ha desaparecido del mapa de Madrid.

—¿Y de aquel espíritu combativo y reivindicativo?

—Creo que el espíritu combativo de aquellas asociaciones de vecinos ha cambiado mucho, quizás porque las necesidades sociales no son tan perentorias. Tengo la sensación de que ahora tienen un cometido más cultural, que también es muy importante.

—El poso final que deja el libro es el triunfo de la libertad cuando se alía con la razón. ¿Es usted un idealista optimista?

—Ya lo creo. Muy idealista y muy optimista. De otro modo, ya habría desistido de intentar convencer a quien me quiera escuchar de que no somos un pueblo cainita y de que no llevamos cuatrocientos años de decadencia. Se puede escribir un pasado coherente más razonable que abra la posibilidad de un futuro mejor para todos.

—Volviendo al principio: después de ambientar esta novela en el siglo XX, ¿se prepara para saltar en la siguiente al siglo XXI?

—Aún no he intentado escribir ninguna distopía, pero no lo descarto. Por el momento estoy trabajando en una novela que recorre la historia de España (1837-2020) a través de seis generaciones de una familia. Es un proyecto precioso, ambicioso y difícil que ignoro si seré capaz de concluir, pero por ahora ahí estoy. Y va para largo. Ahora pienso que esto ha sonado como cuando Cervantes anun­ciaba que estaba escribiendo la segunda parte de La Galatea y nunca se supo. En fin, ya veremos.

La entrada Alfonso Mateo-Sagasta: «La declaración de independencia del Reino de Belmonte duró mucho más que la de Cataluña» aparece primero en Zenda.