Cómo el mundo creó Occidente

«Una narrativa centrada únicamente en Grecia y Roma empobrece nuestra visión del pasado y nuestra comprensión de nuestro propio mundo», señala Josephine Quinn en ‘Cómo el mundo creó Occidente’ (Crítica). La entrada Cómo el mundo creó Occidente se publicó primero en Ethic.

May 6, 2025 - 10:52
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Cómo el mundo creó Occidente

Todos los años, cada mes de noviembre, me siento en el sofá de mi despacho universitario para leer el lote de solicitudes de acceso a cursos de grado, y siempre me acabo encontrando con la misma frase compuesta casi exactamente de las mismas palabras: «Me gustaría estudiar el mundo antiguo porque Grecia y Roma son las raíces de la Civilización Occidental».

Entiendo por qué algunos de mis posibles futuros alumnos ven las cosas de esa forma. Respetables fuentes de referencia, desde la Encyclopedia Britannica hasta Wikipedia, describen el desarrollo de una cultura occidental característica y bien delimitada basada en las ideas y los valores de Grecia y Roma, que se perdieron durante la Edad Media, pero se redescubrieron en el Renacimiento. En ocasiones, esta historia también incluye los pueblos y la literatura de la Biblia, pero cuando se mencionan otras «civilizaciones» antiguas es solo para ser reemplazadas por el mundo clásico en la marcha inexorable de la historia y la cultura occidental.

Los predecesores de los griegos y romanos pueden resultar interesantes, incluso impresionantes, pero no son «nuestros». Cualquier contribución que hiciesen fue superada por las de Grecia y Roma, responsables de todo tipo de cosas buenas, desde la filosofía y la democracia hasta el teatro y el hormigón. Los vecinos de los griegos y los romanos son ignorados por completo, al igual que las relaciones posteriores entre los europeos occidentales y los pueblos ubicados al norte, sur y este.

Se podría imaginar que, como profesora especialista en los clásicos, estaría de acuerdo con esta forma de pensar. Los estudios grecorromanos siempre me han parecido ricos y gratificantes, y el lugar que ocupan los griegos y los romanos en el centro de las ideas sobre «Occidente» es una de las razones por las que mi campo sigue existiendo. Sin embargo, tres décadas de docencia e investigación me han convencido de que una narrativa centrada únicamente en Grecia y Roma empobrece nuestra visión del pasado y nuestra comprensión de nuestro propio mundo. La verdadera historia detrás de lo que ahora se llama Occidente es mucho más amplia y más interesante.

Los predecesores de los griegos y romanos pueden resultar interesantes, incluso impresionantes, pero no son «nuestros»

Por un lado, las historias de los griegos y los romanos tenían sus raíces en otros lugares y pueblos más antiguos, y la mayoría de sus ideas y tecnologías provenían de otras partes del mundo: códigos de leyes y literatura de Mesopotamia, esculturas de piedra de Egipto, irrigación de Asiria y el alfabeto del Levante. Conocían todo esto, y lo ensalzaban.

Los griegos también eran muy conscientes de que compartían el Mediterráneo con otros pueblos (cartagineses y etruscos, íberos e israelitas) y convivían con imperios más poderosos hacia el este. Sus leyendas vinculan a los héroes griegos con las reinas, reyes y dioses de tierras extranjeras, tanto reales como imaginarias: fenicios, frigios, amazonas… Igualmente, el mito fundacional de Roma convirtió a la ciudad en un lugar de asilo para refugiados, mientras que el poeta romano Catulo podía imaginarse a sí mismo viajando con amigos a la India, Arabia, Partia, Egipto e incluso a «las tierras de los bretones, en el fin del mundo».

Por otro lado, los griegos y los romanos rara vez comparten lo que en la actualidad se denominan valores occidentales. De hecho, gran parte de lo que estos antiguos daban por sentado parecería extraño hoy en día, o incluso inaceptable. La democracia ateniense era solo para los hombres, hombres que alababan la seducción de niños mientras sus mujeres permanecían en silencio y ocultas tras un velo. Los romanos abrazaron la esclavitud a gran escala y asistían a las ejecuciones públicas por pura diversión.

Por último, no existe una conexión privilegiada entre los antiguos griegos y romanos y el «Occidente» moderno: los Estados nacionales de Europa occidental y sus colonias en ultramar. La capital del imperio romano se trasladó a mediados del primer milenio e.c. a Constantinopla, y permaneció allí durante más de mil años. Mientras tanto, los musulmanes combinaban el aprendizaje del griego con la ciencia de Persia, India y Asia central y las nuevas tecnologías fluían por África, Arabia y el océano Índico, al mismo tiempo que los marineros en los mares del norte y los jinetes en la estepa canalizaban bienes e ideas desde China hasta Irlanda.

Este es el enorme mundo que se extiende desde el Pacífico hasta el Atlántico y que las incipientes naciones de Europa occidental heredaron en el siglo XV e.c., cuando se adentraron en uno nuevo. Sin embargo, estos milenios de interacción han sido olvidados en gran medida, ahogados por ideas desarrolladas en el período victoriano que organizaron el mundo en «civilizaciones» separadas y a menudo diametralmente opuestas.

Lo que yo me propongo es contar una historia diferente: una que no comienza en el Mediterráneo grecorromano y luego resurge en la Italia del Renacimiento, sino que rastrea las relaciones que construyeron lo que ahora se llama Occidente desde la Edad del Bronce hasta la Era de la Exploración, cómo las sociedades se encontraban, se entrelazaban y, a veces, se separaban. En términos más generales, pretendo argumentar que son las conexiones, no las civilizaciones, las que impulsan el cambio histórico.


Este texto es un fragmento de ‘Cómo el mundo creó Occidente’ (Crítica), de Josephine Quinn. 

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