Hemos acusado a China de plagiar, pero la realidad es que casi todos les hemos copiado hasta en la sopa durante siglos
Casi de manera recurrente, especialmente en los últimos cincuenta años, coincidiendo con el gran boom económico de China, hemos considerado que el gigante asiático se ha convertido en una máquina de copiar a todos los niveles, haciendo de menos al desarrollo del gran dragón y dejando caer que, lejos de innovar, su economía se ha basado en modelos de repetición. Con la connivencia evidente occidental, que encontró en China un potente aliado para la deslocalización económica, hemos comprobado cómo el país ha avanzado hasta ser la segunda potencia mundial, dispuesta a no bailar el agua, por ejemplo, a Estados Unidos y ejerciendo una dominancia hegemónica en Asia y extendiéndose a otros continentes como África y América, donde su presencia en Latinoamérica a nivel empresarial e inversor es cada vez más potente, pero… ¿realmente qué tiene de cierto acusar perennemente a China como una nación de plagios y copias? Con la historia en la mano, la realidad es bastante más clara y menos tozuda que este último medio siglo donde se ha convertido en la gran fábrica del mundo y, si prestamos atención a su historia, incluso en la gastronómica, veremos que más que imitadora, China ha sido la imitada. Por poner varios hitos fundamentales en el desarrollo tecnológico mundial, China fue el origen de tres de los elementos más trascendentes en la historia. Allí se desarrolló el papel como soporte de escritura, entre los siglos II a.C y I d.C, sucediendo así al pergamino y al papiro en este sentido. Del pergamino a la pólvora y a la imprenta: inventos más allá de la mesa Siglos más tarde, los dos elementos que forjarían la identidad cultural de Europa serían a la sazón desarrollos chinos. La pólvora, utilizada con fines religiosos y lúdicos, también dio sus primeros pasos en China en el siglo IX d.C, no extendiéndose hasta Europa –de mano de árabes y bizantinos– hasta ya bien entrado el siglo XII. Mismo patrón que se sigue con la imprenta, donde ya en China se imprimía con xilografía en torno al siglo IX, llegando ya a Europa más de un siglo después. Revolución que, del mismo modo, habría de esperar cuando se concibieron los tipos móviles de arcilla de la imprenta en torno al siglo XI con el desarrollo de Bi Sheng durante la dinastía Song, es decir, el 'Gutemberg' chino, solo que se adelantó al inventor de Maguncia en unos cuatrocientos años. En Xataka El plan "made in China 2025" de Xi Jinping se está haciendo realidad: así está conquistando las tecnologías clave del futuro En la mochila de inventos chinos también podemos meter, por ejemplo, la brújula y el sismógrafo, o el ábaco, pero sobre todo y lo que nos interesa en DAP: la comida. Hablando de Asia, si nos centramos en lo que denominamos habitualmente Lejano Oriente, China es la madre gastronómica de la mayor parte de lo que hoy acabamos comiendo si nos centramos en el origen. Las razones, evidentes, tienen que ver con el tamaño de los sucesivos imperios chinos, su extensión y predominancia cultural sobre regiones y países vecinos, a los que condicionaba y, en cierto modo, educaba. Salsa de soja, té y fideos: un 'made in China' milenario Tanto como para que los primeros albures de la salsa de soja y de la pasta de miso fueran chinos, aunque la forma en la que llegasen a las islas que conformaban Japón no está corroborada, lo que sí parece evidente es que ya en los primeros años del siglo XIV hay documentos escritos chinos mencionando a la salsa de soja. En Directo al Paladar ¿Qué es el ramen y por qué se ha hecho tan popular? No es, decimos, el único elemento de raíz china que luego se popularizase por el resto del Lejano Oriente. El ceremonial del té, un momento casi ritual en culturas como la japonesa y, por emulación de lo oriental, en la británica, también hunden sus raíces en el uso del té que ya