Alejandro Jodorowsky, el navegante del laberinto, el humanoide asociado

Tiempo después, cuando la fórmula se traspasó a las madrugadas televisivas que las cadenas no abandonaban a las teletiendas, la etiqueta se hizo extensiva tanto a los clásicos más bizarros —el Tod Browning de La parada de los monstruos (1932)—, como a los de la pantalla surrealista —Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929)—; o esas... Leer más La entrada Alejandro Jodorowsky, el navegante del laberinto, el humanoide asociado aparece primero en Zenda.

Apr 27, 2025 - 06:03
 0
Alejandro Jodorowsky, el navegante del laberinto, el humanoide asociado

No sé si aún puede definírsele como “psicomago”. Eso sí, es muy probable que la psicomagia haya sido su gran obra, aquella por la que tanto admiran a Alejandro Jodorowsky los interesados en los misterios que guarda la realidad. Pero también los seducidos por las llamadas “películas de medianoche”. Fue ésta una etiqueta intempestiva, fuera de sazón, en la que, menos el cine familiar y el comprometido con la siempre execrable conciencia política, tenía cabida casi todo. Concebida por los exhibidores en la coyuntura de los años 80, cuando el mundo reía feliz y ellos, con la popularización del vídeo, vieron seriamente afectado su negocio, las de la medianoche eran cintas programadas en sesiones “golfas”, ya entrada la madrugada. Aquella también fue la década en que la noche se convirtió en toda una liturgia, merced a la primera eclosión de los bares de copas y sus inolvidables camareras. Russ Meyer y su exaltación de los escotes —Vixen (1968), Más allá del valle de los placeres (1970), Supervixen (1975)…—, John Waters —Pink Flamingos (1972), Hairspray (1988)— o Jim Sharman —The Rocky Horror Picture Show (1975)— fueron algunos de los realizadores señeros proyectados en aquellas sesiones “golfas”.

Tiempo después, cuando la fórmula se traspasó a las madrugadas televisivas que las cadenas no abandonaban a las teletiendas, la etiqueta se hizo extensiva tanto a los clásicos más bizarros —el Tod Browning de La parada de los monstruos (1932)—, como a los de la pantalla surrealista —Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929)—; o esas impagables maravillas del cine de los países del Este, según el orden geopolítico de entonces. Entre estas últimas delicias se impone mencionar El sanatorio de la Clepsidra (1973), del polaco Wojciech Has, grande entre los grandes del cine alucinado; y, por supuesto, Alondras en el alambre (1969), del checo Jiří Menzel, un poeta del tomavistas —como Jean Vigo— alzado contra ese estalinismo que ahora regresa subrepticiamente entre tanto buen rollo y tanto solidario…

"Alejandro Jodorowsky, su creador y sumo pontífice, es un hombre de múltiples talentos: escritor que ha cultivado todos los géneros, cineasta, titiritero, escultor, actor, mimo, compositor musical, filósofo..."

En fin, entre unos y otros se hizo un hueco a cuanto hubo de ajeno —¡y ojalá nunca deje de haberlo!— a la cartelera comercial. Más aún, todo el cine de culto entre diversos colectivos, que, por el motivo que fuera, no tenía cabida en ningún otro lugar de la programación, encontró su nicho en esas emisiones intempestivas. Fue así como la psicomagia de Alejandro Jodorowsky —El topo (1970), La montaña sagrada (1973), Santa sangre (1989)…— asomó puntualmente a las madrugadas de algún canal de televisión.

A saber, la psicomagia es toda una filosofía artística, donde la realización cinematográfica se convierte en una forma de sanación y transformación personal, yendo más allá de la mera representación de lo surreal. Alejandro Jodorowsky, su creador y sumo pontífice, es un hombre de múltiples talentos: escritor que ha cultivado todos los géneros, cineasta, titiritero, escultor, actor, mimo, compositor musical, filósofo… Heterodoxo y alucinado en todas sus actividades, desde que en 1975 la Paramount fue el último de los estudios de Hollywood que rechazó su adaptación de Dune (1965), la celebradísima novela de Frank Herbert, el Jodorowsky cineasta también es un maldito meridiano.

