Por qué todas las actrices quieren hacer un Chéjov al menos una vez en su vida
Hasta Cate Blanchett protagoniza en Londres una versión de 'La Gaviota'. Hablamos con Irene Escolar, Marta Nieto y María Pastor sobre qué supone hacer un “Chéjov” El Ministerio de Cultura presenta Platfo, el 'Netflix gratuito': “La memoria de un país se construye en torno a sus imágenes” Cate Blanchett está arrasando en el Teatro Barbican de Londres interpretando a Arkadina, personaje de La Gaviota de Antón Chéjov. La obra ha tenido excelentes críticas. Los tabloides ingleses derraman adjetivos, tildan de gran diva a la actriz y destacan su irrupción en escena con espectacular mono lila, gafas de sol y bailando claqué con sus impresionantes piernas. El West End se rinde a la de Melbourne y los espectadores llegan a pagar 490 libras para verla. Hay un dicho en el mundo teatral que reza, “toda gran actriz ha de pasar por Chéjov”, pero ¿qué hay de verdad en esa frase? Nadie mejor para explicarlo que las actrices que han encarnado los personajes del autor ruso en las últimas décadas. Como Irene Escolar, que por dos veces se metió en el experimento de deconstruir a Chéjov con el director Alex Rigola. O Marta Nieto, que el año pasado triunfó con Vania x Vania de Pablo Remón; y por supuesto la actriz que más veces ha encarnado a las mujeres de Chejov, María Pastor, a la que tan solo le “queda por hacer El jardín de los cerezos e Ivanov”. Actrices que saben que tienen por detrás toda una tradición de compañeras como Nuria Espert, Berta Riaza, María José Goyanes, Julia Gutiérrez Caba, Anna Lizarán, María Asquerino, Ana Belén o Carmen Machi, por citar tan solo unas cuantas. Las grandes de la interpretación desde hace décadas se las han tenido que ver con la Nina de La Gaviota, con Ania en El jardín de los cerezos o con la inconsolable Masha de Las tres hermanas. Mujeres jóvenes que se enfrentan a la vida. Pero también, con esas otras mujeres ya maduras, complejísimas, que el ruso escribió. Mujeres altivas como la propia Arkadina, misteriosas como la Elena del Tio Vania, o melancólicas y manirrotas como la Liubov de El Jardín de los cerezos. Personajes femeninos que trazan un amplísimo arco emocional y que fueron escritos por un hombre hace más de cien años. Maria Pastor en 'Tío Vania', dirigida por Juan Pastor (2024) Ante la pregunta de si hay que pasar irremediablemente por Chéjov cada actriz tiene su propia opinión. “Sí, toda buena actriz tiene que pasar por Chéjov”, afirma Nieto. “Es una gozada, son grandes personajes, aprendes con ellos. Poder proponer tu versión, tu pequeña aportación dentro de un montaje sólido es una aspiración”, explica esta actriz que el año pasado encarnó a Elena en un montaje con dos versiones del Tío Vania junto a actores de la talla de Javier Cámara o Israel Elejalde. Sin embargo, Irene Escolar no lo tiene tan claro. Ella montó dos obras con el director Àlex Rigola. Fue Sonia en Tío Vania, primero. Luego llegó La Gaviota. “Tampoco es necesario, hay muchas actrices que no han pasado por Chéjov y siguen teniendo carreras extraordinarias. Estas frases así medio letales no me gustan mucho, pero sí que entiendo que enfrentarte a uno de sus textos, sobre todo porque son personajes psicológicamente muy complejos, es un reto”, afirma. Chéjov es básico. A mí me gusta decir que Chéjov es al teatro lo que Bach a la música. Todo músico que se precie tiene que conocer a Bach y sabe de su dificultad María Pastor — Actriz María Pastor, a su vez, lo tiene claro, y su opinión no es cualquiera. María es hija de uno de los grandes especialistas en Chéjov, Juan Pastor. Hoy directora y actriz, María ha sido, entre otras, Nina en La Gaviota, María Grekova en el Platonov (obra que montó Gerardo Vera en el María Guerrero con versión de Juan Mayorga), Helena en Tío Vania, Masha en Las tres hermanas y

Hasta Cate Blanchett protagoniza en Londres una versión de 'La Gaviota'. Hablamos con Irene Escolar, Marta Nieto y María Pastor sobre qué supone hacer un “Chéjov”
El Ministerio de Cultura presenta Platfo, el 'Netflix gratuito': “La memoria de un país se construye en torno a sus imágenes”
Cate Blanchett está arrasando en el Teatro Barbican de Londres interpretando a Arkadina, personaje de La Gaviota de Antón Chéjov. La obra ha tenido excelentes críticas. Los tabloides ingleses derraman adjetivos, tildan de gran diva a la actriz y destacan su irrupción en escena con espectacular mono lila, gafas de sol y bailando claqué con sus impresionantes piernas. El West End se rinde a la de Melbourne y los espectadores llegan a pagar 490 libras para verla. Hay un dicho en el mundo teatral que reza, “toda gran actriz ha de pasar por Chéjov”, pero ¿qué hay de verdad en esa frase?
