«Las palabras ‘éxito’ y ‘fracaso’ son de una polarización peligrosa»
Al preguntar quiénes son las personas más exitosas del siglo XXI, las respuestas suelen ser Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Steve Jobs. «Más allá de sus logros, lo que impresiona a la gente es su enorme fortuna», apunta Marina van Zuylen. En su último libro, ‘Elogio a las pequeñas virtudes’ (Siruela, 2024), esta profesora de Francés y Literatura Comparada de Bard College (Estados Unidos) explora la excelencia en clave menor, las virtudes que todos tenemos y la preciosa mediocridad que buscaban pensadores como Aristóteles o Marco Aurelio. Hubo un tiempo en que la buena mediocridad (aurea mediocritas) era elogiada por los […] La entrada «Las palabras ‘éxito’ y ‘fracaso’ son de una polarización peligrosa» se publicó primero en Ethic.

Al preguntar quiénes son las personas más exitosas del siglo XXI, las respuestas suelen ser Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Steve Jobs. «Más allá de sus logros, lo que impresiona a la gente es su enorme fortuna», apunta Marina van Zuylen. En su último libro, ‘Elogio a las pequeñas virtudes’ (Siruela, 2024), esta profesora de Francés y Literatura Comparada de Bard College (Estados Unidos) explora la excelencia en clave menor, las virtudes que todos tenemos y la preciosa mediocridad que buscaban pensadores como Aristóteles o Marco Aurelio.
Hubo un tiempo en que la buena mediocridad (aurea mediocritas) era elogiada por los antiguos. La aurea mediocritas era el camino que tomaban quienes asumían la prudencia como norma existencial y se alejaban de los extremos, en especial cuando el éxito y el engreimiento suponían una amenaza para una vida equilibrada. Pero esto no es lo mismo que el fracaso. ¿Qué es, entonces, la mediocridad?
Hubo un tiempo en el que no había noticias 24/7. La gente interactuaba sin el miedo a que sus opiniones se pudieran compartir con cientos de personas, las interacciones se limitaban a un pequeño círculo. Aristóteles equiparó la buena vida con una vida de restricción. Llegaron los románticos y, de repente, las virtudes de restricción y precaución se volvieron ridículas. El medio camino se volvió entonces aburrido y burgués; la dorada mediocridad se había vuelto deslustrada y tediosa. Hemos heredado esa vergüenza y nos inclinamos a admirar a aquellos que trabajan en los extremos más que en la discreta consideración. Ser mediocre no es sobresalir o causar impresión.
¿Aprecia cierta connotación negativa en el concepto que hoy en día se tiene de la mediocridad?
Sí, se ha convertido un concepto perfectamente sabio en algo denigrante. Recuerda la última vez que utilizaste esa palabra: esta película es mediocre o qué mediocre es esa persona. ¿Qué quieres decir, exactamente? Es una expresión vaga que transmite que soy mejor que tú y no debería estar malgastando mi tiempo contigo o viendo esta película. Llamar a alguien o algo mediocre es una manera de terminar la conversación. En Francia, donde crecí, esta palabra se lanzaba contra todos y todo. Cuando eres una escolar es debilitante, porque puede herirte mucho y quedarse flotando en tu conciencia muchos años. En la cultura actual, nuestra capacidad de atención está ligada a las subidas y bajadas de los niveles de dopamina en nuestro cerebro. Nuestros ojos se sienten atraídos por lo que destaca. La llamada mediocridad (la vida de la gente normal, por ejemplo) es lo que no llega a la primera página de los periódicos.
«Llamar a alguien o algo mediocre es una manera de terminar la conversación»
¿Cómo definimos el éxito en las sociedades del siglo XXI?
Una de las razones por las que quise escribir este libro es que muchas de las personas que me rodean parecen estar poco satisfechas. Para mí, estas personas son un gran ejemplo de un éxito precioso: han ganado premios literarios, tienen obras de arte impresionantes, cuentan con trabajos envidiables. Aun así, muchas de ellas se sienten poco reconocidas, pasadas por alto, atormentadas por una profunda sensación de fracaso cuando su éxito no se renueva constantemente. Es decir, su éxito depende del reconocimiento público. Las palabras éxito y fracaso son de una polarización muy peligrosa; tienen capacidad de contaminar la sensación de logro de una persona. Para mí, hay una gran diferencia entre el éxito y lo que llamo una excelencia en clave menor. Cuando preguntas quiénes son las personas más exitosas del siglo XXI, es desalentador comprobar que las respuestas son Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Steve Jobs. Estas personas han llevado la innovación a un nivel muy alto, pero es su inmensa fortuna lo que impresiona a la gente, a pesar de las terribles decisiones que toman. Mi idea de éxito la transmite alguien como Astrov, de la novela El tío Vania, de Chejov: consigue cambiar el mundo plantando un árbol tras otro. Nunca llegará a ver su preciosas ramas, pero conseguirán hacer un mundo mejor para las generaciones venideras.
