Rafael Cansinos Assens. La novela de un literato.

Arca ediciones, 2022. 864 páginas. Ya reseñé la primera parte de este libro aquí: La novela de un literato y quería seguir con las otras partes, que eran bastante inencontrables. Arca ha decidido hacer esta reedición que aglutina las casi 1700 páginas de la edición original en la mitad a base de hacer una página gigante y un papel biblia que conforma un volumen bastante manejable. Eso sí, las notas no las han puesto ni a pie de página ni al final del volumen, sino en un pdf en la red: Notas a la novela de un literato. ¿Y qué encontraremos aquí? Lo mismo que comenté en aquella reseña, un retrato de la sociedad literaria y bohemia de principios de siglo. El libro acaba en 1936 con el golpe de estado de Franco, donde muere la república y la literatura. La galería de personajes es impresionante, pero los que destacan no son los grandes nombres, como Valle-Inclán, Columbine o Gómez de la Serna. Los mejores son esas figuras de segunda fila, de los bohemios que sobreviven a base de sablazos a los periodistas con ínfulas o los editores tramposos y los que pretenden, sin talento, buscar un hueco en el... The post Rafael Cansinos Assens. La novela de un literato. first appeared on Cuchitril Literario.

May 5, 2025 - 05:06
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Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato
Arca ediciones, 2022. 864 páginas.

Ya reseñé la primera parte de este libro aquí: La novela de un literato y quería seguir con las otras partes, que eran bastante inencontrables. Arca ha decidido hacer esta reedición que aglutina las casi 1700 páginas de la edición original en la mitad a base de hacer una página gigante y un papel biblia que conforma un volumen bastante manejable. Eso sí, las notas no las han puesto ni a pie de página ni al final del volumen, sino en un pdf en la red: Notas a la novela de un literato.

¿Y qué encontraremos aquí? Lo mismo que comenté en aquella reseña, un retrato de la sociedad literaria y bohemia de principios de siglo. El libro acaba en 1936 con el golpe de estado de Franco, donde muere la república y la literatura. La galería de personajes es impresionante, pero los que destacan no son los grandes nombres, como Valle-Inclán, Columbine o Gómez de la Serna. Los mejores son esas figuras de segunda fila, de los bohemios que sobreviven a base de sablazos a los periodistas con ínfulas o los editores tramposos y los que pretenden, sin talento, buscar un hueco en el mundo de las letras.

Hay páginas tremendamente divertidas. Tramas mejores que muchas novelas. Como quien teniendo una buena novia se casa con una muchacha a la que ha dejado encinta por el imperativo categórico, o aquel cuya novia tiene un amigo y solo rompe con ella cuando le roba los libros, o el pícaro Carrere, que vende una novela de la que solo ha escrito el primer capítulo (un Vázquez avant la lettre).

Todo en este libro respira vida, humanidad, y es una delicia leerlo de principio a fin, aunque sea tan largo.

Buenísimo.

