Alejandro Gándara: La media distancia
Idioma original: castellanoAño de publicación: 1984Valoración: Está bienEsta su primera novela la escribió Alejandro Gándara con solo veintisiete años y es claramente una obra de juventud, en la que el autor habla seguramente de su propia experiencia, la que vivió en esa etapa en la que uno despega de la pastosa adolescencia y empieza a cruzar puertas que no conocía. Es un proceso por lo general corto, aunque claro está depende de cada uno, a veces se alarga de forma inaudita cuando se deja enredar en esa maraña de sensaciones desconocidas y, por miedo o por comodidad, no se decide a pasar pantalla. En otras ocasiones, pregúntese por ejemplo a nuestros abuelos, la evolución dura menos que el ocaso en los trópicos, y el jovencito se ve de golpe abocado a la madurez sin haber podido saborear un poquito el final de la infancia, que también tiene su encanto.Parece ser que Gándara practicaba el atletismo, y quiere dejar constancia de esa experiencia deportiva, que es un vehículo yo creo que muy válido para afirmar ese tránsito. Describe así los entrenamientos, la relación con sus compañeros-competidores y con su entrenador, pero sobre todo las carreras, las sensaciones, los temores y lo que sería el tópico de la soledad del corredor de fondo. No hay sueños de grandeza ni al parecer temor al fracaso: el joven corre porque es lo que ha decidido hacer y es lo que hace realmente bien, hasta ahí llega su ambición. El relato parece certero, definiendo momentos y sensaciones más físicas que mentales, aunque da la sensación de espesarse en exceso y adquirir una profundidad quizá algo impostada.Pero la actividad deportiva, siendo el hilo conductor, tampoco ocupa todo el espacio. Esto no es Carros de fuego, aunque tampoco aquel libro de Murakami en el que los maratones se fundían con la profesión de escritor. Gándara explora también la experiencia del joven que, empujado por el deporte, va asomándose a situaciones nuevas: la vida fuera del pueblo, el contacto con desconocidos, amagos de amores, la enfermedad.Sin llegar a serlo del todo, tiene algo de novela de formación, y muestra el claro sello de obra primeriza en que el joven habla de lo que conoce muy directamente. Lo cierto es que Gándara escribe bien, y esto le permite sostener hasta cierto punto una narración que a veces resulta algo inconsistente. Por eso quizá brilla más cuando se centra en un solo episodio, como la experiencia en sí de las carreras o, sobre todo, en la larga descripción de unas fiebres sufridas en la lejanía de una pensión. Es en mi opinión un pasaje soberbio, fácil de imaginar pero muy difícil de resolver ante el papel en blanco, con ese nivel de detalle, intensidad e inmediatez, como si lo hubiera estado escribiendo en tiempo real.El resto de la narración me parece bastante irregular, con cierto abuso de la introspección, y algo irritante cuando, con demasiada frecuencia, los personajes (a fin de cuentas casi todos muy jóvenes) parecen hablar siempre con metáforas o filosofando todo el tiempo. La prosa poética algo recargada y ese deseo de exhibir el ingenio y la agudeza son quizá muestras de inmadurez, esas cosas que el tiempo y también el trabajo van puliendo, pero que en este caso es inevitable que acaben provocando algunas desconexiones con el lector. Al menos es lo que a mí me ha ocurrido. Habría que ver cómo ha evolucionado el autor, pero por mi parte dudo que le vaya a dar más oportunidades.

Año de publicación: 1984
Valoración: Está bien
Esta su primera novela la escribió Alejandro Gándara con solo veintisiete años y es claramente una obra de juventud, en la que el autor habla seguramente de su propia experiencia, la que vivió en esa etapa en la que uno despega de la pastosa adolescencia y empieza a cruzar puertas que no conocía. Es un proceso por lo general corto, aunque claro está depende de cada uno, a veces se alarga de forma inaudita cuando se deja enredar en esa maraña de sensaciones desconocidas y, por miedo o por comodidad, no se decide a pasar pantalla. En otras ocasiones, pregúntese por ejemplo a nuestros abuelos, la evolución dura menos que el ocaso en los trópicos, y el jovencito se ve de golpe abocado a la madurez sin haber podido saborear un poquito el final de la infancia, que también tiene su encanto.
Parece ser que Gándara practicaba el atletismo, y quiere dejar constancia de esa experiencia deportiva, que es un vehículo yo creo que muy válido para afirmar ese tránsito. Describe así los entrenamientos, la relación con sus compañeros-competidores y con su entrenador, pero sobre todo las carreras, las sensaciones, los temores y lo que sería el tópico de la soledad del corredor de fondo. No hay sueños de grandeza ni al parecer temor al fracaso: el joven corre porque es lo que ha decidido hacer y es lo que hace realmente bien, hasta ahí llega su ambición. El relato parece certero, definiendo momentos y sensaciones más físicas que mentales, aunque da la sensación de espesarse en exceso y adquirir una profundidad quizá algo impostada.
Pero la actividad deportiva, siendo el hilo conductor, tampoco ocupa todo el espacio. Esto no es Carros de fuego, aunque tampoco aquel libro de Murakami en el que los maratones se fundían con la profesión de escritor. Gándara explora también la experiencia del joven que, empujado por el deporte, va asomándose a situaciones nuevas: la vida fuera del pueblo, el contacto con desconocidos, amagos de amores, la enfermedad.
Sin llegar a serlo del todo, tiene algo de novela de formación, y muestra el claro sello de obra primeriza en que el joven habla de lo que conoce muy directamente. Lo cierto es que Gándara escribe bien, y esto le permite sostener hasta cierto punto una narración que a veces resulta algo inconsistente. Por eso quizá brilla más cuando se centra en un solo episodio, como la experiencia en sí de las carreras o, sobre todo, en la larga descripción de unas fiebres sufridas en la lejanía de una pensión. Es en mi opinión un pasaje soberbio, fácil de imaginar pero muy difícil de resolver ante el papel en blanco, con ese nivel de detalle, intensidad e inmediatez, como si lo hubiera estado escribiendo en tiempo real.
El resto de la narración me parece bastante irregular, con cierto abuso de la introspección, y algo irritante cuando, con demasiada frecuencia, los personajes (a fin de cuentas casi todos muy jóvenes) parecen hablar siempre con metáforas o filosofando todo el tiempo. La prosa poética algo recargada y ese deseo de exhibir el ingenio y la agudeza son quizá muestras de inmadurez, esas cosas que el tiempo y también el trabajo van puliendo, pero que en este caso es inevitable que acaben provocando algunas desconexiones con el lector. Al menos es lo que a mí me ha ocurrido. Habría que ver cómo ha evolucionado el autor, pero por mi parte dudo que le vaya a dar más oportunidades.