Indigna con su comentario sobre los andaluces en ‘First Dates’, y se acaba llevando un zasca monumental: «Son…»
El amor sigue llamando a la puerta en Cuatro. ‘First Dates’ es ya mucho más que un programa de citas: es una ventana al alma de cientos de personas que buscan amor, compañía o, al menos, una historia que contar. Desde su estreno en 2016, el formato presentado por Carlos Sobera ha sabido reinventarse sin ... Leer más

El amor sigue llamando a la puerta en Cuatro.
‘First Dates’ es ya mucho más que un programa de citas: es una ventana al alma de cientos de personas que buscan amor, compañía o, al menos, una historia que contar. Desde su estreno en 2016, el formato presentado por Carlos Sobera ha sabido reinventarse sin traicionar su esencia: un restaurante elegante, citas a ciegas y un equipo que lo da todo por provocar una chispa.
A pesar del paso de los años y del auge de las aplicaciones de citas, ‘First Dates’ continúa siendo un fenómeno televisivo. El secreto está en su mezcla de espontaneidad, vulnerabilidad y entretenimiento. Es imposible no empatizar con quienes, entre risas y silencios incómodos, se lanzan a la aventura de conocer a alguien completamente desconocido.
Cada noche, Cuatro ofrece al espectador la posibilidad de vivir, desde el sofá, emociones auténticas. Y en esa emoción se incluyen tanto las historias que acaban en beso como las que se tuercen por prejuicios o falta de química. En el episodio que nos ocupa, lo que empezó con cierta ilusión terminó convirtiéndose en una de esas citas que cuesta olvidar… pero no precisamente por lo romántica.
Cuando la chispa se apaga antes de encenderse.
Conocer a la persona adecuada dentro de las cuatro paredes del restaurante más emblemático de la televisión es posible. Cada noche, cientos de solteros cruzan las puertas de ‘First Dates’ con la ilusión de tener la misma suerte que aquellos que logran experimentar un auténtico flechazo en el programa de Cuatro. Pero este no era el caso de Marta (40), una empleada de logística y limpieza natural de Málaga que llegaba desde Toledo y que se llevaba una auténtica decepción.
«El pelo rosa lo llevo desde hace unos seis meses o así. Siempre fue algo que tenía ganas de ponerme y a mis 40 años dije, ahora es el momento», contaba. Su propósito en el programa no era encontrar a un «príncipe azul», sino a un «lobo feroz». La declaración ya dejaba claro que Marta buscaba a alguien que rompiera moldes, no a un caballero clásico.
Al llegar, se llevaba una sorpresa al descubrir que el equipo le había organizado una velada con su polo opuesto, Pedro (42), un relaciones públicas y estudiante de inglés de Málaga que adoraba por encima de todas las cosas la fiesta. «En Málaga se vive muy bien, tenemos sol, playa y fiesta», decía. En el amor, no tenía mucha experiencia, ya que su última relación fue hace dos décadas. Por ello, había puesto todas sus esperanzas en el programa.
Golpes de realidad en la mesa para dos.
La primera impresión entre ambos era buena. Sin embargo, todo cambiaba cuando intercambiaban sus primeras palabras y Marta notaba que Pedro tenía acento del sur. «No pensaba conocer un malagueño hoy, la verdad. Me ha hecho ilusión porque la tierra tira, pero los andaluces me parecen unos golfos», confesaba la soltera.
Poco después, la presentadora acompañaba a la pareja hasta su mesa, donde Pedro comenzaba la velada hablando de su ajetreada vida. «Mis amigos me llaman ‘golfo’ porque me gusta mucho disfrutar de la noche», aseguraba. Un estilo de vida que no encajaba con la andaluza. «Me han puesto un malagueño… y yo que no quería un andaluz en mi vida porque sois más golfos los andaluces», sentenciaba Marta, visiblemente incómoda.
En un punto de la velada, Marta reafirmaba aún más su nefasta opinión sobre el malagueño al descubrir que solo había tenido una relación con 20 años. «Prefiero un hombre con más experiencia en el amor porque sabe lo que quiere y ha convivido con mujeres. Necesito en mi vida alguien más formal que sepa lo que quiere», aseveraba.
Ni el reguetón pudo salvar la cita.
En la recta final, el restaurante del amor se transformaba en una pista de baile, donde Marta y Pedro lo daban todo al ritmo de Omar Montes. Pero ni el intento de baile de Pedro era suficiente para hacer cambiar de opinión a la soltera. «Lo he visto bastante soso, a lo mejor con dos copas de más se anima, pero no», sentenciaba.
Una opinión que nada tenía que ver con la de Pedro, que aceptaba sin pensar una segunda cita con Marta. El contraste entre ambos fue evidente desde el principio, pero él parecía dispuesto a darle otra oportunidad. No obstante, la malagueña rechazaba seguir conociéndole y solo le ofrecía una bonita amistad.
Historias como esta son el combustible que mantiene viva la llama de ‘First Dates’. Aunque el amor no siempre triunfe, el programa sigue capturando lo que lo hace tan fascinante: la imperfección de los encuentros humanos. Porque, aunque el amor no surja, siempre hay una historia que merece ser contada.