Si i de toros no saben ni las vacas, de los misterios de la bravura no saben ni los ganaderos. Eso decía un afamado criador ya desaparecido. Y sus palabras recordamos cuando esperábamos a que las mulillas arrastraran al último, en medio de una ovación , como a la mayoría de los Saltillos. «¡Felicidades por la corrida!», gritó una voz. Y la mitad de la plaza asintió con aplausos, mientras otra parte se quedaba pensativa: «¿Habremos visto los mismos toros?». Si esa era la verdadera bravura, que baje Dios y lo diga. «Igualito que lo Domecq», se oía. Y patatín y patatán... Seamos honestos: por supuesto que no todos los Domecq son bravos –los hay mansos a rabiar–, ni tampoco...
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