España huele a viejo
El Gran Apagón no es un fenómeno aislado sino acaso ese ataque de lumbago que no esperabas. España está en ese punto en que ya le cuesta ligar en los bares. Ha emprendido el camino de la decadencia. Lo sé porque lo he ido viviendo con ella. La entrada España huele a viejo se publicó primero en Ethic.

Hace poco leía que el «olor a viejo» se empieza a manifestar a los 40 años. Nadie, sin embargo, se huele su olor a viejo como nadie, por otra parte, entiende de golpe su decadencia. Hay que mirarse con avidez al espejo para entender lo que el tiempo va haciendo con nosotros. Entonces adviertes una arruga de más cada año, un puñado aparentemente despreciable de canas, un crujido nimio al doblar la rodilla… Un día al fin todo eso da la cara y entiendes que mañana mismo te puede dar un aire que te lleve directo a ese lugar donde no se pagan alquileres.
Yo, a mis 41 años, he aprendido a reconocer los síntomas de mi decadencia. Me miro al espejo no para vanagloriarme sino para identificar todo lo que ha cambiado del chico de 20 años, hermoso y confiado, que fui. Quizá porque estoy al tanto de mi decadencia vivo pendiente de la de mi entorno. Y ya hace tiempo que España entera me huele a viejo.
Pocos días antes del Gran Apagón trataba de explicárselo a una amiga sudamericana. Para ella, como para tantos, España es una suerte de Edén de la eficiencia, un lugar donde caminar más seguro y ser más tú sin que nadie te saque una pistola. Es lógico que lo vean así porque objetivamente es así. Pero yo ya puedo comparar esta España con la de hace veinte o treinta años, oír los bichitos de la carcoma y desear tener de nuevo 20 años –y más fuerza y más ánimo y menos miedos– para poner pies en polvorosa y buscarme la vida en otro lado.
Los trenes ya no llegan en hora; nuestras infraestructuras están cuarteadas y parcheadas
El Gran Apagón no es un fenómeno aislado sino acaso ese ataque de lumbago que no esperabas. España todavía luce apetecible en las fotos. Con un poco de maquillaje, no se le ven las costuras, y dos gotitas de perfume camuflan el olor a viejo. Pero yo sé bien que España está en ese punto en que ya le cuesta ligar en los bares. Desde hace diez, veinte años, ha emprendido el camino de la decadencia, se ha anquilosado. Lo sé porque lo he ido viviendo con ella.
Los trenes ya no llegan en hora. Yo mismo estuve tirado 45 minutos en los bellos campos de Córdoba hace unos días –y a Dios gracias–. Los transportes fueron el emblema de nuestra convergencia con Europa. Éramos ya Primer Mundo porque un tren rápido llegaba a las 15.07, ni después ni antes. Las listas de espera en la Sanidad Pública han dado de sí, como la cintura de los hombres de mi edad. La gente aguarda para cosas nimias o importantes un tiempo que no se compadece con la «decidida apuesta» por nuestra Sacrosanta Sanidad Pública y la cantidad de impuestos que pagamos para ello. En el Informe PISA nos dan una tras otra: nuestros chavales son unos mulos y no lo son por su culpa sino por un sistema que cree que una ecuación de segundo grado se resuelve con canciones.
Nuestras infraestructuras están cuarteadas y parcheadas. Todo lo grande se hizo ya hace sesenta, cuarenta, treinta años. Vivimos apenas de mantenerlo, si no de desmantelarlo. Nadie pone un duro para nada y ningún gobierno incentiva que los que pueden –el hórrido, el protofascista, sector privado– tengan las facilidades para hacerlo, empleando a su vez a un puñado de cientos de personas –y así va el paro–. De la vivienda, ni hablamos. La última casa en este país se construyó cuando no teníamos barba. Ahora, nos quieren colar una revolución contra los tenedores –que son tus padres– por no haber hecho los deberes.
De la vivienda, ni hablamos; la última casa en este país se construyó cuando no teníamos barba
En general, España la sostienen los padres, que son los mismos que la vampirizan. Ellos le dan la paga extra a un tío con pelo en pecho para que pueda vivir de consultor, maestro o periodista en Madrid y Barcelona. Ellos le ponen piso para que se case, si encuentra novia, que ya esa es otra historia. Al mismo tiempo, ese tío de quizás 20, 30, 40 años, sostiene un sistema de pensiones irracional, en el que mileuristas sufragan viajes del Imserso y bonobús gratis a jubilados que cobran 2.000 euros y tienen dos apartamentos en alquiler. En los próximos años se irán jubilando los boomer, así que nos vamos a reír. Para muchos jóvenes, su única esperanza de crear un patrimonio antes de los 67 años pasa por la muerte fulminante de sus familiares (triste pero cierto).
Según las encuestas, un 75% de españoles quiere ser funcionario. Es lo lógico cuando no hay otro camino. Una casta de políticos cortoplacistas, demagógicos y con un profundo odio a la iniciativa individual ha desincentivado este país, lo ha desarmado y llevado a ese punto en que lo deseable es renunciar a tus sueños y sentar plaza en una oficina de Correos.
Pasaré de largo por la energía, la industria, el campo y tantos otros sectores medio subvencionados, medio desmantelados. Me limitaré a añadir mi desasosiego, que es el de tantos, con un país aherrojado por las regulaciones –para todo, hasta para tener una gallina ponedora en un pueblo de La Mancha– y un Estado ineficiente y descoordinado, que se odia desde dentro y deja vendidas a sus gentes en las peores de las circunstancias (véase la DANA).
De los precios por las nubes y el problema poblacional no diré nada, que me estoy calentando. Y, al fin, el Gran Apagón nos dará para un puñado de buenos memes. Hasta el siguiente, que ya hará menos gracia.
Sin embargo, hay sol y bares y somos majos y aceptablemente guapos y vienen a vernos un montón de personas de muchos países que piensan que aquí se vive de puta madre. Y nos miran por las calles y no saben que estamos viejos y cansados y que hace veinte años que no nos cambiamos la camisa. ¡Y olemos, sí, vaya si olemos! Lo que pasa es que aún nos maquillamos. Damos el pego.
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