Ignacio Ferrando. La quietud.

Tusquets, 2017. 394 páginas. A pesar de que está divorciado y está emparejado con una estudiante, Héctor decide apoyar a su exmujer en el trámite de adopción que dejaron a medias. La acompañará a Rusia en un viaje en el que a las trabas burocráticas se añadirán otros tipos de peligros. La verdad es que no daba mucho por este libro y me ha sorprendido agradablemente. Todos los mimbres de la historia, el padre perdido en la senectud, el divorcio por culpa de una amante más joven, los problemas de la adopción, el drama burocrático… están muy bien entretejidos y crean una historia robusta. Se disfruta, también, por un lenguaje cuidado que crea una excelente atmósfera, y por algunos detalles extemporáneos que encajan muy bien en la trama global y le dan, de vez en cuando, un toque interesante. Muy bueno. Ann vuelve a casa tambaleándose, con el rímel corrido y una carrera en la media. Es como si, en vez de divertirse, hubiera estado peleando con los gatos del callejón. En la entrada, se quita los zapatos y camina descalza hacia mí, sujetándolos por la tira. A varios metros ya huele a ginebra, a local cerrado y humo. El... The post Ignacio Ferrando. La quietud. first appeared on Cuchitril Literario.

May 13, 2025 - 20:32
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Ignacio Ferrando, La quietud
Tusquets, 2017. 394 páginas.

A pesar de que está divorciado y está emparejado con una estudiante, Héctor decide apoyar a su exmujer en el trámite de adopción que dejaron a medias. La acompañará a Rusia en un viaje en el que a las trabas burocráticas se añadirán otros tipos de peligros.

La verdad es que no daba mucho por este libro y me ha sorprendido agradablemente. Todos los mimbres de la historia, el padre perdido en la senectud, el divorcio por culpa de una amante más joven, los problemas de la adopción, el drama burocrático… están muy bien entretejidos y crean una historia robusta.

Se disfruta, también, por un lenguaje cuidado que crea una excelente atmósfera, y por algunos detalles extemporáneos que encajan muy bien en la trama global y le dan, de vez en cuando, un toque interesante.

Muy bueno.

Ann vuelve a casa tambaleándose, con el rímel corrido y una carrera en la media. Es como si, en vez de divertirse, hubiera estado peleando con los gatos del callejón. En la entrada, se quita los zapatos y camina descalza hacia mí, sujetándolos por la tira. A varios metros ya huele a ginebra, a local cerrado y humo. El reloj de pesas marca las dos y media. Espero a que sea ella la que diga la primera palabra, pero no lo hace. Por la calle Olivar baja el camión que recoge los contenedores de basura.
—¿Qué quería? —me pregunta ahora.
—¿Quién?
—¿Por qué te ha llamado?
Debe de haber bebido mucho. Esa actitud tan poco razonable, y hasta cierto punto ingenua, me tranquiliza. Camina con las puntas de los pies ligeramente hacia fuera. Se da la vuelta y, como si yo no estuviera allí, se quita las trabillas de la falda. Lo hace despacio, dejando que uno a uno se escuchen los corchetes metálicos. La carrera se abre paso hasta el arco de la nalga. Las ráfagas anaranjadas del camión cubren su espalda y es como si Ann, de un momento a otro, fuera a empezar a arder.
—¿Mala noche?
Ella no responde y deja claro que no va a responder. En cambio, se escucha fuera el chirrido del brazo articulado del camión. Las paredes de los contenedores golpean los dientes de la trituradora. El viejo forjado de viguetas de madera vibra como si fuera a colapsarse. Por un instante valoro la posibilidad de preguntarle por ese chico, por lo que ha sucedido —sé que a ella le gustaría—, o más exactamente por lo que no ha sucedido, pero algo me dice que en el fondo no es buena idea. Ni siquiera tengo la certeza de que el tal Alejandro no sea una invención y de que, en ese caso, mis preguntas no evidencien la falsedad con que ha tratado de embaucarme.
—¿Qué quería tu mujer? —insiste.
—Quiere tener un hijo conmigo.
—¿Cómo?
—Quiere tener un hijo conmigo —repito.
Es como si Ann necesitara unos segundos para procesar qué parte de verdad hay en lo que le estoy diciendo. Cuando mientes, la mejor estrategia es aproximarte a los hechos lo más posible. La cercanía de la verdad, más peligrosa que la verdad misma, siempre facilita la escapada.
—¿Bromeas?
—Por qué iba a bromear.
El camión de la basura ha terminado y se aleja calle abajo dejando un ronroneo residual.
—Eres un idiota —me dice.
—Por fin has llegado a una conclusión sobre mí.
—Es mentira.
—¿Por qué estás tan segura?
—Si eso fuera verdad, nunca me lo dirías.

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