La biblioteca misógina que nunca llegó a construirse
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Cuando TM Zink falleció en 1930, dispuso en su testamento que la mayor parte de su patrimonio se destinara a la construcción de una biblioteca en su ciudad natal, LeMars, Iowa. Pero no una biblioteca cualquiera, sino una en la que se prohibiera permanentemente la entrada a todas las mujeres y que no tuviera ningún libro escrito por ellas.
Por supuesto, el ayuntamiento de LeMars no estaba de acuerdo con esta donación y no puso objeciones cuando la hija de Zink impugnó, con éxito, el testamento, argumentando que su padre padecía una enfermedad mental. Así pues, la biblioteca sin mujeres de Zink nunca se hizo realidad.
El testamento de Zink tenía las siguientes disposiciones:
̶ Ninguna mujer podrá, en ningún momento, bajo ningún pretexto ni por ningún motivo, entrar en la biblioteca ni en las instalaciones, ni intervenir en ningún asunto relacionado con ella, ni designar a ninguna persona para que realice ningún acto relacionado.
̶ Ningún libro, obra de arte, gráfico, revista ni cuadro, a menos que sea obra de un hombre, podrá entrar ni salir del edificio ni de las instalaciones, incluyendo toda la decoración interior y exterior del edificio.
̶ En cada entrada a las instalaciones y al edificio se colocará un letrero con las siguientes palabras: «Prohibida la entrada a mujeres».
̶ Es mi intención excluir para siempre a todas las mujeres de las instalaciones y de tener algo que decir o tener que ver con el patrimonio fiduciario y la biblioteca…
̶ Si a cualquier mujer, o mujeres, se les permite hacer caso omiso de cualquiera de las limitaciones que se les imponen en este documento, será motivo de expulsión del patrimonio fiduciario y la biblioteca…
̶ Mi intenso odio hacia las mujeres no es de origen o desarrollo reciente ni se basa en ninguna diferencia personal que haya tenido con ellas, sino que es el resultado de mis experiencias con mujeres, observaciones de ellas y el estudio de todas las literaturas y obras filosóficas dentro de mi limitado conocimiento relacionado con ellas.
Lo curioso es que por absurdo que suene esta idea, incluso a ojos de las autoridades de los años 30, durante la mayor parte de la historia que las bibliotecas no tuvieran mujeres era precisamente lo normal. Y lo fue, al menos, hasta bien entrado el siglo XIX.
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