Esto me lleva a reflexionar sobre el éxito, el mérito y la excelencia. ¿Van siempre de la mano el éxito y la excelencia? ¿Hay alguna correlación entre la excelencia y el mérito? ¿Tiene siempre éxito quien se lo merece? El filósofo Michael Sandel se cuestiona si quien triunfa es por sus méritos o por su buena suerte, si es que tal cosa existe…
Soy escéptica respecto al binomio éxito-excelencia. Si este libro se subtitula excelencia en clave menor es porque te invita a mirar más allá de lo obvio: del CV maquillado, de las cuentas bancarias o de los logros públicos. Cuando estaba en la escuela primaria me consideraban un fracaso porque sacaba malas notas. Pero también era una ganadora, porque era el payaso de la clase y hacía reír a todos. Ahora que soy adulta, presto mucha atención a aquellos alumnos que no encajan en lo normal, que no se ajustan a una idea universal de éxito. Encontrar su excelencia es como emprender una preciosa excavación arqueológica: lleva su tiempo, pero la recompensa es maravillosa. Me encanta el libro La tiranía del mérito, de Michael Sandel; escribe de forma muy sabia que aquellos que alcanzan el éxito, los que han llegado a la cima de la llamada meritocracia, a menudo dejan de comunicarse con los que han recorrido un camino menos rentable. Sencillamente, pide que ampliemos nuestras definiciones. Nuestro contacto cara a cara disminuye cada día un poco más. ¿Cómo puedes evaluar las cualidades no obvias de alguien, el talento idiosincrásico de una persona si la contratas a través de una plataforma? Se juzga a los jóvenes por los Sistemas de Seguimiento de Candidatos; se les contrata no por sus cualidades únicas, sino por un algoritmo. Esto está corroyendo nuestras sensibilidades cívicas.
Pensadores como Aristóteles o Marco Aurelio apuntaban que debíamos «evitar los extremos y cultivar el término medio». En su libro hace referencia al «término medio de la felicidad». ¿Este termino medio se busca? Es más, teniendo en cuenta que vivimos en la era de la digitalización y la IA, donde todo pasa a una velocidad vertiginosa y parece que no hay tiempo ni paciencia para el camino intermedio, ¿se puede alcanzar?
He sido profesora la mayor parte de mi vida. Cuando veo a mis alumnos leer despacio un poema y reflexionar sobre cada palabra, cada coma, siento que están viviendo un momento precioso. Por unos instantes, la experiencia deja de ser performativa o estar orientada a objetivos. Leer poesía o contemplar durante horas Las Meninas en El Prado es un momento de contemplación y benevolencia comunitaria que te aleja de esa necesidad de subir un post a Instagram. El arte y la literatura te dan algo que jamás podrá la IA. Leer a Antonio Machado o a Francis Ponge implica estar en el presente y reflexionar sobre lo insignificantes que somos. No se trata de tener o no razón, sino de mirar el mundo de forma diferente, no de forma utilitaria, sino comunitaria. «Caminante no hay camino se hace camino al andar»; esto resuena poderosamente en mí. La IA pretende ser el camino. Solo si podemos construirlo mientras lo andamos, mejor juntos.
«Hay una gran diferencia entre el éxito y lo que llamo una excelencia en clave menor»
«Lo que pasamos por alto vuelve a la vida a través de la virtud de la atención», dice en su libro. Paradójicamente, inmersos en la economía de la atención, la virtud a la que usted hace referencia brilla por su ausencia. ¿Cuántas cosas relevantes se nos escapan en la vida por esto? ¿A qué han quedado relegados los actos maravillosos pero invisibles de los que está plagada la vida?