-No hay quien lo coma…, ¡se parece a los libros de Ramón!…
Una voz, quizá la de Tomás Borrás: -¡Ramón tiene mucho talento! ¡Ramón es muy grande!
-Un metro escaso -ironiza Cándamo.
-¡Oh, cómo se aburre ese pobre de Alcaide de Zafra! -compadece Andresito-Habría que decirle algo…
Un joven flaco, largo, estirado, que saca de la tirilla un cuello largo con una carita menuda, con lentes, grita con voz tonante:
-¿Te aburres, genio?
-¡Cállate, Verita! -le reprende Andresito.
-Pero, ¿no es un genio? Aquí todos somos genios… Ramón es un genio… Yo soy un genio… ¡Viva el genio!
-¡Tú ya la has cogido, Verita!… Cállate, que va a hablar Ramón…
-¡Bravo! ¡Que hable el genio! á
Ramón se levanta, requiere silencio dando con una cucharilla en el vaso y empieza a hablar, exponiendo la significación del banquete, el simbolismo del reloj isabelino y el espejo empañado; evoca la figura de Larra, que fue el primer pombiano, etcétera, etcétera.
Cándamo le pone comentarios con sordina… -Bueno, pero en fin de cuentas, ¿qué somos los pombianos?… De eso nos quedamos en ayunas… ¡eh!
-Quiere decir que somos ramonianos -explica Andresito-. Este Ramón es un genio de la propaganda…
Termina Ramón y estallan aplausos ruidosos e irónicos… Empieza el desfile. Pero Ramón lo contiene. Antes de irse hay que firmar en el álbum de Pombo. Y además, dedicará su último libro a cada uno de los comensales. Un camarero le pone sobre la mesa un rimero de libros.
-¡Y encima tenemos que cargar con ese libróte! -refunfuña Cándamo-. Los regala para poder decir que agotó la edición.
Vamos desfilando todos. Ramón nos pregunta: -¿Ha comido usted bien? -luego nos da su libro dedicado y una cédula de comulgante, por el estilo de las que dan en las parroquias a los que cumplen el precepto pascual. ¡Oh, qué espíritu protocolario tiene este Ramón!…
-Sí -comenta Cándamo-, pero, ¿por qué le da por los símbolos clericales? ¿Será un agente de los jesuitas?
Una voz recia, dogmática:
-¡Ramón tiene mucho talento!
-¡Ramón es muy grande!
-¡Ramón tiene un nombre admirable, para un peluquero!
-¡Adiós, Ramón, genio, yo te saludo! -truena Verita con su voz estridente.
Los camareros recogen el servicio y nos miran. Debemos parecerles una partida de locos. Pero somos tontos, nada más. Yo salgo bostezando, como Alcaide de Zafra…