Nadie mejor para explicarlo que las actrices que han encarnado los personajes del autor ruso en las últimas décadas. Como Irene Escolar, que por dos veces se metió en el experimento de deconstruir a Chéjov con el director Alex Rigola. O Marta Nieto, que el año pasado triunfó con Vania x Vania de Pablo Remón; y por supuesto la actriz que más veces ha encarnado a las mujeres de Chejov, María Pastor, a la que tan solo le “queda por hacer El jardín de los cerezos e Ivanov”.
Actrices que saben que tienen por detrás toda una tradición de compañeras como Nuria Espert, Berta Riaza, María José Goyanes, Julia Gutiérrez Caba, Anna Lizarán, María Asquerino, Ana Belén o Carmen Machi, por citar tan solo unas cuantas. Las grandes de la interpretación desde hace décadas se las han tenido que ver con la Nina de La Gaviota, con Ania en El jardín de los cerezos o con la inconsolable Masha de Las tres hermanas. Mujeres jóvenes que se enfrentan a la vida. Pero también, con esas otras mujeres ya maduras, complejísimas, que el ruso escribió. Mujeres altivas como la propia Arkadina, misteriosas como la Elena del Tio Vania, o melancólicas y manirrotas como la Liubov de El Jardín de los cerezos. Personajes femeninos que trazan un amplísimo arco emocional y que fueron escritos por un hombre hace más de cien años.
Ante la pregunta de si hay que pasar irremediablemente por Chéjov cada actriz tiene su propia opinión. “Sí, toda buena actriz tiene que pasar por Chéjov”, afirma Nieto. “Es una gozada, son grandes personajes, aprendes con ellos. Poder proponer tu versión, tu pequeña aportación dentro de un montaje sólido es una aspiración”, explica esta actriz que el año pasado encarnó a Elena en un montaje con dos versiones del Tío Vania junto a actores de la talla de Javier Cámara o Israel Elejalde.
Sin embargo, Irene Escolar no lo tiene tan claro. Ella montó dos obras con el director Àlex Rigola. Fue Sonia en Tío Vania, primero. Luego llegó La Gaviota. “Tampoco es necesario, hay muchas actrices que no han pasado por Chéjov y siguen teniendo carreras extraordinarias. Estas frases así medio letales no me gustan mucho, pero sí que entiendo que enfrentarte a uno de sus textos, sobre todo porque son personajes psicológicamente muy complejos, es un reto”, afirma.
Chéjov es básico. A mí me gusta decir que Chéjov es al teatro lo que Bach a la música. Todo músico que se precie tiene que conocer a Bach y sabe de su dificultad
María Pastor, a su vez, lo tiene claro, y su opinión no es cualquiera. María es hija de uno de los grandes especialistas en Chéjov, Juan Pastor. Hoy directora y actriz, María ha sido, entre otras, Nina en La Gaviota, María Grekova en el Platonov (obra que montó Gerardo Vera en el María Guerrero con versión de Juan Mayorga), Helena en Tío Vania, Masha en Las tres hermanas y Julia en Tres años. Con todo ese bagaje Pastor afirma que sí o sí hay que para por el ruso. “Para mí Chéjov es básico. A mí me gusta decir que Chéjov es al teatro lo que Bach a la música. Todo músico que se precie tiene que conocer a Bach y sabe de su dificultad, de los años y estudio que requiere poder entenderlo. Si no conoces a Bach en profundidad, cuando lo tocas no suena bien, suena disonante. Con Chéjov pasa algo parecido”, dice contundente.
