Robert Walser, el despilfarro del talento

El caso de Robert Walser es un antiejemplo literario, un caso extremo de autenticidad y de ocultamiento que contrasta con los egotismos y mitomanías de los escritores que pululan con denuedo por el epidémico mundillo literario. Mientras, habitualmente, los escritores luchan por permanecer; Walser, tal vez reforzado por su enfermedad, se empeña en desaparecer, aislándose... Leer más La entrada Robert Walser, el despilfarro del talento aparece primero en Zenda.

Apr 27, 2025 - 06:03
 0
Robert Walser, el despilfarro del talento

Quizá el mejor libro de Robert Walser lo haya escrito Carl Seelig, o tal vez, para ser más exactos, convendría decir que no lo leeríamos de igual modo sin el apasionante retrato que del autor de El ayudante y de Jakob von Gunten hace Seelig en sus Paseos con Robert Walser. Un libro imprescindible para cualquier escritor que se precie de serlo, así como para cualquier lector que se considere un letraherido.

El caso de Robert Walser es un antiejemplo literario, un caso extremo de autenticidad y de ocultamiento que contrasta con los egotismos y mitomanías de los escritores que pululan con denuedo por el epidémico mundillo literario. Mientras, habitualmente, los escritores luchan por permanecer; Walser, tal vez reforzado por su enfermedad, se empeña en desaparecer, aislándose en un “manicomio”. Los manicomios, aunque sus muros sean un remedo de los monacales, no dejan de ser los auténticos monasterios del siglo XX, las últimas ensenadas de los náufragos de un siglo tumultuoso. Walser ingresa en el sanatorio bernés de Waldau en 1929, y en 1933 es trasladado al sanatorio y hogar cantonal de «AppenzellAusserrhoden, en Herisau» (Seelig, 2000: 11), donde permaneció hasta su muerte. Si se tiene en cuenta que el escritor suizo murió amortajado por la nieve en la Navidad de 1956, puede calcularse fácilmente el largo periodo que pasó aislado del mundo y de la literatura, solo con el afán de borrar sus huellas, de negar su existencia y su rastro literario.

"Seelig pasea con Robert Walser desde el 26 de julio de 1936 hasta la fecha de su muerte, es decir, durante algo más de veinte años"

Pero Walser en su empeño no pudo borrarse de sí mismo. Sabemos, gracias a Seelig, que continúo leyendo con intensidad en el sanatorio de Waldau, y que, aunque no escribió una línea durante su largo periodo de enclaustro encubrimiento —ya que «el oficio del poeta solo puede florecer en libertad» (ibíd.: 16)—, su mente no dejó nunca de profundizar y de reelaborar su pensamiento literario, parcialmente puesto a salvo por la indesmayable tarea del altruista escritor germano-suizo.

Walser se muestra refractario al contacto y efusión emotiva —por nimia que sea—con cualquier congénere humano; y solo Seelig, al que el autor de El Ayudante reconoce como un ser distinto a la mundana grey literaria, consigue pacientemente abrir un portillo en la hermética fortaleza de su personalidad: «el silencio fue la estrecha senda por la que fuimos al encuentro el uno al otro» (12)

Seelig pasea con Robert Walser desde el 26 de julio de 1936 hasta la fecha de su muerte, es decir, durante algo más de veinte años. Sus conversaciones surgen al albur de sus paseos y de las circunstancias que los rodean, pero al hilo de cualquier motivo que encuentran en el camino, una casa, un árbol, la belleza de un frío atardecer, los deshojados pétalos de la nieve, surge todo un referencial marco literario que nutre su conversación. Walser encuentra la trascendencia en las cosas más insignificantes, más sencillas, que son las que tienen auténtico valor en la vida —«Recorrer en silencio y con modestia el propio camino es la más segura felicidad que cabe esperar» (138)—, por eso las conversaciones entre Seelig y Walser, aparentemente ocasionales, resultan tan cautivadoras y transcendentes. Al final de cada jornada, el filántropo escritor germano-suizo recoge en su cuaderno las perlas que le ha ido regalando Walser a lo largo del camino, como que «el divismo en boga en tantos lugares sencillamente le asqueaba. No hacía sino degradar al escritor a la condición de limpiabotas» (12), o que «los artistas de hoy no saben cuánto han perdido junto con la modestia» (74), males que también achaca al Estado [léase también los grandes grupos literarios y los agentes literarios] porque «no puede convertirse en comadrona de los escritores» (145).

"Seelig paseó pacientemente por su laberinto como amanuense de su último libro, le movía la piedad y la admiración por un escritor sin fortuna al que reconocía su talento"

Los paseos con Walser están marcados por los senderos de la literatura que siempre llevan a insólitos parajes de determinados autores, como la preciosa referencia que hace a Heinrich von Kleist, uno de esos escritores atormentados por el agostador rayo de Goethe, y cuya infructuosa búsqueda de perfección creativa le llevó a un sonado suicido en compañía de su musa Henriette Vogel: «¡Con cuánta frecuencia me he encontrado con Kleist en algún sitio! En Thun y en el Wannsee, donde se quitó la vida con Henriette Vogel y donde estuve ante la tumba de ambos» (126).

