Cocido infernal
Caminamos por la caldera de Furnas, subimos hasta la laguna de Fuego y seguimos buscando los lagos más impresionantes de la isla. Trepamos por un bosque de cedros y eucaliptos, salimos al borde de un precipicio tapado por la niebla y de pronto el viento despeja el panorama. A nuestros pies se abre una caldera... Leer más La entrada Cocido infernal aparece primero en Zenda.

Los pozos hierven, la tierra humea. La caldera volcánica de Furnas, en las islas Azores, arde bajo la superficie y los cocineros del pueblo saben aprovecharlo: entierran ollas enormes repletas de carnes y verduras, y las dejan cinco o seis horas.
Caminamos por la caldera de Furnas, subimos hasta la laguna de Fuego y seguimos buscando los lagos más impresionantes de la isla. Trepamos por un bosque de cedros y eucaliptos, salimos al borde de un precipicio tapado por la niebla y de pronto el viento despeja el panorama. A nuestros pies se abre una caldera de seis kilómetros de largo por cinco de ancho, con una profundidad de quinientos metros, ocupada por un lago azul plomo y un lago verde esmeralda. Distinguimos colinas de basalto, cráteres y más lagunas en los pliegues de la hondonada. Las explosiones y el fuego modelan este paisaje desde hace miles de años; los humanos bajaron anteayer al escenario del apocalipsis y le pusieron una alfombrita: el fondo de la caldera está cubierto por praderas relucientes, llenas de vacas, con cuya leche producen el famoso queso azoreño. Incluso construyeron un pueblo que ha sufrido inundaciones y desprendimientos, un pueblo con aire de campamento provisional y más nombre que consistencia: lo llamaron Sete Cidades —¿qué pasó con las otras seis?—. En el silencio invernal flota el presagio de un cataclismo; cuatro viejos juegan a cartas en el bar y se ríen del visitante aprensivo. Otros hombres desentierran las ollas en Furnas y sirven el cocido volcánico en unas bandejas que no caben por la puerta: pollo, cerdo, chorizo, morcilla, zanahoria, berza, acelga, ñame y patata, todo con un regustillo de azufre y catástrofe. Me entusiasma el ser humano, esa especie que se instala a un metro del infierno y aprovecha para cocer morcillas.
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