Uno de los misterios con Chéjov es cómo interpretarlo. Durante años, dicen, Chéjov en España se montó cargado de un peso pretendidamente trascendente. Aquí las tres actrices coinciden. “En este país Chéjov no se ha montado nunca bien porque no se entiende el subtexto, venimos de una tradición del teatro clásico español donde todo está en lo que se dice. No entendemos la acción interna, nos apoyamos mucho en la literalidad del texto”, explica Pastor.
“Aquí siempre se hacen 'chéjovs' muy dramáticos”, afirma a su vez Escolar, que cree que “los textos se abarcan de manera demasiado literal”. “Hay una carta de Chéjov donde habla de por qué las actrices no hacen bien de Nina y dice que es porque le dan un demasiado peso. Es difícil lo que plantea, no me parece nada sencillo, cuando te pones a hacerlo es muy difícil no caer en ese dolor y encontrar el tono”, apunta.
A pesar del franquismo
Como en tantas cosas en España, Chéjov llegó tarde y mal. Antes de la Guerra Civil tan solo se escenificó una sola vez. El 24 de noviembre de 1928, en el Teatro Rex de Madrid, Cipriano Rivas Cheriff montó El duelo, pequeña pieza escrita por Chéjov en 1888. Magda Donato, conocida como Carmen Eva Nelken, sería la primera actriz española que encarnaría una de las mujeres escritas por el ruso. Donato, autora y gran actriz, acabaría exiliada en México.
A partir de ahí vino un desierto que se extendió hasta finales de los años 50, cuando llegaron los primeros montajes. El primer proyecto por todo lo alto llegaría en 1960 con el estreno en el María Guerrero de El jardín de los cerezos, montaje dirigido por José Luis Alonso y que contó con intérpretes del calado de José Bódalo, Alicia Hermida, Berta Riaza o la propia María Dolores Pradera. Ahí comienza una andadura que ha llegado hasta nuestros días y a través del cual se puede ver la historia teatral de España y de sus actrices.
Llegarían primero directores como William Layton y su Teatro Estable, etapa en la que la crítica destaca el montaje de 1978 de Tío Vania en el que destacó la interpretación de Ana Belén. Pero en Chéjov es vital el teatro catalán, dentro del cual destaca la irrupción de Lluis Pasqual desde el Teatre Lliiure con otra manera de interpretar, menos declamada y más juguetona, un cambio en el que fue fundamental otra actriz, la gran Anna Lizarán.
Ya en el siglo XXI hay dos montajes que marcaron un camino más libre, menos pegado al texto, abierto a la versión y readaptación del ruso a nuestros días. El primero de ellos llegaría desde Argentina. Sería la versión de Las tres hermanas dirigida por Daniel Veronese, Un hombre que se ahoga (2007) en la que curiosamente los papeles de Natacha e Irina estaban interpretados por dos hombres conocidos de nuestra escena, Pablo Messiez y Claudio Tolcachir. El otro montaje, también basado en la misma obra, no fue otro que La casa de la fuerza (2009) de Angélica Liddell, versión libérrima que abrió como nunca el espectro chejoviano en nuestro país.
Entonces, ¿cómo se monta hoy un Chéjov?
“Chéjov está en lo que los personajes esconden, en lo que no se dice, es un trabajo de estilo y es complejo porque implica muchísima verdad en el escenario, estar siempre en la profundidad del personaje, pero sin que sea algo tedioso, eso en España no se ha entendido”, explica Pastor para luego afirmar que “la dimensión y el sentido trágico de los personajes, que lo tienen, solo se alcanza a través de un punto de vista cómico”.
