Título original: Expensive People
Traducción (al catalán): Núria Busquet Molist
Año de publicación: 1968
Valoración: Ambicioso y decididamente recomendable
Gente adinerada es la segunda de las cuatro novelas autoconclusivas que conforman Wonderland, la tetralogía de Joyce Carol Oates. Aunque cambia el estilo, tono y planteamiento general de Un jardín de placeres terrenales, su predecesora, mantiene el alto nivel literario y la dura crítica a Estados Unidos.
Nos sumerge en la mente de Richard Everett, un adolescente solitario, alienado y mentalmente inestable que relata su vida. Lo hace a través de unas memorias en primera persona con continuas apelaciones al lector. Memorias que deliberadamente carecen de una arquitectura literaria («Sólo en la ficción hay transiciones claras entre los acontecimientos», pg. 162), presentan varios personajes que no se desarrollarán jamás y se prolongan indefinidamente (pues, al terminarlas, el narrador deberá «afrontar el suicidio», pero le «da miedo morir», pg. 262).
Richard estuvo rodeado de bienes materiales cuando crecía. Pertenecía a una familia adinerada y vivía en una casa grande y cara de un barrio residencial de Detroit. Sin embargo, era hijo de un matrimonio profundamente desestructurado. Su madre, Natashya Romanov (en adelante la llamaré Nada) no les quería ni a él ni a su padre, el exitoso pero infeliz ejecutivo Elwood Everett, con quien estaba casada sólo por dinero y a quien engañaba con decenas de hombres.
Richard admite enseguida que Nada es el núcleo de Gente adinerada. Y tiene razón, porque alrededor de ella giran estas memorias, los acontecimientos y el resto del elenco («porque Nada siempre avanzaba (...), como cualquier constelación importante, dirigiéndose hacia aquello que ella creía que buscaba, y junto a ella avanzaban satélites y partículas de polvo, entre ellos yo», pg. 232).
Menudo personajazo logró Oates con Nada. Es una mujer atractiva, esquiva tanto para su hijo Richard como para su marido, Elwood. Es, también, una escritora menor, autora de una obra de gran calibre. Y es quien, desde el inicio, sospechamos que murió a manos de su hijo, que se confiesa asesino.
Los sentimientos del narrador hacia Nada son, por cierto, harto complejos, intensos y oblicuos. Él siente un amor desmesurado por su madre, uno que rebosa toda frontera filial. «¿Todavía la quería?», se pregunta Richard en la pg. 231. «La quería más que nunca, claro. Las madres que se arriman y suplican amor no reciben nada, y no se merecen nada, pero las madres como Nada (...) nos sorben cada gota de amor. Lo horrible es que el amor es una emoción con la cual no puedes hacer nada. No tiene valor. Quienes amamos desesperadamente son como los nobles en el exilio, exiliados sin ningún reino para mirar hacia atrás, para recordar. Nuestra persona querida existe dentro de la perfecta aureola de su propia consciencia, egoísta y adorada, protegida de nosotros por la misma violencia del amor que sentimos. ¿No es eso el amor que siente un niño por su madre, os debéis preguntar? ¿Verdad? ¡Ay, dejad que sea cualquier cosa, cualquier tipo de amor! ¡Tenía suficiente amor de cualquier tipo! Podía perdurar más que los amantes, los maridos, los amigos...»
En cambio, Nada no corresponde a su hijo. Aunque en ocasiones se muestra afectuosa, nunca le prodiga amor genuino (al igual que hace Elwood). Incluso lo ha abandonado en alguna ocasión.
Richard describe así su interacción con Nada cuando es consciente de que ésta volverá a marcharse de casa tras una discusión con su marido: «Me parece que lo supe yo antes que ella. Todo el día entraba y salía de mi habitación, se sentaba en mi cama y depositaba la mano fresca y remota sobre mi frente febril, mirándome con la sorpresa tenue y vaga de una persona que descubre que hay vida en el maniquí de una tienda o en un cadáver. ¡Nunca signifiqué nada para ella, nunca! Quizá era una extraña broma protoplásmica que padre le había deseado una noche, ya tarde, después de un coctel. Yo era carne, huesos, sangre y cerebro etiquetados como "Richard", y "Richard" debería haber evocado en su mente pensamientos mecánicos de culpa, responsabilidad y amor. Me quería cuando era feliz. Me quería cuando se daba cuenta de mi existencia. Me quería si era bueno, si padre era bueno, si la habían invitado a salir las dos noches de un fin de semana, si el mundo iba bien, si la humedad era baja y el barómetro agradable: mientras que yo la quería siempre, cuando era una puta o era una santa, encantadora o fea, con los cabellos cortos y brillantes o largos y grasientos... La quería, ¿pero de qué nos sirvió a ninguno de nosotros?», pg. 127.
Tras un breve diálogo, en el que Richard le dice a Nada que si marcha de nuevo no se moleste en volver, ella se queda «quieta y seria», mirándolo «de la misma forma en que miraba a padre o a las mujeres con rulos del vecindario, o a las cacas que hacían los perros de los vecinos en el césped de casa. Su cara era magnífica y pálida, sus ojos oscuros, algo dementes (...). ¡Ay, no lo sé! ¡No sé qué parecía! La miré y miré durante años. La observaba y la quería. (...) pasó de ser otra persona a formar parte de mí mismo. Era como si Nada, mi madre, se hubiera convertido en una especie de criatura embrionaria incrustada dentro de mi cuerpo (...)», pg. 128.
Pero no os penséis que el resto de personajes palidecen al lado de la polifacética Nada. Richard y Elwood están igualmente perfilados (su aspecto físico, sus voces, su psicología, etc...). También muchos secundarios, pese al escaso foco que reciben.
Otro aspecto destacable de Gente adinerada es su estructura y su estilo. Ya he mencionado que Richard elude el formato literario en sus memorias. A ese enfoque tan interesante hay que añadir otros dos aspectos que dotan al texto de un carisma excepcional: el grado de suspense que alcanza y la narración no fiable de Richard.
Por último, querría mencionar que la crítica a Estados Unidos efectuada en estas páginas es muy acertada. Se enfoca a la clase medio alta, su educación, su pleitesía por el dinero, su pretenciosidad intelectual, su hipocresía, etc...
También de Joyce Carol Oates en ULAD: Aquí