Es muy difícil estar atentos y ser conscientes en nuestras ajetreadas vidas. Una forma de descubrir lo que hay detrás de lo escondido es ser compilador de pequeñas cosas, de sutiles emociones. Cuando era pequeña, tenía una colección de judías que cultivaba entre algodones esperando a que brotasen. Cada niño debería hacer esto, ¡es una manera tan sencilla de conectar con algo más que nosotros mismos! Me fascina la cantidad de gente que cree que puede obtener mindfulness yendo al spa o haciendo yoga un día a la semana. ¿No te sorprende la cantidad de personas que ven White Lotus? Es una experiencia masoca ver a la gente fracasar y sentir una alegría malsana por ello. Hoy en día, muchas de las declaraciones en voz alta y resoluciones extremas son sobre el fracaso. La joven en la serie declara que quiere llevar una vida budista y cuando sus limitaciones se hacen evidentes, ya no lo quiere más. La impaciencia y el querer obtener resultados inmediatos son lo opuesto a realizar juicios reservados, observar la vida mientras sucede y poner el foco en el proceso más que en el producto.
Decía Nietzsche que «toda cultura elevada depende de la mediocridad». ¿Quiere esto decir que no podría existir la excepcionalidad sin la mediocridad?
No me gusta esa frase de Nietzsche y por eso la incluí en el libro. Siento lo opuesto. ¿Por qué estamos tan seguros de que la palabra mediocridad no significa nada? Tenemos un vocabulario muy reducido cuando se trata de la variedad de la experiencia humana. Para mí, cuando la usamos de manera despectiva, esta palabra oscurece los talentos más sutiles que eventualmente conducen a la creatividad y la invención. En un principio, Nietzsche sentía que los «pocos felices» (happy few) solo podrían construir su vida si otros trabajaban en su lugar, algo que no difiere del concepto de ocio de Aristóteles (los filósofos podían serlo, porque los esclavos hacía el trabajo sucio). El presupuesto es que la persona ordinaria, corriente, tiene poca inclinación para el arte elevado o la estética. Nietzsche creía que el mediocre era un imitador, no un creador; un trabajador, no un inventor. Pero luego cambiaría de idea. Según fue perdiendo la cabeza –lo que le permitió expandir su visión–, escribió sobre cómo apreciaba la belleza en cosas sin importancia. Su concepto de amor fati requiere que nuestro mundo deje de estar dividido entre alto y bajo, bonito y feo.
«Si solo deseas que todo sea perfectamente geométrico, te perderás la deliciosa extravagancia de la imperfección»
Lo cual me lleva a pensar en algo que decía mi padre sobre la belleza de la imperfección. ¿Qué hay de valioso en la imperfección? Hoy en día parece que no tiene cabida en una sociedad que busca la máxima perfección en todo, empezando por el físico de las personas. Me pregunto si existe alguna relación entre la imperfección y la mediocridad…
Si piensas en las personas que quieres, la última cosa que te importa es si son o no perfectas. Me atrevería a decir que tu padre entendió que esas pequeñas peculiaridades son las que hacen que la gente sea encantadora. Yo crecí con muchos complejos. El más grande era que tenía un lado de la boca un poco torcido. Lo hubiera dado todo por parecer normal, por ser simétricamente perfecta. Pero con el tiempo me di cuenta de que mucha gente pensaba que eso tenía su encanto. Si solo deseas que todo sea perfectamente geométrico, te perderás la deliciosa extravagancia de la imperfección.
Me gusta una observación que hace en su libro: «Redescubrir lo que hace único a cada individuo». ¿Cómo se consigue eso en una sociedad en la que todos vemos las mismas series, tenemos el mismo smartphone o llevamos las mismas zapatillas?
No me preocupan las zapatillas, los teléfonos inteligentes o las series. Tal vez la conformidad nos obligue a ser únicos de distintas formas. Para descubrir lo que nos hace únicos tenemos que usar nuestra imaginación simpática. Tenemos imaginación de sobra para leer novelas –sentimos empatía, nos identificamos, reímos, lloramos– pero, paradójicamente, esto parece más difícil con la gente con la que vivimos o a la que queremos. Tal vez tenemos que cambiar nuestros modelos a seguir. Cuando vamos a una fiesta, busquemos a aquellos que no gravitan en torno a los más poderosos o los más ruidosos. La gente adoraba a Chejov porque cuando entraba en una sala permitía que la gente se quitase la careta y descubriese su alma. Por unos instantes, de repente, sentían que ellos eran los protagonistas y que valían el tiempo de uno de los mayores escritores de la época.
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