Hay una carta de Chéjov donde dice que las actrices no hacen bien de Nina porque le dan demasiado peso. Es muy difícil no caer en ese dolor y encontrar el tono
Al igual que Escolar, Pastor piensa que los montajes del ruso en nuestro país han estado lastrados por un peso excesivo. “Si no se atiende al subtexto, si se confunde el estado de ánimo con la acción dramática, resulta un trabajo melodramático, pesado, pretencioso”, explica con precisión Pastor que opina que “Chéjov, sin embargo, es alta comedia”. “Es un tema de distancia. Como decía Chaplin, si te acercas mucho con la cámara la película se convierte en tragedia, si te alejas, en comedia”, aclara.
Marta Nieto también apunta que depende mucho de la propuesta que haya desde dirección. “En la primera versión de Vania trabajé a Elena centrándome en cómo iban desmoronándose sus valores a lo largo de la función. Es un personaje muy complicado, es muy fácil perderte en él. Además, Elena, aunque todos hablan de ella, se explica poco en la obra, pero tuve la suerte que Remón escribió un monólogo que también me sirvió para anclarme como actriz”, explica Nieto. “Sin embargo, en la segunda versión, con la que el director se arriesga a hacer una verdadera comedia contemporánea, estaba mucho más centrada en el juego propuesto, todo depende de la dirección en la que estés trabajando”, concluye.
Escolar, a su vez, confiesa que el proceso con Rigola fue “muy placentero”. Ambas obras, tanto el texto como la propuesta escénica, estaban despojadas de todo atrezo para centrarse en los conflictos vitales de los personajes. “Lo bueno de trabajar con alguien como Alex es que todas esas cosas las quitó, lo hizo más existencial, quito mucha cosa costumbrista para darle un vuelo más poético. Y nos quitó ese peso de estar haciendo un clásico y poder sumergirnos con libertad y cercanía en sus personajes”, explica.
El feminismo y Chéjov
Irene Escolar señala la necesidad de traer los personajes femeninos a hoy. “Trabajando los personajes de Vania, nos dimos cuenta de que todos los conflictos de ellas tenían que ver con los personajes masculinos. Incluso cuando ellas se juntan hablan de lo que les pasa a ellos. Siguen siendo personajes grandísimos, no lo estoy criticando, pero sí planteo que hay que buscar maneras para que puedan convivir con quien somos nosotras ahora”, subraya.
Las mujeres de Chéjov son precisas, y pese a las costumbres de la época, la psicología y la forma de traducir sus emociones las convierten en verdaderos seres humanos
Las tres tienen claro que el ruso sí supo, como pocos, trasladar a escena el mundo emocional de las mujeres. “Las mujeres de Chéjov son precisas, y pese a las costumbres de la época, la psicología y la forma de traducir sus emociones las convierten en verdaderos seres humanos”, afirma Nieto. “Chéjov siempre decía que para él las mujeres eran imprescindibles en sus obras: un relato sin ellas es como una máquina sin vapor”, cita con precisión Pastor para luego señalar la capacidad de observación del ruso que “siempre estuvo rodeado de mujeres y supo entenderlas, observarlas”, logrando que “sus personajes femeninos estuvieran llenos de aristas, de contradicciones”.
Por su parte, Escolar mantiene su distancia y prefiere no idealizar la visión de Chéjov sobre el “alma femenina”. “Tengo conflictos con sus personajes femeninos. Por ejemplo, en Vania el personaje del médico, Ástrov, tiene el sueño de salvar los bosques. Y a mí eso me daba mucha envidia cuando hacíamos la función, el personaje hermoso y visionario que había creado Chéjov. Pero las dos mujeres que estábamos allí, nos limitábamos a admirarle y soñábamos con su amor, un amor que podría salvarnos de nuestras existencias… ¿Cómo podemos hacer desde hoy esos personajes? Es un debate, no tengo respuestas, pero me parece bien interesante”, explica para inmediatamente después señalar que interpretar el monólogo final de Sonia en Tío Vania es de las cosas que más le ha emocionado de toda su carrera: “Lo recordaré siempre, ese resistir y esa esperanza, la clave de las mujeres en Chéjov está en luchar, y eso es hermoso y tiene que ver con nosotras”.