Adolescentes conflictivos
En “Sopa de libros” vamos a hablar hoy de tres novelas (El guardián en el centeno, La insolación y Capitanes intrépidos) que tienen como protagonistas a adolescentes conflictivos (lo que podría ser una tautología), tipos que te caen mal desde el principio pero que sin embargo tienen cierto atractivo y terminan atrapándote, por razones muy diferentes. La entrada Adolescentes conflictivos aparece primero en Zenda.

En Sopa de libros vamos a hablar hoy de tres novelas que tienen como protagonistas a adolescentes conflictivos (lo que podría ser una tautología), tipos que te caen mal desde el principio pero que sin embargo tienen cierto atractivo y terminan atrapándote, por razones muy diferentes.
Así comienza la novela:
“Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad, no tengo ganas de hablar de eso. Primero porque me aburre y, segundo, porque a mis padres les darían dos ataques por cabeza si les dijera algo personal acerca de ellos”.
Realmente, es imposible que no te caiga mal pero, a pesar de que desde el principio piensas que Holden Caulfield es un imbécil, el típico adolescente que no hace ni piensa más que tonterías, según vas avanzando en su lectura hay algo que te envuelve, que te captura definitivamente, que hace que sea imposible que olvides a Holden Caulfield. Su evidente ignorancia y su falta de experiencia le llevan a despreciar casi todo lo que conoce, lo que le hace caer en enormes contradicciones. Eso alimenta un profundo odio hacia la sociedad y hacia sí mismo, lo que posiblemente sea la verdadera causa de su rebeldía. Holden Caulfield es el perfecto antihéroe, pero Salinger nos lo muestra en toda su fragilidad y desnudez pese a la coraza que lleva el personaje.
A Holden Caulfield le han echado del colegio y llega a Nueva York cuarenta y ocho horas antes de lo previsto. Para que sus padres no lo descubran decide pasar esos dos días vagando por la ciudad, bebiendo y metiéndose en líos. Ese es el argumento, a grandes rasgos, pero la clave es el lugar desde el que está narrada la novela, que solo se sabe al final.
“Bueno, pues muchas veces me imagino que hay un montón de críos jugando a algo en un campo de centeno y todo eso. Son miles de críos y no hay nadie cerca, quiero decir que no hay nadie mayor, sólo yo. Estoy de pie, al borde de un precipicio de locos. Y lo que tengo que hacer es agarrar a todo el que se acerque al precipicio, quiero decir que si van corriendo sin mirar adónde van, yo tengo que salir de donde esté y agarrarlos. Eso es lo que haría todo el tiempo. Sería el guardián entre el centeno y todo eso. Sé que es una locura, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura”.
El guardián entre el centeno, más de setenta años después de su publicación, sigue siendo una obra impresionante. Ha vendido más de setenta millones de copias en todo el mundo y, aún hoy, se vende a un ritmo medio de doscientas cincuenta mil copias anuales. Es un auténtico fenómeno. Y eso que arrastra el estigma de ser una obra maldita. Era el libro que llevaba encima Mark David Chapman cuando asesinó a John Lennon en 1980, y que empezó a leer tranquilamente sentado en la acera hasta que fueron a detenerle. Dijo que en esas páginas se encontraba la explicación de lo que había hecho. Dice la leyenda que la novela tiene mensajes ocultos y que se activaban puntos específicos del cerebro en las personas que lo han leído cuando son sometidas a sesiones de hipnosis.
Para mí, El guardián entre el centeno es pura literatura.
El segundo libro del que quiero hablarles es Capitanes intrépidos, de Rudyard Kipling. Tiene como protagonista a otro adolescente que te cae mal desde el principio, el típico niño rico, engreído y altanero, pero la evolución de este personaje es maravillosa. Es mi adolescente conflictivo favorito.
El joven Harvey Cheyne viaja a Europa, para completar su educación, en un transatlántico. Eso si es que han empezado a educarle porque, por ejemplo, le dan doscientos dólares al mes como dinero de bolsillo, en plenos años 20, en EEUU. Su padre tiene compañías de ferrocarril, minas, empresas de madera y transporte marítimo.
Pero Harvey Cheyne se cae por la borda del transatlántico, por fumarse un puro para hacerse el machito.
