LOS PERROS DE ESSEX – Dan Jones
«Porque el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano». William Shakespeare, Enrique V (acto IV, escena 2ª). Primero el marco general: en el caluroso verano de 1346 el rey de Inglaterra Eduardo III (1327-1377), creyéndose agraviado e insultado por el rey de Francia Felipe VI (1328-1350), que no le reconocía sus derechos al […]

«Porque el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano».
William Shakespeare, Enrique V (acto IV, escena 2ª).
Primero el marco general: en el caluroso verano de 1346 el rey de Inglaterra Eduardo III (1327-1377), creyéndose agraviado e insultado por el rey de Francia Felipe VI (1328-1350), que no le reconocía sus derechos al trono francés y que le había confiscado sus tierras en el país galo, desembarcó en las costas de Normandía al frente de 15.000 hombres y, durante el seis semanas de fuego y sangre, se dedicó a arrasar todas las ciudades que encontraba a su paso (Valognes, Carentan, Sain-Lo, Caen…) hasta llegar al bosque de Crecy, ya pasado el rio Somme, donde infligió al rey francés una dura derrota que pasaría a los libros de Historia como una de las primeras grandes batallas que se producirían en la mítica Guerra de los Cien años (que en verdad duró 116, desde 1337 a 1453).
El eco de esas semanas, según cuentan las crónicas laudatorias, llegaron a las costas inglesas y los britanos tuvieron la suerte de conocer la valentía de sus caballeros, los hechos de armas, las hazañas del rey y de su hijo Eduardo (motejado más tarde como el Príncipe Negro por el color de su armadura) y el arrojo de sus bravos condes. Pero, como decía antes, ese es el marco general que nos han vendido los escritores de entonces, los que solo glosan a los vencedores, pero lo que en verdad nos interesa ahora son esos trazos pequeños, esas pinceladas casi desapercibidas que se ven en el gran cuadro. El periplo de aquellos soldados de a pie, de aquellos arqueros, en fin, de aquella chusma prescindible sin la cual no habrían sido posible esas grandes batallas ni esas brillantes campañas. Esto sería el dibujo interior que nos propone no el pintor sino el escritor Dan Jones en su primera novela histórica titulada: Los perros de Essex (Ático de los Libros, 2024) que inaugura una saga de aventuras continuada este año por Los lobos de invierno (Ático de los Libros, 2024).
El protagonista de esta novela histórica de aventuras no es un personaje en concreto sino un grupo de mercenarios, una hermandad de diez guerreros y arqueros (band of brothers) que puestos al servicio del noble sir Robert le Straunge durante cuarenta días se embarcan en la gran expedición que el rey Eduardo realiza a Francia con el fin de asegurar sus derechos al trono. Esta alegre compañía está compuesta por su líder Fitz Talbot, alias Loveday, el cantero Millestone, el gigante Escocés, el acido Hormiga, el Padre, los arqueros Tebbe, Romford y Thorp y dos hermanos galeses que en verdad, además de solo comunicarse en gaélico entre ellos, van a su bola como si ese maremágnum bélico no fuera con ellos. Como podrán observar, de los componentes de este pelotón no sabemos mucho más que sus apelativos pues lo que importa durante todo este periplo desde que desembarcan de manera espectacular en las playas de Normandía hasta la batalla final de Crecy es la camaradería y los lazos de unión que hay entre ellos, sus circunstancias personales, el por qué están allí (más por el botín que por la gloria) y la promesa de sangre de que todos se salvaran apoyándose los unos en los otros. Sin dejar a nadie atrás.
Quien lea esta novela ha de olvidarse de verlo todo a través de la óptica de los estrategas, de los arriesgados movimientos tácticos y de las batallas gloriosas que nos narran los libros de Historia pues hemos de bajar el punto de mira y observar toda esta acción desde los ojos de los soldados de a pie. Duros desembarcos en donde los Perros tragan arena y sal a partes iguales mientras son asaeteados por los defensores galos; sufridos sitios y espeluznantes saqueos de distintas ciudades para después volver al barro del camino y a las largas marchas hasta el siguiente objetivo; alocadas e imposibles misiones que los señores de la guerra les encomiendan y en las que cada vez sienten que pierden un trocito de alma al ver que nunca podrán volver a casa. Barro, fuego y humo es lo que será la tónica común en el camino de estos hermanos de armas. Y he aquí donde observamos dos niveles en la narración y en cómo unos y otros ven esa chevauchee, esa incursión de castigo en tierras galas, pues mientras ellos solo están ahí sufriendo por conseguir el botín, y viendo el horror y la muerte que esta siempre a su alrededor, los señores, la nobleza, los condes y caballeros de alto rango con sus armaduras brillantes e impolutas y bien servidos de comida por sus escuderos, en cambio lo ven como un entretenimiento, una especie de día de caza entre risas y chanzas en donde solo importa la gloria y el honor, en donde las personas de rango inferior son solo herramientas de las que servirse sin importar el numero de los que mueran. En fin, nada nuevo en cualquier conflicto bélico de la Historia, pero aun así este elemento desmitificador de las crónicas medievales es bien patente en la novela de Dan Jones.
Al igual que otras sagas de aventuras históricas protagonizadas, por poner un ejemplo, por guerreros como Richard Sharpe o Uthred de Bebbanburg (ambas de Bernard Cornwell), el ritmo de lectura es ágil y no se demora excesivamente en largas descripciones de lugares o situaciones ya que lo que más le importa al autor es la acción que imprime a su grupo de pícaros mercenarios. Igualmente tampoco se recrea en lo cruento o sádico de los saqueos o las tomas de las ciudades normandas, y tampoco se explaya en cruentos temas sexuales. La narración por tanto cumple con las directrices de este tipo de novelas históricas, aunque hay un par de puntos que, a mi modo de ver, le resta algo a la valoración final. Por un lado se detecta que tal vez le sobran algunas páginas al centrarse en demasía en los momentos íntimos de algunos personajes y sus circunstancias. En un principio eso no es malo del todo pues ahonda en lo que sienten esta gente pues humanos son, aunque luego, a veces se vuelve algo reiterativo. Aunque, por otro, lo que sí me parece algo más grave es el tema de la traducción a lo largo de la novela. Esta, en algunos casos, deja que desear pues encontramos frases o diálogos que no tienen sentido, como si fuera un caso de traducción directa, automática, no sabiendo si este defecto es achacable a la editorial, al equipo traductor o a que no se ha sabido traducir alejándose del texto original. Una incógnita.
Aun así, les sigo recomendando la lectura de esta primera novela histórica de Dan Jones, Los perros de Essex pues no solo se acercarán a los primeros envites de la llamada Guerra de los Cien años a la vez que a sus protagonistas, sino que gracias al peligroso periplo de nuestro pelotón se adentrarán en el meollo de este conflicto al igual que los amantes de la historia y del buen cine en general nos enganchamos a excelentes películas o series como Salvar al soldado Ryan o Hermanos de Sangre.
«¡Desperta ferro!».
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Dan Jones, Los perros de Essex, traducción de Auxiliadora Figueroa. Barcelona, Ático de los Libros, 2024, 496 páginas.