El taller de un orfebre

El relato biográfico de O’Brien, caracterizado por una narración ágil que en ocasiones se contagia del «creacionismo» del objeto fabulado, se asoma a la vida de Joyce con la intención de desprenderse de cualquier sublimación. Al contrario, este no es sino el relato de las miserias vitales que asediaron a James Joyce, en ocasiones, de... Leer más La entrada El taller de un orfebre aparece primero en Zenda.

Apr 28, 2025 - 06:34
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El taller de un orfebre

En el Clongowes Wood College, a la tierna edad de 6 años, «Sunny Jim» escribía un himno desesperado a las madres terrena y celestial después de que sus gafas fueran pisoteadas por otro niño y él mismo sufriera un injusto castigo. En un arrebato de éxtasis religioso, víctima de las burlas de sus compañeros y de la crueldad del colegio, escribió pidiendo ayuda. Pensaba que no sobreviviría. Pero no solo sobrevivió, atravesó pruebas mucho más hondas que aquella, vivió intensamente, amoralmente incluso, y siguió llenando y arrugando papeles, al final de su vida ya con letras grandes y varias tintas porque aquellos ojos suyos no le darían tregua. Hablamos del autor del Ulises, James Joyce, cuya vida narraba Edna O’Brien en una edición del año 99 que ha sido traducida por Cruz Rodríguez y publicada por Cabaret Voltaire bajo el título de James Joyce (2025).

El relato biográfico de O’Brien, caracterizado por una narración ágil que en ocasiones se contagia del «creacionismo» del objeto fabulado, se asoma a la vida de Joyce con la intención de desprenderse de cualquier sublimación. Al contrario, este no es sino el relato de las miserias vitales que asediaron a James Joyce, en ocasiones, de forma fortuita, otras veces, como resultado de su errático comportamiento. La autora también se propone homenajear a tres mujeres fundamentales en la trayectoria del escritor: Nora Barnacle, Sylvia Beach y Harriet Shaw, aunque, y considerando esta intención, el ímpetu de la vida de Joyce obliga a retratar a toda una galería de personajes que se han visto orillados a la periferia de la trayectoria literaria del irlandés.

"El origen de Nora ofendería a la familia de Joyce, que pese a la pobreza aún ostentaba el cómico orgullo de las medias cunas, por lo que el escritor del Finnegans ideó una fuga"

Aquella infancia tortuosa dejó en Joyce numerosas imágenes que acabarían estetizadas en sus obras, pero cuya manifestación en carne y hueso rechazó. Su madre, a la que escribía desde el colegio jesuita, fue sepultada en vida. El autor del Ulises la aborreció, como aborrecería la religión y la propia Irlanda. No obstante, May Joyce (Murray) que transitó catorce embarazos y un penoso matrimonio a manos del iracundo John Joyce, no dejó de enviar a su hijo dinero y aquello que pudiera necesitar, a Irlanda o al exilio autoimpuesto. El descensus ad inferus colectivo, como consecuencia del constante dispendio de padre de Joyce, adicto a la bebida y al juego, pesares que también acompañarían al escritor, obligó a la familia a trasladarse una y otra vez a viviendas siempre más insalubres. Aquel periplo dibujaba en la mente del autor un mapa cada vez más amplio e intrincado del Dublín que luego aparecería en el Ulises. Sus correrías nocturnas terminarían de llenar el laberinto por el que transitaría Dédalus, un trazado cuya naturaleza, diurna y nocturna, arroja luz sobre lo mejor y lo peor de la urbe y del ser humano. Es un camino interior y exterior, un purgatorio grotesco, fruto de la experimentación de la marginalidad, la violencia, la pobreza y el abandono.

Conoció a Nora Bernacle en un paseo por Nassau Street. El amor que compartieron no tuvo nada de convencional. La musa de Molly Bloom, que tantas páginas de la historia literaria ha inspirado, era una mujer de origen humilde, agrario, desinhibida, alegre y resuelta. O al menos así era, señala O’Brian, antes de atravesar aquella vida que compartiría con el escritor. El origen de Nora ofendería a la familia de Joyce, que pese a la pobreza aún ostentaba el cómico orgullo de las medias cunas, por lo que el escritor del Finnegans ideó una fuga. Soñaba con irse a París. No sabemos con qué soñaba Nora, lo que sí sabemos es que lo acompañó. Joyce, siempre corto de fondos, pidió un dinero que nunca iba a devolver (así lo haría toda su vida, para cualquier empresa) y juntos iniciaron un nuevo periplo, esta vez, de naturaleza internacional.

