Varios. Nueva Dimension 95.

Dronte, 1977. 160 páginas. El contenido se puede ver aquí: Nueva dimensión 95 Una puerta que trae especímenes a una especie de dios aburrido, un planeta con unos curiosos habitantes, un extraño mundo donde hay un tribunal inapelable que, sin embargo, parece tener grietas internas, un extraño giro para sobrepasar la velocidad de la luz, un planeta y sus extrañas costumbres sexuales, una biblioteca que necesita ser catalogada y una guerra interminable. Gracioso el de Frabetti, kafkiano del de Budrys y con sabor de época el de Moore. Un volumen sin ningún relato especialmente destacable pero de una calidad más que aceptable. Bueno. Evidentemente, los habitantes del poblado habían estado esperando el regreso de Teetantotum con la mayor impaciencia, ya que acudieron a su encuentro a la salida del poblado. Fue allá donde Hubert vio por primera vez a una mujer notantanawite. En aquel mismo instante, recordó que el álbum que acompañaba al Informe Preliminar no contenía ni una sola fotografía del sexo débil de los notanta-nawites. Enrojeció como jamás en su vida había enrojecido. La única imagen que acudió a su mente fue la de melones. ¿Pero qué era lo que los mantenía erguidos de aquella forma en posición... The post Varios. Nueva Dimension 95. first appeared on Cuchitril Literario.

Apr 30, 2025 - 05:54
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Varios, Nueva Dimension 95
Dronte, 1977. 160 páginas.

El contenido se puede ver aquí:

Nueva dimensión 95

Una puerta que trae especímenes a una especie de dios aburrido, un planeta con unos curiosos habitantes, un extraño mundo donde hay un tribunal inapelable que, sin embargo, parece tener grietas internas, un extraño giro para sobrepasar la velocidad de la luz, un planeta y sus extrañas costumbres sexuales, una biblioteca que necesita ser catalogada y una guerra interminable.

Gracioso el de Frabetti, kafkiano del de Budrys y con sabor de época el de Moore. Un volumen sin ningún relato especialmente destacable pero de una calidad más que aceptable.

Bueno.

Evidentemente, los habitantes del poblado habían estado esperando el regreso de Teetantotum con la mayor impaciencia, ya que acudieron a su encuentro a la salida del poblado. Fue allá donde Hubert vio por primera vez a una mujer notantanawite. En aquel mismo instante, recordó que el álbum que acompañaba al Informe Preliminar no contenía ni una sola fotografía del sexo débil de los notanta-nawites.
Enrojeció como jamás en su vida había enrojecido. La única imagen que acudió a su mente fue la de melones. ¿Pero qué era lo que los mantenía erguidos de aquella forma en posición horizontal? ¿Y por qué el Informe Preliminar había omitido hablar de este fenómeno mamario sin precedente de ninguna clase?
Miró de soslayo a Alison Bennett para ver cómo tomaba ella aquel nuevo e inesperado espectáculo. Había esperado hallar estupefacción o al menos sorpresa en sus ojos. No vio nada parecido. En lugar de ello vio indignación. No, tampoco indignación : envidia.
Por primera vez desde hacía semanas, Hubert empezó a sentirse contento de la vida. Pero aquello no duró mucho. Apenas el grupo había pentrado en el poblado cuando Teetantotum, señalando con el dedo a los dos terrestres, empezó a decir algo a los curiosos habitantes… una frase que ahora tenía resonancias familiares. Entontes todos, hombres, mujeres y niños, parecieron regocijados, y estallaron en las más agudas risas que Hubert hubiera oído nunca.
—Me atrevería a decir que tenemos dos cabezas o algo parecido —dijo Alison desenvueltamente, pero las pequeñas arrugas en torno a sus ojos demostraban que estaba preocupada.
Hubert también lo estaba, y la actitud de su escolta no hacía más que acrecentar su inquietud. Ahora había regocijo en los rostros tachonados de pecas, pero un regocijo de mal augurio. Parecían tener en mente algo muy definido.
Apenas llegar a las primeras casas del poblado había ido frenando el paso. Ahora intentó frenarlo aún más. Pero, bruscamente, sintió un agudo pinchazo en las posaderas y dio un violento salto. Alison hizo lo mismo en el mismo instante.
—¡Hey, escuchad! —gritó Hubert—. ¡Somos ciudadanos de la Tierra! ¡No tenéis derecho! —dio un nuevo salto.
No había otra alternativa que proseguir la marcha. Hubert estaba furioso, menos contra los notantanawites que contra la Oficina Central de Investigaciones Galácticas por haberles impedido llevar armas. Llevarse bien con los indígenas era una buena cosa, pero había que permanecer dentro de unos límites razonables.
Una calle que serpenteaba entre las casas los condujo hasta el edificio circular en medio de la plaza. Visto desde arriba, el edificio no les había parecido amenazador, pero desde aquí podían verse los gruesos barrotes en las ventanas. Eran barrotes de madera, naturalmente, pero su grosor desafiaba cualquier tentativa de evasión.
Teetantotum no perdió tiempo en darles explicaciones. La puerta del edificio fue abierta de par en par, y Hubert y Alison fueron empujados a la semioscuridad del interior. La puerta chasqueó a sus espaldas y, unos instantes más tarde, oyeron el ruido de una pesada barra atrancándola.

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