El reto del lenguaje nuclear
La larga vida de los residuos nucleares obliga a buscar cómo transmitir mensajes de advertencia que las personas comprendan a miles de años vista. La entrada El reto del lenguaje nuclear se publicó primero en Ethic.

La basura puede tener una vida muy longeva, tanto que es una de las minas de información que usa ahora la investigación para descubrir cómo se vivía en el pasado. Sin embargo, los residuos pueden convertirse también en algo potencialmente peligroso, sobre el que la ciudadanía del futuro podría no saber mucho. Es lo que ocurre con los residuos nucleares.
La carrera nuclear a la que se entregaron las grandes potencias a lo largo del siglo XX dejó una colección de residuos nucleares de complicada gestión. Uno de los principales retos es que esta basura no deja de ser peligrosa hasta pasados miles de años. La radiación tiene una larga vida y la humanidad corre el riesgo de que los habitantes del muy lejano futuro ni sepan qué es exactamente lo que está enterrado en los cementerios nucleares ni comprendan sus inherentes peligros.
La responsabilidad del presente sería, por tanto, la de dejar avisos que se entiendan a miles de años vista. Pero ¿cómo hacerlo? Las lenguas que hoy hablamos podrían ni existir ni ser comprensibles en ese futuro lejano. Se necesita crear un mensaje a prueba del paso del tiempo.
Desde los años 80 se busca un lenguaje universal para situar los vertederos nucleares
El debate no es nuevo en absoluto. Ya en 1981 el Departamento de Energía estadounidense abrió una comisión para intentar encontrar una solución: se necesitaba crear mensajes universales y fácilmente comprensibles que situar en los vertederos nucleares. Nació así el Grupo de Trabajo sobre la Interferencia Humana. Fue el inicio de la conocida como «semiótica nuclear», como recuerda The Guardian, que intentaba resolver esa necesidad de crear signos a prueba del tiempo.
La idea parece a primera vista simple, pero su desarrollo no lo es. El responsable del grupo, el semiólogo Thomas Sebeok, abrió entonces una convocatoria en el Journal of Semiotics, como recuerda Oliver Franklin-Wallis en Vertedero (Capitán Swing). Desde entonces, se han entregado a la búsqueda de ese lenguaje universal y atemporal personas provenientes de múltiples campos, desde la antropología al arte y la literatura pasando por la física o la ingeniería.
Entre las propuestas, se pueden encontrar soluciones que van de lo más sorprendente a lo más casi esperado. Así, una retoma un elemento clásico, el de incluir dibujos de calaveras como una advertencia de peligro. Aun así, como puntualiza Franklin-Wallis, esta no es una idea tan a prueba del tiempo como podría parecer a primera vista, porque ya ahora el significado de las calaveras varía según las diferentes culturas.
Otras proponen crear herramientas nuevas. Es, justamente, lo que recomienda el semiólogo que lideró el proceso. Sebeok aportó la idea de crear una suerte de sacerdocio atómico, que transmitiera a las generaciones venideras la historia y la ciencia de los desechos atómicos con rituales y leyendas. En cierto modo, desde fuera, parece casi como crear una suerte de religión para abordar el problema.
Sebeok propuso crear una suerte de sacerdocio atómico que trasmita la historia y la ciencia de los desechos atómicos con rituales y leyendas
Es probable que una de las soluciones más sorprendentes sea la de emplear gatos. Esta idea es de 1984 y tiene detrás a una escritora francesa (Françoise Bastide) y a un semiólogo italiano (Paolo Fabbri). Su propuesta propone crear animales que reaccionen a la radiación: los gatos se volverían verdes ante el peligro y las personas sabrían que debían alejarse de ese lugar.
La idea funcionaría porque, de entrada, los gatos son muy populares y llevan ya milenios conviviendo con los seres humanos y puesto que, para continuar, se crearía un folklore conectado con ese cambio de colores en paralelo a propia hibridación animal. De este modo, asentaría en el conocimiento colectivo el significado de ese cambio de colores como una información importante. La iniciativa The Ray Cat Solution recuperó en 2015 la idea. En su caso, se definen como un movimiento que explora lo que supondría esta idea.
Otra de las propuestas incluye gatos que cambian de color
Una planta en Nuevo México, suma Franklin-Wallis, ha solventado el reto de las alertas instalando varios monolitos de granito con avisos en inglés, español, chino, hebreo, navajo y latín, sumando «imágenes horripilantes a propósito y basadas en el cuadro de Munch El grito». Quienes se encuentran con los monolitos pueden leer advertencias como «este no es un lugar de honor» o «el peligro es para el cuerpo y puede matar».
Esta podría la vía que más se explore. Como le explica a la BBC la investigadora Ele Carpenter (y miembro del Nuclear Culture Research Group de la Universidad de Londres), se trataría, eso sí, no tanto de poner un monolito (que puede caer y desaparecer) como de lanzar «miles de pequeños marcadores enterrados en la tierra para ser descubiertos». Igual que ahora se encuentran monedas romanas en la tierra, la ciudadanía del futuro podría tropezarse con pequeños tokens que les avisarían de que no sigan desenterrando en ese lugar.
Lo cierto es que las exploraciones son múltiples y el consenso parece lejano. Incluso, no está de más recordar que hasta para los seres humanos del presente la información sobre riesgos nucleares no siempre está clara. Un estudio del Organismo Internacional de Energía Atómica descubrió que solo el 6% de la población mundial identifica de forma clara el signo internacional de radiación, un trébol negro sobre fondo amarillo.
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