Una biblioteca ordenada está muerta: el caos significa vida

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Apr 24, 2025 - 00:02
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Una biblioteca ordenada está muerta: el caos significa vida

Imagen vía Pixabay.

Actualmente tengo la biblioteca organizada por colores. Bueno, en realidad, como no me llegaban los colores para llenar todas las baldas, las partes de abajo de las estanterías están ocupadas por un batiburrillo de libros con cubiertas multicolores. A muchas personas les horroriza está forma de colocar los libros, probablemente porque la lógica de esta organización hace concebir los libros más como elementos decorativos que como recipientes de la sabiduría inmortal de los siglos o porque ordenar por colores en realidad no es ningún tipo de orden. Sí, si te acuerdas de cómo era la cubierta de un libro es posible que lo encuentres rápidamente, pero incluso aún así, los libros tienden a saltar de un sitio a otro, recordándote que mantener el orden a rajatabla exige una disciplina férrea.

Georges Perec también comprendió la ansiedad del orden en las librerías y sobre ello reflexionó en un ensayo de 1978 titulado «Notas breves sobre el arte y modo de ordenar los libros». Perec hace un repaso por los muchos esquemas que hay para ordenar una biblioteca y cómo todos y cada uno de ellos están condenados al fracaso. Si uno decide, por ejemplo, mantener una biblioteca de solo 261 libros, y ni uno más, estará obligado a deshacerse de un volumen cada vez que se haga con un nuevo ejemplar. Sin embargo, en ese caso aparece el problema de decidir qué es un libro, algo que parece sencillo pero que tiene su miga. ¿Cuántos libros son En busca del tiempo perdido? ¿Un título que se divide en varios ejemplares es un mismo libro? Algo parecido pasa si decidimos quedarnos con 361 autores. ¿Qué hacemos entonces con los libros anónimos?

Perec murió en 1982 y la biblioteca de su casa contenía más de 1800 libros. Como buen miembro de Oulipo, está claro que su ensayo es irónico, pero más allá de la broma, el autor era consciente de que la inquietud sobre este tema era legítima y que tras ella subyacía menos un problema de estanterías que de identidad personal. ¿Cuánto desorden estamos dispuestos a aceptar en nuestras vidas? La estanterías, señala Perec, dejan entrever «dos tensiones, una que prima el dejar que las cosas sean, en una anarquía bondadosa, la otra que exalta las virtudes de la tabula rasa, la fría eficiencia del gran orden».

Perec analiza varias formas de abordar esa anarquía bondadosa. Se pueden ordenar los libros alfabéticamente, por colores, por fechas de publicación, por géneros, por tamaños, por continentes y así por un sinfín de métodos distintos. Pero lo que tienen todos en común es que, en el fondo, están todos destinados al fracaso. Son los propios libros los que se empeñan en arruinar cualquier sistema, como pasa, por ejemplo, con la clasificación por géneros. ¿Qué hacer con esos libros que difuminan por completo las fronteras entre géneros? Afirma Perec sobre cualquier intento de orden: «Mi problema con las clasificaciones es que no duran. Apenas he terminado de poner las cosas en un orden y se ha quedado obsoleto. Cualquier orden es temporal y vago, apenas más efectivo que la anarquía original»

Además, los libros vivos están en constante movimiento, a medida que los vamos usando, pasando del salón, a la oficina, de la mesita de noche a la mesa del comedor, de la pila de libros pendientes al suelo. La única biblioteca que respeta fielmente el orden con que fue organizada es aquella que no se toca nunca. Como dijo el novelista inglés Anthony Powell, los libros amueblan una habitación, pero una biblioteca viva se parece más al sofá que araña el gato.

Por no decir que uno de los placeres de los que te priva el orden es el de la búsqueda. Aunque supuestamente conocida, bucear por nuestra propia biblioteca, en busca de algún ejemplar, puede deparar inesperadas sorpresas, como libros que recordamos con cariño o libros que nos hacen preguntarnos cómo es que todavía los tenemos. Perec lo intuyó y lo expuso como nadie: una biblioteca completamente ordenada está muerta. Abracemos, pues, la pizca de caos que nos brindan los libros como prueba de que estamos vivos.

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