En tanto, recordamos lo que los periódicos han dicho estos últimos días de Fantomas. Detenido como rata de hotel, en el Palace, puesto luego en libertad, Fantomas fue unos días la actualidad periodística. Los reporteros publicaron prolijas informaciones sobre la ambigua personalidad del detenido, que resultaba ser un chico argentino, un inofensivo gigolo, algo excéntrico, que usaba quimonos bordados para estar en casa y se teñía hasta las uñas de los pies…, un punto de cabaret porteño, acaso un conquistador de viejas ricas, bailarín de tango, cocainómano, pero nada más… Lo bastante, sin embargo, para hacerse sospechoso de la policía.
Pero ya está aquí Fantomas. Correcto, con todos los detalles de un pollo pera, como se dice ahora, con botitos, monóculo y una gardenia en la solapa negra, se acerca a nosotros, con aire melancólico, wertheriano; y con acento marcadamente criollo, nos da las gracias por la buena acogida. Trae en sus manos un ejemplar de mi Candelabro y me lo muestra diciendo:
-Perdone usted, maestro…, pero tenía tantas ganas de conocerlo personalmente… Su Candelabro ha iluminado mis noches de angustia y ahora es mi breviario… Lo llevo siempre conmigo y me sé trozos de memoria… Querría formar parte del coro de sus admiradores…
Yo pongo la natural cara de asombro y lo invito a sentarse. El portugués exclama:
-Gracias, señores… Crean que hacen una obra de filantropía acogiendo tan cordialmente a mi amigo… El pobre está tan triste…, ha querido suicidarse…, con lo joven que es y su buen tipo, ¿verdad?… Elay que animarlo… ¡Anímate, Eddy!
Eddy esboza una sonrisa triste y desencantada… Para él, la vida ha perdido todo atractivo… Solo le sirve de consuelo mi Candelabro../. -Qué pensamientos tan profundos, qué imágenes tan brillantes…, qué conocimiento del corazón humano… ¡Yo quiero morirme pronto y que me entierren con este libro maravilloso!…
-¡No hables de morirte, Eddy! -le amonesta el portugués-. ¡Me partes el alma! Tu puedes aún rehacer tu vida…, tienes ante ti un porvenir brillante.
Eddy hace un gesto de indolencia triste y deja caer el monóculo, como el pétalo de una flor marchita. El portugués insiste: -¿Ven ustedes, señores? Siempre tan mustio… Nada le divierte… Las mujeres se lo rifan…, podría tener cuantas queridas se le antojasen…, mujeres ricas, cocottes de bandera…, porque su detención le ha hecho una rédame enorme… Las camareras del Candelas se vuelven locas por él…, todas tienen curiosidad por verle las uñas pintadas de los pies… y, sin embargo, él… nada… ¡Siempre tan triste y pensando en el suicidio!…
-Pues nada -le exhorta San Germán, protector, dándole un golpecito en el hombro-. E[ay que animarse, amigo Fantomas. ¡La vida es una albórbola!
-¿Qué? -interroga Eddy, desconcertado.
-Pues eso, una albórbola…; que hay que reír y bailar y hacer el ganso… El suicidio es ya una cosa anacrónica…, de un romanticismo trasnochado…
Eddy nos mira con ojos melancólicos, de una desolación infinita, y murmura:
-Tiene usted razón…, pero es que no puedo…, no puedo alegrarme… Solo me consuela un poco el Candelabro…, es una especie de Kempis…, es mi pasto espiritual.
Nos miramos perplejos. ¡Es notable! Fantomas cita el Kempis, Fantomas tiene cultura, probablemente hará versos…
No; no los hace…, pero se sabe de memoria trozos de Rubén Darío y de Amado Ñervo…, y de Alfonsina Storni, la suicida…
-¿Ves? -observa San Germán-. El veneno del arte…
¿Quién es en el fondo este Fantomas!… ¿De dónde ha salido?… ¿Cómo y de qué vivió hasta ahora?… El portugués tampoco lo sabe, pues lo conoció recientemente, quizá en la cárcel, porque también él tiene toda la facha de un aventurero, de un
picaro, de un manager de boxeadores, de cualquier cosa rara… Ahora ha encontrado a Fantomas y trata de beneficiar en provecho de ambos la rédame involuntaria que le hizo la policía…
-Yo -explica- siento por Eddy una gran compasión… Con todo lo que han dicho de él, ¡y es un alma de Dios!, lo que se dice un niño… Si no fuera por mí, ya se habría muerto… Ni siquiera sabe sacar partido de esa tristeza suya que lo hace tan interesante oara las mujeres… Vamos al Candelas, al Café de la Paz, al Maxim’s y las camareras me preguntan: «Pero, ¿qué tiene tu amigo?… ¿Por qué está tan triste?… ¿Qué podríamos hacer para alegrarlo?… ¿Es que no tiene dinero?…». Y estarían dispuestas a desprenderse por él de sus sortijas y sus arracadas…, pero él no les hace caso…
-No tiene alma de chulo -dice-. Pero como siga así -añade confidencialmente- va a tener que morirse de veras…
Fantomas lo oye todo con gesto indiferente:
-Yo soy un cadáver… ¡Un cadáver elegante, con su monóculo y su gardenia en el ojal!…
-¡Vamos, vamos! -lo anima San Germán-. ¡Hay que alegrarse, amigo Eddy!… Todo eso es literatura… ¡Hay que vivir la vida!… Y si no, vístase usted el sayal de los hijos de San Bruno y métase en la Trapa…
-¿Para qué? -suspira Fantomas-. Yo llevo la Trapa conmigo… Mi alma es un claustro solitario y oscuro…
-¡Vaya! -exclama el portugués-. Bebe algo, Eddy, y obsequia a estos señores…
Eddy obedece solícito: -Camarero, sirva a los señores lo que quieran. A mí whis-key and soda…
-No bebas esas cosas -le aconseja el portugués-. Bebe cognac o ajenjo… El whiskey es triste…
-El whiskey sabe a enfermedad -encarece San Germán, recordando unos versos de Paulino.
Eddy se encoge de hombros: -¿Qué más da?… ¡Yo quiero morirme y que me
entierren con El candelabro de los siete brazos\