"El complejo, y dañino, matrimonio Joyce compartió una intensa correspondencia en los periodos en que se vieron separados"

Nora siempre debió estar aquejada de un constante sentimiento de inseguridad e inestabilidad. De Londres a París, de París a Trieste, de Trieste a Roma, de vuelta a Trieste y luego a Zúrich, sin incluir los pasos intermedios. Nora no conseguía hacerse con los nuevos idiomas y las amistades de su marido la despreciaban por su origen humilde e iletrado. La ayuda de Stanislaus, hermano de Joyce que compartió espacio con ellos durante gran parte de sus vidas, fue indispensable para la supervivencia de la familia, siempre pendiente de la precariedad de Joyce y de sus imprevisibles decisiones, del fracaso o éxito de sus atropellados proyectos. Amenazó con marcharse muchas veces, cuenta O’Brien, pero al final permaneció hasta el final de los días del escritor. Tampoco lo tuvo fácil con sus hijos, en especial, con Lucia, la menor, afectada por un trastorno esquizofrénico.

En este sentido, la biógrafa aborda un episodio de gran interés. El complejo, y dañino, matrimonio Joyce compartió una intensa correspondencia en los periodos en que se vieron separados. Estas cartas fueron publicadas por Richard Ellmann y su contenido es de naturaleza íntima. O’Brien reflexiona sobre cómo el contenido de estas misivas no debe dejar en menor consideración la vida y obra de ambos, destacando que son de un inestimable interés erudito. Sin embargo, también recupera un detalle importante. Joyce no destruyó aquella correspondencia, pero Nora sí, pues, como le dijo a Helen Nutting sobre las cartas, «no son asunto de nadie más».

"Ante el hartazgo de la primera, apareció la segunda, constante y comprensiva benefactora que llegó incluso a hacerse cargo, por temporadas, de la problemática Lucia. Dio a Joyce todo cuanto tenía, lo que había engendrado y heredado"

Si Nora Barnacle recorrió los anillos más íntimos del laberinto que fue el escritor irlandés, Sylvia Beach y Harriet Shaw transitarían los externos. Joyce vivió un periplo tortuoso, cargado de problemas con los editores, impresores y críticos, que habían puesto en riesgo tanto al autor como a quienes se atrevieron a publicar sus obras. Entre otros, sus editoras americanas, Heap y Anderson, que llegaron a ser enjuiciadas como responsables de la publicación seriada de la obra de Joyce en Estados Unidos. Sus trabajos parecían material impublicable, hasta que, en una fiesta, conoció a Sylvia Beach. Se trataba de una joven brillante, de Baltimore, propietaria de un establecimiento que, bajo el rótulo de «Shakespeare and Company», funcionaba como salón, oficina de correos, biblioteca y banco para un grupo de escritores norteamericanos. Ella acogió la arriesgada empresa con entusiasmo y gracias a su empeño, la versión completa del Ulises llegaría a salir a la luz.

La intensa narración de O’Brien nos muestra que los esfuerzos y desventuras de Beach rivalizan con los de Harriet Shaw. Ante el hartazgo de la primera, apareció la segunda, constante y comprensiva benefactora que llegó incluso a hacerse cargo, por temporadas, de la problemática Lucia. Dio a Joyce todo cuanto tenía, lo que había engendrado y heredado. Primero anónimamente y después con nombre propio. Llegó, detalla la narradora, a ir en autobús mientras los Joyce iban en taxi y se alojaban en los mejores hoteles. Lectora de los primeros pasos del Finnegans, fue sometida al rechazo de Joyce cuando Shaw cuestionó el estado en que se encontraba Lucia y la necesidad de internarla en un hospital psiquiátrico. Joyce negó rotundamente la enfermedad mental de su hija, tal vez porque sus males le recordaban a los propios. Sin embargo, Lucia Joyce no acabó siendo una gran escritora, dio con el final de sus días en una institución mental. Entre tanto, la siempre atenta Harriet Shaw, cuyos motivos siguen resultando inciertos, siguió respondiendo a las demandas de Joyce. A los adelantos, a las peticiones inesperadas, a sus palabras extrañas. Ella se encargó de costear el funeral del escritor.

En torno a estas mujeres y a todo un conjunto de personalidades arrastradas por la locura de Jocye se articula la biografía de Edna O’Brien. No oculta, ni matiza. No evita las palabras mordaces o malsonantes. Narra y lo hace con claridad, sin tapujos, con ingenio, tal y como demandan lo sórdido de las vivencias del escritor. Las figuras femeninas, desventuradas y trágicas, ocupan un espacio primordial en la vida del irlandés, operando de forma trascendente para la publicación y consolidación de su obra, aunque relegadas a un segundo plano del análisis crítico. De este modo, Edna O’Brien se adentra en el taller del orfebre de la lengua, el taller que fue su vida, la parte más humana de su corrosiva imaginación.

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Autora: Edna O’Brien. Título: James Joyce. Traducción: Cruz Rodríguez. Editorial: Cabaret Voltaire. Venta: Todos tus libros.

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