"Todo ello, sumado a que el propio Jodorowsky partió definitivamente con Dalí cuando el surrealista manifestó su apoyo a los últimos fusilamientos del franquismo, consiguió que la Paramount dejase de estimar la viabilidad del proyecto"

Aunque aquel proyecto llegó a ser prácticamente del dominio público —incluso pasa por haber influenciado a clásicos del cine de ciencia ficción como La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982)— la magnitud y la visión de la adaptación de Jodorowsky fueron consideradas demasiado audaces y costosas. Entre sus colaboradores más estrechos destacaron el historietista Jean Giroud Moebius y H. R. Giger, el último surrealista y futuro creador de el bicho de Alien… El elenco, que también se pretendía estelar, contó con Orson Welles para incorporar al barón Harkonnen y un Salvador Dalí —antiguo mentor de Jodorowsky— que soñaba con embolsarse 100.000 dólares, por minuto, por su creación del emperador Shaddam IV. Aunque el personaje sólo habría de ocupar cuatro minutos en el montante total del extenso metraje del que debió haber sido el Dune de Jodorowsky, el de Cadaqués aspiraba a consagrarse como el actor mejor pagado, por tan poco tiempo, de toda la historia del cine. El psicomago —entonces lo era de forma inequívoca, todo lo inequívocos que pueden ser estos misterios— no tuvo en cuenta que, si hubo un artista especialmente llamado a llevar al fracaso los proyectos fílmicos en los que intervenía, ése era Dalí. Colaborador de Walt Disney en Destino, acaso sea esté cartoon el cortometraje animado de realización más dilatada en el curso del tiempo. Iniciado en 1945, merced a lo que algunos consideran el mal fario que llevaba a la pantalla Dalí, no fue terminado en su totalidad hasta el año 2003 por Roy E. Disney, sobrino del creador de Mickey Mouse.

Todo ello, sumado a que el propio Jodorowsky partió definitivamente con Dalí cuando el surrealista manifestó su apoyo a los últimos fusilamientos del franquismo, consiguió que la Paramount dejase de estimar la viabilidad del proyecto.

"Chileno afrancesado, aunque ahora tiene la doble nacionalidad y Francia le ha hecho oficial de la Orden de las Artes y las Letras, de un tiempo a esta parte dice que si sigue viviendo allí es por los libros"

Parece que una buena parte del material que Giraud —Moebius, que firmaba el creador del teniente Blueberry su trabajo cuando dibujaba fantasía y ciencia ficción— y Jodorowsky elaboraron para aquel Dune que no fue, sirvió de base a la colaboración que ambos artistas llevaron a cabo dentro de los Humanoides Asociados. Hablamos ahora de una agrupación de maestros —Philippe Druillet, Jean Giraud, Enki Bilal— de la bande dessinée, ese cómic franco-belga que tenemos en la más alta de nuestras estimas. Toda una escuela que se expresaba a en las páginas de la revista Métal hurlant a la que Jodorowsky (guion) y Moebius (dibujo) aportaron series como El Incal (1980-1988), las aventuras del extraño detective John Difool en el Jodoverso, es decir: en el universo de Jodorowsky. Sí señor, los amantes del cómic le conocen como humanoide asociado.

Chileno afrancesado, aunque ahora tiene la doble nacionalidad y Francia le ha hecho oficial de la Orden de las Artes y las Letras, de un tiempo a esta parte dice que si sigue viviendo allí es “por los libros”. Llegó a París en 1952. Allá, en la Ciudad de la Luz fue alumno del famoso mimo Marcel Marceau, y, con su primer cortometraje, La Cravate (1957), ya se ganó las alabanzas de Jean Cocteau. Acólito de los surrealistas, en 1960 frecuentaba el café La Promenade de Venus, donde André Breton —salvaguarda de la ortodoxia de aquella heterodoxia— aún seguía diciendo quién pertenecía, y quién no, a aquel “movimiento poético, revolucionario y moral” (don Luis Buñuel dixit).