Ciertamente, Walser abandonó su mundo, pero no la literatura. Seelig paseó pacientemente por su laberinto como amanuense de su último libro, le movía la piedad y la admiración por un escritor sin fortuna al que reconocía su talento. Lo que no sabía era que Walser le devolvería a manos llenas su generosidad, ya que con este libro —y no por el resto de su obra— se ganó el reconocimiento y gratitud de la posteridad. Seelig no es un Eckermann, plenamente consciente de la indudable grandeza de Goethe, tampoco un Max Brod, que encontró en Kafka la finalidad de su existencia, sino un generoso y desinteresado testigo de un talento malogrado ante la indiferencia de la sociedad. Alguien que supo entender que la literatura, la gran literatura, como le hizo comprender Walser, la mayoría de las veces es «un viaje de derrota en derrota» (49).

La editorial Siruela, que tiene en su haber prácticamente toda la obra de Robert Walser, ha publicado recientemente El ayudante ([1908] 2024) y Jacob von Gunten ([1909] 2024), traducidas por la experta mano del añorado Juan José del Solar.

"Si en Kafka se observa su inclinación hacia el empequeñecimiento, en Walser prevalece un permanente anhelo por desvanecerse en presencia de los demás, en no ser percibido más que como una leve sombra"

Se suele citar a Walser como verdadero precursor de Kafka, quien leyó con pasión El ayudante y Jacob von Gunten, pero no puede decirse que la admiración fuese mutua, ya que a Walser parecía irritarle cualquier elogio sobre su obra proveniente del escritor de La metamorfosis. Cuando Seelig le dice «que probablemente debe a Franz Kafka su popularidad […] Robert hace un gesto de desdén; apenas conoce la obra de Kafka» (55).

Walser escribió El Ayudante en apenas seis semanas con una primorosa técnica que todavía sorprende más si se tiene en cuenta su improvisada ejecución. En El ayudante cuenta subrepticiamente su experiencia como contable en Wädenswil «del verano de 1903 a principios de enero de 1904» (48), en la que en su función de asistente —paradójica inclinación del soberbio Walser— observa la caída de la familia del ingeniero Tobler, inventor de los más insospechados artilugios modernos y quijotesco emprendedor de proyectos no menos disparatados. Si en Kafka se observa su inclinación hacia el empequeñecimiento, en Walser prevalece un permanente anhelo por desvanecerse en presencia de los demás, en no ser percibido más que como una leve sombra. Su contacto con la familia Tobler es meramente perceptivo, la de un frío observador que busca dilucidar desde su torre —que alterna con el sótano donde tiene la oficina el ingeniero Tobler— los vínculos afectivos de aquella extraña familia a la que estudia con la avidez de un entomólogo. Y aunque le resultaba hermoso «pertenecer a alguien en el odio o en la impaciencia, en la sumisión o en el desaliento, en el amor o en la melancolía» (Walser, 2024a: 247), no puede traspasar su condición de lúcido observador, lo que le impide cualquier implicación en el drama familiar de los Tobler: «¡Qué sensación de pobreza lo invadía al pensar que solo podía disfrutar del mísero y casi imperceptible reflejo de aquel mundo dorado y de ancestral belleza!» (ibíd.: 247).

"La desabrida prosa de Robert Walser recuerda la puntillosa nieve que amortaja insensiblemente el agostado paisaje, al tiempo que cobija sus más secretas floraciones"

En los diarios de Jakob von Gunten Walser vuelve a acudir a otra de sus experiencias biográficas en una escuela de criados en la que se formó durante un semestre.  Esta novela, escrita en forma de diario, es la más sorprendente y tal vez la más lograda de Walser, en la que recoge la experiencia del alumno Jakob von Gunten en el Instituto Benjamenta. Walser no trama en sus páginas una simple bildungsroman, sino que desarrolla una alegoría de la existencia con un reducido elenco de personajes, fundamentalmente el director del Instituto Benjamenta, Herr Benjamenta, la hermana del director del instituto, Fräulein Lisa Benjamenta, y el alumno Kraus. La novela se mueve por el espacio mental del narrador, por lo que los pasillos y las habitaciones del Instituto Benjamenta adquieren dimensiones oníricas. Su trama es aparentemente sencilla, construida en torno al anhelo de servir de criado a otros, tras el que late la walseriana desconexión con los intereses, ambiciones y anhelos de sus semejantes; si bien, esta buscada y deseada subordinación respecto a los demás no es intelectual, ya que Jakob se considera en este aspecto muy por encima de sus congéneres, sino que refleja paradójicamente su rechazo a las jerarquías sociales y a las convencionales relaciones con el poder: «Obedecemos sin pensar en lo que un día pueda resultar de toda esta obediencia irreflexiva» (Walser, 2024b: 35). Walser representa el orbe en el Instituto Benjamenta, por lo que sus impresiones alcanzan una dimensión existencial: «a veces llego a sentir toda mi estancia aquí como un sueño incomprensible» (ibíd.: 10). No es extraño que Jakob, a través de su laberinto, llegue a una sombría conclusión reflexionando sobre la suerte de su condiscípulo Schacht: «La vida, con sus feroces leyes, no es para algunos sino una cadena de desalientos y de impresiones malignas y aterradoras» (122).

La desabrida prosa de Robert Walser recuerda la puntillosa nieve que amortaja insensiblemente el agostado paisaje, al tiempo que cobija sus más secretas floraciones.

—————————————

Autor: Carl Seelig. Título: Paseos con Robert Walser. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros.

Autor: Robert Walser. Título: Jakob von Gunten. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros.

Autor: Robert Walser. Título: El ayudante. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros.

La entrada Robert Walser, el despilfarro del talento aparece primero en Zenda.