“Allí se dobló sobre sí mismo, debilitado a causa del intenso malestar, porque la tagarnina y la vibración y el estruendo de la hélice parecían esforzarse juntos por arrancarle el alma. Sintió que se le hinchaba la cabeza; chispas de fuego bailaron ante sus ojos; le pareció que su cuerpo perdía peso, mientras el viento le movía los pies, suspendidos en el aire. Estaba a punto de desmayarse a causa del mareo, y un bandazo del barco le arrojó por encima de la barandilla a la superficie convexa donde terminaba la cubierta. En seguida una enorme ola gris surgió de entre la niebla, se metió a Harvey bajo el brazo, por así decirlo, y se lo llevó hacia sotavento; cuando la gran extensión verde se cerró sobre él, se quedó tranquilamente dormido”.
Cuando se despierta trata de escuchar a ver si oye la primera llamada para el desayuno pero, al darse la vuelta, ve que está en una estrecha cueva triangular, iluminada por una lámpara colgada cerca de una enorme viga cuadrada. Delante de él hay una mesa y en el otro extremo hay sentado un chico de su misma edad. Huele fatal, a una mezcla de pescado frito, grasa quemada, pintura, pimienta y tabaco rancio. Harvey se da cuenta de que su catre no tiene sábanas. Le ha recogido un barco de pesca.
Harvey Cheyne le dice enseguida al patrón del barco que quiere que le lleve inmediatamente a Nueva York, que su padre es millonario y que le pagará lo que pida. El patrón primero lo toma por loco y luego le da un par de bofetadas, cuando Harvey se pasa de impertinente. Y es que Disko Troop, el patrón del Estamos aquí (que acaba de salir de Gloucester y se dirige a los grandes bancos, donde pasará tres meses) es un personaje magnífico, que se encarga desde el primer momento de meter en vereda al adolescente. Y así comienza el proceso de transformación de Harvey Cheyne. El adolescente ve a la gente trabajar y se sorprende. Nunca ha visto trabajar así. Primero por orgullo y luego por implicación, con su amigo Dan (el hijo de Disko) y con toda la tripulación, empieza a trabajar. Aprende a pescar y a limpiar el bacalao. Le duele la espalda, pero por primera vez en su vida trabaja en equipo, y como la idea le llena de orgullo, sigue adelante apretando los dientes. Y por ello cobra diez dólares y medio al mes.
Es un proceso magnífico que Kipling cuenta extraordinariamente. El cambio, la evolución, el crecimiento de Harvey son maravillosos. Y cuando pasan los meses vuelven a casa y entonces Harvey escribe a sus padres. La escena en la que los padres reciben un telegrama anunciándoles que su hijo vive es brutal.
El reencuentro con sus padres es emocionante pero a la vez extraño. Harvey le cuenta a su padre todo lo que ha hecho y le cuenta que le ofrecieron diez dólares y medio al mes, y que no se imaginan lo mucho que hay que trabajar por diez dólares y medio al mes. Y entonces Cheyne le cuenta a su hijo que él empezó ganando ocho dólares y medio. Y se da cuenta de que nunca se lo había contado.
Y para sorpresa de su padre, Harvey le dice que tiene que ir a trabajar al día siguiente, ya que se ha comprometido a estar en la báscula porque Troop le ha hecho responsable de las cuentas.
Y así el padre descubre a su hijo, al que consideraba un idiota, un niño mimado. La relación entre ambos es extraordinaria, y tienen conversaciones interminables sobre la educación, sobre el dinero, sobre el futuro. Harvey admira a su padre. Y el señor Cheyne ha descubierto a su hijo. El padre le dice que a partir de ese día tendrá que elegir bien, estudiar, no refugiarse detrás de su madre, y le propone que trabaje con él, sin ganar un centavo ni tener dividendos hasta dentro de unos años: empezar desde abajo.
Capitanes intrépidos es una novela de crecimiento en la que todos cambian, no solo el protagonista sino también sus padres. Es una novela sobre la educación, sobre el trabajo, sobre la amistad. Y el adolescente, al final, termina cayéndote maravillosamente bien.
En tercer lugar quiero hablarles de una novela muy especial, bastante desconocida pero que es una auténtica delicia, protagonizada por unos adolescentes conflictivos inolvidables: La insolación, de Carmen Laforet.
Carmen Laforet publicó La insolación en 1963. Es la primera novela de la trilogía Tres pasos fuera del tiempo, inacabada, y cuyo segundo volumen, Al volver la esquina, publicaron sus hijos en 2004, después de morir la autora.