-Mira, Margarita -dice Bóveda, muy grave y engolado-. No pongas esa cara triste. Hay que ser razonable. Nosotros no podemos casarnos después de lo de Alberto… Yo te quiero, pero como a una hermana…, como a una hermana buena…, pero nada más. Y he conocido allí a una señorita decente, culta, hija de padres gallegos como yo…, hemos simpatizado y nos vamos a casar… Ya es hora de que yo deje la bohemia…
Margarita pone una cara triste y unas lagrimillas asoman a sus ojos diminutos. Todo en ella, hasta su pena, es pequeñito. Suavemente protesta: -Eso de Alberto fue más bien compasión…, me daba lástima el pobre muchacho.
-¡Y por él me dejaste a mí sin libros y sin calcetines! -sonríe Bóveda-. Pero bueno, no hablemos más de eso… Aquellas eran cosas de juventud… Yo tengo ya cuarenta años…, hay que afrontar la vida con filosofía.
Margarita suspira, resignada, y se enjuga los ojitos con su pañolito. Ya en el café, sumerge su penita en una jicara de chocolate con picatostes, en tanto Xavier me enseña su álbum de recortes y luego, con tono doctoral, me expone la evolución que ha experimentado su psiquis.
Bóveda mira ahora con cierto desdén la Poesía; él aspira a ser filósofo. Está leyendo con toda atención las obras de Ortega y Gasset, de Bergson y La razón pura, de Kant, las extracta en cuadernitos y medita sobre ellas…
-Hay que hacerse una cultura -dice-. Yo era antes un.pequeño salvaje, que apenas si había leído algo a salto de mata. Ahora comprendo que hay que sistematizar las lecturas, proceder con método… La cultura solo así se adquiere; y sin cultura no se puede ser ni poeta… Yo ahora hago versos, pero con un fondo filosófico…, como Unamuno y Lugones y Arturo Capdevila… ¿No conoce usted al autor de Melpómene?… Él le conoce a usted… Es algo formidable… Yo me estoy iniciando también en Mitología… El mito es la creación poética de los pueblos… Un poeta debe conocer la Mitología… Yo estoy estudiando incluso la teoría de la relatividad de Einstein…
-Te estás haciendo un sabio -suspira Margarita-. Pero te vas a casar y ya no te veremos… Te irás a América y yo me quedaré aquí, llorando tu ausencia…, sola…
-¡Con tu Alberto! -ríe el poeta galaico-. No te lo digo como reproche, pero tú tampoco debes reprocharme a mí… Hay que ser razonables y comprensivos… Alberto es un pintor y no tiene cultura…, pero un hombre como yo, que he leído la Crítica de la razón pura…
-¡Oh, sí! -suspira Margarita- Ya comprendo que estoy muy lejos de ti… No tengo cultura… Pero tengo corazón. ¿Y si me tomase un frasco de sublimado corrosivo?
-Ese sería un gesto anacrónico, Margarita. Una muchacha moderna como tú no puede reaccionar de ese modo… En todo caso, hay otros medios de suicidio más modernos…
-Pues me haré morfinòmana, cocainómana, me moriré y tú tendrás la culpa… Me haré el hara-kiri como madame Butterfly…
-Eso ya es otra cosa -sonríe Bóveda-. Después de todo, pareces una japonesita, una musmé… Yo te haría un poema en hai-kais… y Alberto te inmortalizaría en un cuadro…
-¡Eres un sádico, Xavier! ¡Te complaces en atormentarme!… Dudas de mi amor… ¡Oh, Dios mío, qué desgraciada soy!… Siento tentaciones de crimen pasional…
Margarita parece ir a tener una crisis de nervios. Bóveda trata de apaciguarla, le seca el llanto, la implora:
-Por Dios, Margarita, sé razonable… Yo te amo y te amaré siempre…, pero debo seguir mi camino… Tú debes comprenderlo…
-Sí, lo comprendo -gime Margarita-, y no seré un obstáculo en tu vida… ¡Pero soy muy desgraciada!…

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