Isaac Bashevis Singer. La familia Moskat.

RBA, 2009. 798 páginas. Tit. or. The family Moskat. Trad. Juan José Guillén. Historia de la saga familiar que empieza con un millonario y acaba en el inicio de la segunda guerra mundial. Novela coral en la que aparecen amores desgraciados, negocios que triunfan o fracasan, antisemitismo, celebración y muerte. Retrato también de una Varsovia que está a punto de cambiar para siempre. Es indudable la capacidad del autor para el retrato de situaciones y personajes, tan creíbles a pesar de sus contradicciones -o precisamente por eso. Destacan los líos amorosos de Asa Heshel, condenado a hacer infeliz a todas sus parejas, la vitalidad insaciable del tío Abram, o la practicidad del mayordomo Koppel, que consigue rehacer su vida en América. Acabas considerándote uno más de la familia y sufriendo por sus desventuras. Muy bueno. A pesar de todo, no puedo soportar las tonterías. ¿Qué hace el capitalista que sea tan malo? Compra y vende. —Entonces, según su opinión, ¿quién tiene la culpa de la crisis actual? —La naturaleza humana. Puede llamar a un hombre capitalista, bolchevique, judío, goy, tártaro, turco, lo que quiera, pero la auténtica verdad es que el hombre es un ser repugnante. Si lo apalean, grita.... The post Isaac Bashevis Singer. La familia Moskat. first appeared on Cuchitril Literario.

May 9, 2025 - 05:32
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Isaac Bashevis Singer, La familia Moskat
RBA, 2009. 798 páginas.
Tit. or. The family Moskat. Trad. Juan José Guillén.

Historia de la saga familiar que empieza con un millonario y acaba en el inicio de la segunda guerra mundial. Novela coral en la que aparecen amores desgraciados, negocios que triunfan o fracasan, antisemitismo, celebración y muerte. Retrato también de una Varsovia que está a punto de cambiar para siempre.

Es indudable la capacidad del autor para el retrato de situaciones y personajes, tan creíbles a pesar de sus contradicciones -o precisamente por eso. Destacan los líos amorosos de Asa Heshel, condenado a hacer infeliz a todas sus parejas, la vitalidad insaciable del tío Abram, o la practicidad del mayordomo Koppel, que consigue rehacer su vida en América.

Acabas considerándote uno más de la familia y sufriendo por sus desventuras.

Muy bueno.

A pesar de todo, no puedo soportar las tonterías. ¿Qué hace el capitalista que sea tan malo? Compra y vende.
—Entonces, según su opinión, ¿quién tiene la culpa de la crisis actual?
—La naturaleza humana. Puede llamar a un hombre capitalista, bolchevique, judío, goy, tártaro, turco, lo que quiera, pero la auténtica verdad es que el hombre es un ser repugnante. Si lo apalean, grita. Y, si el apaleado es el de al lado, entonces desarrolla una teoría. Quizá la situación sea mejor en el otro mundo. Entra un momento en el dormitorio conmigo, Asa Heshel. La señorita Bárbara nos perdonará.
Abram agarró los dos lados de la silla con ambas manos e hizo un gesto de dolor, como si tuviera retortijones fuertes en los intestinos. Asa Heshel le ayudó a levantarse. Abram dio unos pasos y se detuvo. Sacó un pañuelo del bolsillo de la bata y se limpió el sudor de la cara. En el dormitorio cubrían una silla frascos, botellas y cajas de pastillas, y había por todas partes platos y vasos sin lavar. Había libros y periódicos en varios sitios. Abram dejó caer con cuidado toda su corpulencia sobre la cama, apoyándose en las tres almohadas de la cabecera.
—¡Ay, te lo aseguro, soy una cáscara rota! —se quejó—. Cuando me acuesto aquí, aun logro soportarlo, pero cuando me levanto, todo este maldito cuerpo no vale para nada. El corazón de un hombre, te lo aseguro, hermano, es un órgano inútil. Bueno, no esperaba que durase tanto. Y, si quieres saber la verdad, todo me importa un bledo. He pensado en que me incineren, pero ¡qué importa! Supongo que los gusanos también tienen que comer. También tienen esposas e hijos. Hablemos de temas más agradables. ¿Cómo te van las cosas? ¿A qué clase de aventuras te dedicas? ¿Quién es esa muchacha? No quiero ser yo quien te juzgue, pero tengo que decirte que ésa no es forma de continuar.

—Te lo he dicho, me buscan para detenerme.
—Naturalmente, si te mezclas con gente como ésa te detendrán una docena de veces. Te depositarán con mucha delicadeza en la cárcel. Y no seré yo quien salga fiador. Hadassah tiene los ojos rotos de llorar. No es mujer de muchos lamentos, pero puedo darme cuenta de que no aguantará mucho más. ¿Has encontrado una amiga mejor que ella? Te ha esperado años y años. Por ti ha despreciado todo lo demás. Y ahora ésta es tu forma de pagárselo. ¿Qué pasa? ¿Ya no la quieres?
—Sí la quiero.
—Entonces, ¿por qué la torturas? Vamos, habla claro.
—¡Abram, yo no soy hombre de familia!
—¿Y te acabas de dar cuenta? Quieres divorciarte, ¿verdad?
—Quiero que me dejen en paz. No puedo soportar más la carga.
—¿En qué quieres convertirte?, ¿en vagabundo?
—No aguanto más. Estoy muerto de agotamiento.
—De verdad pareces cansado. Quizá te apetezca un poco de coñac. El médico me lo ha recetado a mí.
—No, no servirá de nada.
—Siéntate. La gente como tú se cansa de sus propios pensamientos. ¿Quién es esa mujer?
—La hija de un misionero.
—¿Y además comunista?
—Eso dice ella.
—¡Ya! Bueno, de lo que siembres recogerás. Estoy contento. Pronto ya no estaré aquí. A los jóvenes se os avecinan tiempos amargos.
—Nos destruirán a todos.
Abram levantó una ceja.
—¿Quién? ¿De qué estás hablando?
—Nos han atrapado en una red: económicamente, espiritualmente, en todos los aspectos.
—Siendo así, al menos deberíamos permanecer unidos.
—¿Por qué? No nos amamos tanto entre nosotros.

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