La insolación es una novela mágica, tejida con mimo a base de diálogos. Otra novela de aprendizaje, de descubrimiento, de crecimiento, emocionante y divertida, fresca y profunda y con unos personajes brutales, inolvidables. Así empieza:
Era como viajar hacia el centro mismo del sol. Pasaban pitas, chumberas, pueblos como muertos. A veces, naranjeros, huertos grises, filas de palmeras quemadas. Todo el color lo comía la luz. A veces se detenían en un poblado para repostar agua y entonces acudían chiquillos medio desnudos, morenos, desgreñados. Brotaban de pronto entre una calle vacía. Moscas, infinitas moscas asaltaban el vehículo. Aparecían guardias civiles. En otros sitios, falangistas, soldados también. Saludaban al padre de Martín. Luego, la carretera.
En este caso el adolescente protagonista se llama Martín. La acción transcurre nada más terminar la guerra civil, en la inmediata posguerra. La madre de Martín ha muerto y Martín vive con sus abuelos en Alicante. Su padre, militar, vive cerca de su cuartel, en un pueblo de la costa, con su novia, y allí va Martín a pasar los veranos. Y verano a verano va sufriendo cambios. Es un chico con una sensibilidad especial, al que le gusta la pintura, cosa que no puede compartir con su padre. La vida de Martín cambia el verano en el que conoce a los hermanos Carlos y Anita Corsi.
Estaban a horcajadas sobre el muro. Un chico y una chica. Uno delante de la otra, erguidos como si fuesen a caballo. El chico llevaba pantalones de pescador remangados hasta un poco más abajo de la rodilla, una blusa blanca con las mangas cortadas y abierta sobre el pecho. La chica llevaba un trajecillo estampado, como de tela de cortina, sin mangas. La falda le subía descuidadamente hasta medio muslo y aunque los brazos eran flacos, muy tostados por el sol, la pierna que veía Martín era una pierna suave y fuerte de mujer. A los dos les llameaba el pelo con el sol y los dos calzaban alpargatas.
Son dos chavales con una educación muy diferente y de una clase social que tampoco es la de Martín. Viven en un chalet, con una mujer muy vieja que resulta ser una vieja amiga de su padre, que va a verles de vez en cuando. El padre es un hombre con clase, divertido y sofisticado.
Carlos Corsi, y sobre todo su hermana, Anita, le descubren a Martín otro mundo, profundo, divertido, en libertad. Martín, con 14 años, intenta descubrirse a sí mismo por medio de sus relaciones con Anita y Carlos Corsi, dos jóvenes liberales que también buscan sus identidades en un ambiente repleto de restricciones impuestas por el código social conservador de la dictadura. Martín es una especie de alter ego de Carmen Laforet, que por medio de sus obras exploraba su propia identidad como mujer, madre, esposa y escritora, sin abandonar nunca su deseo de hacerse artista, un tipo de triunfo personal en medio de la sociedad franquista.
Martín descubrirá el deseo, los celos, y sobre todo sabrá que es posible ser quien uno quiere. Pasan los veranos, los tres van creciendo, y ocurren muchas cosas, algunas violentas, que tienen que ver con la progresiva pérdida de la inocencia, y Laforet cuenta muy bien ese ambiente asfixiante de la posguerra, aunque sea en un pueblo de la costa: los miedos, la represión, la importancia de que nadie sepa nada… Y según pasa el tiempo crecerá la amistad entre Martín y Carlos Corsi, pero el padre de Martín interpretará mal, muy mal, una escena en la que encuentra a los dos amigos durmiendo la siesta juntos, desnudos (el calor de agosto era insoportable), y romperá esa relación y esos veranos a puñetazos.
“Carlos despertó también. Más rápido de reflejos que su amigo, dio un salto instantáneamente y agarró, al pasar, sus ropas. Cuando Adela y Ramona chillaron ya había pasado Carlos entre ellas, desnudo como Adán y con las ropas en la mano corriendo hacia el palo de la luz en su huida. Martín no pudo verlo. Sólo tuvo conciencia, durante un segundo, de su despertar. Ni siquiera notó el dolor del primer puñetazo que Eugenio descargó en su cabeza. Sólo un crujido, como si se le partieran dentro del cráneo miles de bombillas iluminadas, y luego una oscuridad total“.
Pero Martín ya ha aprendido. Ya se ha salvado.
La insolación es una novela de crecimiento, de descubrimiento, maravillosa, en la que el mundo de los adolescentes a veces te hace sonreír y a veces te sorprende, te incomoda. Los tres protagonistas son adolescentes conflictivos y los tres buscan su salida, su explicación del mundo, su forma de rebelarse, como Harvey Cheyne en Capitanes intrépidos y como Holden Caulfield en El guardián entre el centeno.
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