La trampa del amor

Vivimos una paradoja: somos ciudadanos del siglo XXI con hormonas del Paleolítico e instituciones del Imperio Romano. Amamos como si estuviéramos cazando mamuts, pero exigimos estabilidad emocional en formatos sociales diseñados hace milenios. ¿Resultado? Una trampa. La trampa del amor romántico. La entrada La trampa del amor se publicó primero en Ethic.

Apr 30, 2025 - 14:38
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La trampa del amor

Vivimos una paradoja: somos ciudadanos del siglo XXI con hormonas del Paleolítico e instituciones del Imperio Romano. Amamos como si estuviéramos cazando mamuts, pero exigimos estabilidad emocional en formatos sociales diseñados hace milenios. ¿Resultado? Una trampa. La trampa del amor romántico.

Ese amor que idealiza, posee y adormece. Que se sirve de las hormonas como si fueran oráculos. Que nos susurra que hemos encontrado «a la persona» cuando en realidad solo estamos atravesando la fase de enamoramiento, ese subidón bioquímico que, como explico en el libro, dura unos tres años. Justo el tiempo que necesita una cría humana para alimentarse sola. Después, caemos. Y lo llamamos fracaso amoroso.

En lugar de aceptar este diseño como inevitable, propongo una rebelión: pasar del amor romántico al amor consciente. El primero nos promete éxtasis; el segundo nos ofrece crecimiento. Uno quiere exclusividad eterna; el otro sabe que la libertad es el mejor alimento del deseo. El amor romántico idealiza; el amor consciente observa. No es fusión, sino sintonía.

El amor romántico idealiza; el amor consciente observa

Para llegar ahí hace falta algo más que suerte. Hace falta un casting emocional. Elegir a las personas no por el vértigo que generan, sino por su capacidad de estar. No por lo que proyectamos sobre ellas, sino por cómo se muestran en el conflicto, en el cansancio, en lo cotidiano. En la forma en que nos escuchan cuando no tenemos nada brillante que decir.

Pero incluso con el mejor casting, las relaciones terminan. Y cuando lo hacen, aparece el duelo amoroso. Nuestra cultura —obsesionada con la narrativa romántica— ha hecho del desamor una tragedia y de la ruptura una debacle. Sin embargo, como explico en el libro, el duelo por una pareja sigue las mismas fases que el duelo por una muerte: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No porque la persona haya muerto, sino porque nuestras vísceras no entienden la diferencia.

En este escenario, surge una herramienta revolucionaria y brutal: el contacto cero. No es venganza. Es desintoxicación. Si la oxitocina es una droga, entonces necesitamos abstinencia para dejar de necesitar. Y lo más curioso es que, cuando se aplica bien, esta técnica no solo elimina la adicción: permite recuperar territorio emocional. Inicia lo que denomino descolonización emocional.

En las relaciones tóxicas, pero también en muchas relaciones convencionales, cedemos parte de nuestro yo

Porque sí: en las relaciones tóxicas, pero también en muchas relaciones convencionales, cedemos parte de nuestro yo. Lo entregamos al otro en nombre del amor, como si fuera un tributo. Descolonizarse significa reclamar ese espacio perdido. No para cerrarse al otro, sino para volver a ser quien uno era antes de moldearse para agradar. O incluso, mejor aún, para descubrir quién se es sin necesidad de gustar.

El problema de fondo no es solo biológico ni cultural: es narrativo. Hemos heredado un repertorio amoroso hecho de fantasmas: Werther, Heathcliff, Julieta, Ana Karenina… Todos ellos delirantes, celotípicos, adictos al otro. Como si el amor auténtico debiera doler. Como si la pasión se validara por su capacidad destructiva.

En ese contexto, incluso nuestras rupturas parecen ficciones mal dirigidas. A veces, ni siquiera se produce una ruptura: simplemente, el otro desaparece. Ghosting, lo llaman ahora. Fantasmas del amor líquido, que nos dejan flotando en una fase sin cierre. Por eso la fase más difícil del duelo no es la ira ni la depresión: es la negociación. Esa etapa en la que nos contamos que todavía hay esperanza. Que quizás si cambiamos, si esperamos, si escribimos una vez más…

Pero el amor consciente no acepta sobras. No negocia con fantasmas. No mendiga amor. Es una propuesta radical y sensata: amar con atención plena. Con ese tipo de mirada que describía Simone Weil cuando decía: «Somos aquello a lo que atendemos». ¿Y si nuestra forma de amar fuera una forma de mirar? ¿Y si la atención fuera el verdadero erotismo del siglo XXI?

Para eso hace falta un corazón bien informado. Que sepa detectar estafadores emocionales, pero también sus propias trampas internas. Porque no siempre es el otro quien nos hace daño: a veces somos nosotros quienes persistimos en idealizar lo que no existe.

En ese contexto, el amor sano no es una quimera ni una utopía new age. Es un equilibrio dinámico entre tres fuerzas, como explicó Robert Sternberg: intimidad, pasión y compromiso. El famoso triángulo del amor. La intimidad sin pasión es amistad. La pasión sin compromiso es aventura. Solo el equilibrio permite construir vínculos que no dependan del subidón, sino de una arquitectura emocional profunda.

Alberoni hablaba del paso del amor pasional al amor compañero. Pero en nuestra cultura, ese tránsito suele vivirse como una pérdida. Como si abandonar la fogosidad inicial significara caer en el tedio. De ahí que tantas parejas se debatan entre la adicción o el aburrimiento. En realidad, lo que falta no es deseo, sino lenguaje. Recursos para reconectar con el otro sin repetir el libreto romántico.

Y no, no se trata de renunciar al amor. Se trata de reescribirlo. Por eso La trampa del amor es un libro que se publica en San Valentín, pero que se opone al «amor moñas» que nos ha sido vendido. Ese que deja fuera a los solteros, a los no normativos, a los que piensan que amar puede ser también un ejercicio de lucidez.

El amor consciente no es menos profundo, sino más libre. No duele menos, pero hiere mejor. No necesita que nos perdamos, porque apuesta por que nos encontremos. Y eso, en una época saturada de ruido emocional, puede ser el gesto más revolucionario de todos.


Este texto es un fragmento de ‘La trampa del amor’ (Aguilar), de Luis Muiño. 

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