Guadalajara en un llano y Mario en una cumbre

García Márquez y Vargas Llosa fueron amigos entrañables, unidos por la literatura y la política, y luego distanciados por la política y por la vida, con el punto final metaforizado por el puñetazo de Mario en la cara de Gabo: una larga amistad derrotada por KO. Y ya hasta nunca. Como escritores los dos fueron... Leer más La entrada Guadalajara en un llano y Mario en una cumbre aparece primero en Zenda.

Apr 21, 2025 - 00:05
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Guadalajara en un llano y Mario en una cumbre

“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas…”. La boca se me hace agua, agua manantial y matinal, por lo temprana, cuando vuelvo a leer las tres primeras líneas de Los cachorros, novelita cabría decir, del gran Mario, coloso en prosa de lo que dieron en llamar boom, bien dicho, porque fue un bombazo que removió las mesas de novedades de las librerías, cual puñetazo de la América española en el corazón de las Castillas, si bien la metáfora del puñetazo en el caso de Mario Vargas es riesgosa. Yo era entonces un adolescente ennoviado con la literatura, como adolescentes eran los personajes de Los cachorros. Ese fue mi acercamiento primerizo al escritor peruano, aunque no al boom, porque para entonces ya había vivido el deslumbramiento de Cien años de soledad. Parece mentira haber nacido a la lectura en medio de un milagro, de una tormenta creativa perfecta. De no haber sido por los exitosos autores del otro lado del charco leer en español hubiera sido una gran aventura, pero no un viaje prodigioso por el mundo de las maravillas, por el universo de los prodigios. Esa realidad mágica coincidió con el momento en que empezaba a leer de verdad, antes no había pasado de las páginas del As Color y de los goles de Gárate, que tampoco es cosa de poca enjundia.

"García Márquez y Vargas Llosa fueron amigos entrañables, unidos por la literatura y la política, y luego distanciados por la política y por la vida"

García Márquez y Vargas Llosa fueron amigos entrañables, unidos por la literatura y la política, y luego distanciados por la política y por la vida, con el punto final metaforizado por el puñetazo de Mario en la cara de Gabo: una larga amistad derrotada por KO. Y ya hasta nunca. Como escritores los dos fueron portentosos, cada uno en su estilo. García Márquez era un mago, un brujo de la tribu dotado con el poder inmenso de la fábula y la gracia quimérica de las palabras. Sus libros parecen dictados al oído por un hechicero, con un coro de musas en redondel. La escritura de Vargas Llosa tiene otros registros, parece más sudada, más esforzada. Si Gabo es un mago, Mario es un ingeniero dotadísimo, un arquitecto capaz de montar un edificio narrativo incomparable. Por poner un solo ejemplo: La guerra del fin del mundo es un artefacto soberbio, una novela imponente que yo devoré en la cama, entre las sábanas, en un ataque febril de lector. Si es para mí su mayor obra arquitectónica, La tía Julia y el escribidor es la novela más deleitosa y plena de encanto.

"Entre los asistentes a aquel evento estaba prevista la presencia de Vargas Llosa. Yo tenía un gran deseo de entrevistarlo, pero la tarea no era fácil"

En 2005 yo trabajaba en Informe semanal, y el programa me envió junto a mis compañeros Juanjo Mardones, Marcelo Illán y Fernando Rodríguez Cano a Guadalajara, México, para hacer un reportaje en su famosa feria del libro coincidiendo con el cuarto centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote. Entre los asistentes a aquel evento estaba prevista la presencia de Vargas Llosa. Yo tenía un gran deseo de entrevistarlo, pero la tarea no era fácil, empezando porque no tenía ningún teléfono para contactar con él. Aun así, me puse a ello y al tercer día conseguí hablar con Patricia, su mujer. Me dijo que tenía muchos compromisos y que no iba a poder atender mi petición. Aun así, no desistí y volví a llamarla hasta en tres ocasiones más, hasta que conseguí mi objetivo. ¡Eureka! Estaba eufórico y no pude sino presumir ante mis compañeros de mis habilidades como plumilla arrojado. Por fin llegó el día, o mejor la noche. Mario estrenaba un espectáculo como actor, junto con Aitana Sánchez Gijón, en el mejor teatro de Guadalajara. Mis compañeros estuvieron grabando unas escenas de la obra y luego se fueron para preparar debidamente el set donde iba a hacerse la entrevista. Yo apuré hasta el final, hasta los aplausos y salí, presuroso, en busca del lugar donde iba a entrevistar a Mario, pero caí en una pesadilla circular, en un bucle del que no sabía cómo salir. Debí de tardar un cuarto de hora, quizá más, dando vueltas sin encontrar el dichoso set y sin que nadie supiera darme una pista. Cuando por fin llegué al lugar de autos, Vargas Llosa estaba levantándose de la silla y dándole la mano a mi compañero y amigo Juanjo Mardones, el realizador, que ante mi tardanza le hizo una entrevista improvisada. Cuatro años después, ya en Madrid, lo entrevisté para un reportaje sobre la nueva gramática española, pero esa es otra historia.

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