se hacía en las cortes chinas. El origen de esta liturgia aparecería ya documentada en torno al siglo III d.C, durante la dinastía Han, aunque el florecimiento ya sería siglos después –alrededor del siglo VIII–, en plena efervescencia de la dinastía Tang que, incluso, dejó constancia por medio de Lu Yu, su cronista, de un ceremonial del té, que sería el autor del primer tratado del mundo de esta infusión, conocido como The Classic of Tea (茶经, en chino simplificado, pronunciado chájīng si se utiliza el pinyin). Hasta hace no mucho tiempo, la sopa ramen en Japón se llamaba Shina-soba o Chuka-soba, es decir, sopa de fideos chinos. Misma suerte, corre por ejemplo, el ramen, la gran sopa japonesa, cuyo nombre es un préstamo del término chino lāmiàn (拉麵, en chino tradicional) y que, a pesar de lo legendario del concepto, es un plato relativamente moderno con apenas unos 100 años de vida. Caso distinto al que sufren los fideos (miàn, si los pronunciamos en pinyin) y que serían lo

Casi de manera recurrente, especialmente en los últimos cincuenta años, coincidiendo con el gran boom económico de China, hemos considerado que el gigante asiático se ha convertido en una máquina de copiar a todos los niveles, haciendo de menos al desarrollo del gran dragón y dejando caer que, lejos de innovar, su economía se ha basado en modelos de repetición.
Con la connivencia evidente occidental, que encontró en China un potente aliado para la deslocalización económica, hemos comprobado cómo el país ha avanzado hasta ser la segunda potencia mundial, dispuesta a no bailar el agua, por ejemplo, a Estados Unidos y ejerciendo una dominancia hegemónica en Asia y extendiéndose a otros continentes como África y América, donde su presencia en Latinoamérica a nivel empresarial e inversor es cada vez más potente, pero… ¿realmente qué tiene de cierto acusar perennemente a China como una nación de plagios y copias?
Con la historia en la mano, la realidad es bastante más clara y menos tozuda que este último medio siglo donde se ha convertido en la gran fábrica del mundo y, si prestamos atención a su historia, incluso en la gastronómica, veremos que más que imitadora, China ha sido la imitada.
Por poner varios hitos fundamentales en el desarrollo tecnológico mundial, China fue el origen de tres de los elementos más trascendentes en la historia. Allí se desarrolló el papel como soporte de escritura, entre los siglos II a.C y I d.C, sucediendo así al pergamino y al papiro en este sentido.
Del pergamino a la pólvora y a la imprenta: inventos más allá de la mesa
Siglos más tarde, los dos elementos que forjarían la identidad cultural de Europa serían a la sazón desarrollos chinos. La pólvora, utilizada con fines religiosos y lúdicos, también dio sus primeros pasos en China en el siglo IX d.C, no extendiéndose hasta Europa –de mano de árabes y bizantinos– hasta ya bien entrado el siglo XII.
Mismo patrón que se sigue con la imprenta, donde ya en China se imprimía con xilografía en torno al siglo IX, llegando ya a Europa más de un siglo después. Revolución que, del mismo modo, habría de esperar cuando se concibieron los tipos móviles de arcilla de la imprenta en torno al siglo XI con el desarrollo de Bi Sheng durante la dinastía Song, es decir, el 'Gutemberg' chino, solo que se adelantó al inventor de Maguncia en unos cuatrocientos años.
En la mochila de inventos chinos también podemos meter, por ejemplo, la brújula y el sismógrafo, o el ábaco, pero sobre todo y lo que nos interesa en DAP: la comida.
Hablando de Asia, si nos centramos en lo que denominamos habitualmente Lejano Oriente, China es la madre gastronómica de la mayor parte de lo que hoy acabamos comiendo si nos centramos en el origen. Las razones, evidentes, tienen que ver con el tamaño de los sucesivos imperios chinos, su extensión y predominancia cultural sobre regiones y países vecinos, a los que condicionaba y, en cierto modo, educaba.
