La recomendación literaria: El buen mal de Samanta Schweblin
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La publicación en 2010, por parte de Lumen, de la antología Pájaros en la boca, sirvió de excelente presentación, por estos pagos, de la joven autora argentina Samanta Schweblin. Ahí se recogía una selección de sus dos primeros libros de relatos más el nuevo que daba nombre a la colección. Los textos que siguieron, una reformulación de la antología, otro libro de relatos y dos novelas, no hicieron más que confirmar aquella excelencia y consolidar el prestigio de una de las autoras hispanohablantes más solventes y originales del momento.
Pasados siete años desde la aparición de su segunda novela, Kentukis, una inquietante interpretación del uso de la tecnología para exponer nuestra vida privada, nos llega ahora un nuevo y magistral libro de relatos, en el que las habituales referencias a Kafka o David Lynch a la hora de buscar un parentesco reconocible para los cuentos de Schweblin, siguen siendo pertinentes.
Si bien el término kafkiano está siempre demasiado a mano para calificar todo lo extraño, opresivo y sin lógica reconocible, recurrir al desaparecido director está más justificado en el caso de El buen mal: los protagonistas, los ambientes de sus textos tienen algo de lo inesperado e incongruente de ciertos personajes y situaciones de las cintas de Lynch, y transmiten la misma tensión y desasosiego.
Nada más lynchiano que el teléfono que suena, noche tras noche, sin que el padre de ‘El ojo en la garganta’ escuche algo más que silencio al descolgarlo, o los comentarios desabridos y crípticos del dueño de la gasolinera donde para a repostar la familia. Una familia marcada por las secuelas del accidente doméstico que sufrió el hijo.
Pero no será este el único relato que tenga a los niños como personajes centrales. También se sabe, desde el comienzo de ‘Un animal fabuloso’ y con teléfono mediante, de un niño y un accidente, mientras que las protagonistas del estupendo ‘La mujer de Atlántida’ son dos hermanas de diez y trece años, cuyas salidas nocturnas por su localidad de veraneo, las llevan a conocer a una poeta alcoholizada en crisis creativa a la que deciden rehabilitar.
Existe pues un cierto hilo conductor que recorre el libro, con tenues hebras que unen los ojos asustados del conejo mascota de un texto, con los tristes ojos del caballo de otro. O las que enlazan al gato en la ventana de uno de los relatos, con los tres del niño ya adulto de ‘El ojo en la garganta’ y con el que maltratan delante de uno de los personajes de ‘El superior hace una visita’, cuando aún era un niño.
Es ese relato, con el que se cierra el volumen, una prueba definitiva de la capacidad de la autora para mantener al lector en tensión. La protagonista visita a su madre en una residencia mientras se pregunta, decepcionada, “para qué era todo ese asunto de tener una vida”, y espera alguna señal que se lo explique. Quizás la encuentre mientras atiende en su casa a una anciana, escapada de la residencia, que reconoce en el metro. Sobre todo cuando aparezca su locuaz hijo con su lenguaje de libro de autoayuda.
No ha dejado de demostrar la autora argentina, a lo largo de toda su obra, su pericia a la hora de encontrar los resquicios que la realidad ofrece para que se cuele lo insólito, o de colocar a sus desconcertados personajes ante situaciones que no entienden ni saben manejar. Unas habilidades que han hecho merecedores de diversos premios a todos sus libros originales y a algunos relatos individuales, y que sin duda lo harán a su último y absolutamente recomendable trabajo.
Rafael Martín
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