"Estuvieron a punto de lincharlo tras su proyección en el Festival de Acapulco. Emilio Indio Fernández, ya había amartillado su pistola cuando el psicomago tuvo que salir corriendo de la sal"

Fue allí, entre los últimos surrealistas, donde Jodorowsky conoció a Fernando Arrabal (Premio Zenda de Honor) y al pintor Roland Topor. Entre los tres fundaron el Movimiento Pánico. Amén de a la exacerbación del miedo, llamaron así a su nueva iniciativa en alusión al gran dios Pan, grandeza que adjudicó Arthur Machen al dios lascivo e impío de varias mitologías: aquel que dio nombre a una flauta, seducía a las ninfas, enseñó a los pastores a masturbarse pensando en ellas, y, si osaban enturbiarle el sueño durante la siesta, desataban en él ese demonio del mediodía, que —dice la erudición—, tuvo entrada en la tradición cristiana en una variante de La Vulgata (Sal. 91, 5-6), que habla de los demonios que destruyen a una hora tan poco intempestiva.

Los integrantes de Pánico se definían a sí mismos como “la crítica de la razón pura, la pandilla sin leyes y sin mando, la explosión de pan (todo), el culto irrespetuoso al dios Pan, el himno al talento loco”. Y en verdad que sonaba bien tanto revulsivo en el París de las grandes esperanzas del 68. Aunque a los asistentes al pase de Fando y Lis (1968), la primera película de Jodorowsky basada en la obra homónima de Arrabal, no debió de parecérselo. Estuvieron a punto de lincharlo tras su proyección en el Festival de Acapulco. Emilio Indio Fernández, ya había amartillado su pistola cuando el psicomago tuvo que salir corriendo de la sala. De entre los asistentes a la proyección, solo Roman Polanski y Sharon Tate, que, por esas ironías del destino, cada uno a su modo, tanto habrían de saber de linchamientos, salieron en defensa de Jodorowsky.

"Entre los grandes admiradores de Jodorowsky estuvieron John Lennon y George Harrison, los más dados del cuarteto de Liverpool a esos misticismos orientales"

Fando y Lis fue un ejemplo del realizador más surrealista, que se prolongaría hasta La montaña sagrada. En aquellas imágenes tan hirientes para algunos espectadores, Jodorowsky incursionaba en el inconsciente a través de onirismos, a la búsqueda del estímulo del espectador para evocar respuestas tremendamente emocionales. Pleno de referencias a Freud y a su discípulo heterodoxo, Carl Jung, el realizador aguijoneaba, como pocos surrealistas, el inconsciente de las audiencias —que no el subconsciente, que es otra cosa, aunque algunos comentaristas los confundan alegremente—, sorteando el pensamiento racional para llegar a los estadios más profundos de la mente. De haber querido, Jodorowsky hubiera vuelto a más de uno loco.

En Las cartas del Yague (1953), William Burroughs, el mismo año de la publicación de Yonqui, reproduce la correspondencia mantenida con Allen Gingsbeg durante su viaje a la selva amazónica en busca de la ayahuasca, un potente alucinógeno en el que, el gran maestre de la literatura heterodoxa estadounidense del pasado siglo, espera encontrar el colocón definitivo, aquel que habría de dejarle puesto para los restos. Jodorowsky, que también es uno de los grandes gurús de lo que aguarda al otro lado de las puertas de la percepción parece haberlo encontrado. De hecho, El topo, la obra capital de su filmografía, es un western trufado por el viaje en ácido y ese misticismo oriental que habría de influir tanto al Dennis Hopper de La última película (1971) como a Blueberry, la experiencia secreta (Jan Kounen, 2004).

Entre los grandes admiradores de Jodorowsky estuvieron John Lennon y George Harrison, los más dados del cuarteto de Liverpool a esos misticismos orientales. Harrison incluso quiso producirle La montaña sagrada. Pero la exigencia de Jodo —que le llaman sus allegados— de un primer plano del ano del ex-Beatle, hizo que éste se retirase del proyecto. Aún así, La montaña sagrada es una cinta basada en el eneagrama de la personalidad, un sistema seudocientífico que organiza el temple del ser en nueve arquetipos. Alguien muy sabio definió la filmografía de este arquitecto de los sueños que es Alejandro Jodorowsky como una navegación por los laberintos del pensamiento humano.

La entrada Alejandro Jodorowsky, el navegante del laberinto, el humanoide asociado aparece primero en Zenda.