Salsa de soja, té y fideos: un 'made in China' milenario
Tanto como para que los primeros albures de la salsa de soja y de la pasta de miso fueran chinos, aunque la forma en la que llegasen a las islas que conformaban Japón no está corroborada, lo que sí parece evidente es que ya en los primeros años del siglo XIV hay documentos escritos chinos mencionando a la salsa de soja.
No es, decimos, el único elemento de raíz china que luego se popularizase por el resto del Lejano Oriente. El ceremonial del té, un momento casi ritual en culturas como la japonesa y, por emulación de lo oriental, en la británica, también hunden sus raíces en el uso del té que ya se hacía en las cortes chinas.
El origen de esta liturgia aparecería ya documentada en torno al siglo III d.C, durante la dinastía Han, aunque el florecimiento ya sería siglos después –alrededor del siglo VIII–, en plena efervescencia de la dinastía Tang que, incluso, dejó constancia por medio de Lu Yu, su cronista, de un ceremonial del té, que sería el autor del primer tratado del mundo de esta infusión, conocido como The Classic of Tea (茶经, en chino simplificado, pronunciado chájīng si se utiliza el pinyin).

Misma suerte, corre por ejemplo, el ramen, la gran sopa japonesa, cuyo nombre es un préstamo del término chino lāmiàn (拉麵, en chino tradicional) y que, a pesar de lo legendario del concepto, es un plato relativamente moderno con apenas unos 100 años de vida.
Caso distinto al que sufren los fideos (miàn, si los pronunciamos en pinyin) y que serían los padres milenarios, pues su origen es muy anterior al nacimiento de Jesucristo, de lo que muchos siglos después acabaríamos convirtiendo en la pasta cuya llegada a Europa atribuimos a Marco Polo a finales del siglo XIII y que, sin embargo, ya se consumían en lo que hoy es China alrededor del año 2.000 a.C.
De las gyozas al tofu: la impronta china en las masas y fermentados
De los fideos podemos saltar a las ahora sempiternas gyozas, ahora multiplicadas e instauradas como clásico de la cocina japonesa. Lo cierto es que solo son herederas –y de muy corto plazo– de los jiaozi chinos que ya se elaborarían en el siglo II d.C, solo popularizándose su consumo en Japón tras la II Guerra Mundial.

Suerte parecida corre el sushi, que también pensamos como bandera de la cocina de Japón, y que relacionándose con una forma de consumir arroz ligeramente aderezado y fermentado ya se hacía en lo que hoy es China alrededor del año 200 de nuestra época, saltando siglos después al vecino insular donde –aquí viene la modificación– ya se vincularía con el uso del pescado.
Algo que pasa también con el tofu, que se prepararía por primera vez hace unos 2.000 años, en tiempos de la dinastía Han. Tanto es así que el termino japonés tōfu (豆腐) es un derivado del concepto chino tou-fu (豆腐) que vendría a significar judía cuajada.

Realidades muy parecidas a lo que sucede con los panes al vapor como los nikuman y los baozi, también originariamente chinos, que luego acabarían extendiéndose a otros países asiáticos en la Antigüedad.
Sin olvidarnos de un básico de la cocina asiática que cada vez más occidentales se animan a usar, los palillos. Con ligeras diferencias entre cada país, distinguiéndose fundamentalmente entre palillos chinos, japoneses y coreanos -adaptados también a sus propias gastronomías-, son originarios, también, de China. Fue en la dinastía Shang (1766-1046 a.C.) cuando comenzaron a utilizarse como herramienta para cocinar y comer, extendiéndose por prácticamente todo el continente asiático.
Por eso, cuando pensemos que en la actualidad china solo se limita a copiar y que no es un país de creación o invención, echemos la vista atrás y comprobemos cómo el prejuicio es mayor que la realidad.
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En DAP | Comida china
En DAP | Cocina japonesa
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La noticia
Hemos acusado a China de plagiar, pero la realidad es que casi todos les hemos copiado hasta en la sopa durante siglos
fue publicada originalmente en
Directo al Paladar
por
Jaime de las Heras
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