Santiago Díaz: “Los claroscuros en los personajes les dan verosimilitud”
Sentarse con Santiago Díaz a desgranar los resortes de su nueva novela, Jotadé (Alfaguara), es como hacerlo al lado de un artesano de relojes antiguos, pronto uno descubre que cada pieza se articula de manera minuciosa, que el detalle por hilar y cerrar tramas argumentales manteniendo en vilo al lector es el impulso principal que tiene al escribir. La entrada Santiago Díaz: “Los claroscuros en los personajes les dan verosimilitud” aparece primero en Zenda.

Sentarse con Santiago Díaz a desgranar los resortes de su nueva novela, Jotadé (Alfaguara), es como hacerlo al lado de un artesano de relojes antiguos, pronto uno descubre que cada pieza se articula de manera minuciosa, que el detalle por hilar y cerrar tramas argumentales manteniendo en vilo al lector es el impulso principal que tiene al escribir.
[/ttt_dropcapsSi uno habla con Santiago Díaz sobre Jotadé, el protagonista del título que acaba de publicar, descubre que son varias cosas las que tiene en común con el subinspector: ambos son, dice, malhablados y a los dos les une también una pasión efervescente por su profesión. Díaz lleva tres décadas escribiendo: primero guiones y diálogos y, desde hace siete años, ficción literaria. No es poca cosa para un aficionado a Stephen King que soñó de adolescente con triunfar en la cancha.
Si uno habla con Díaz sobre su trabajo descubre a un escritor disciplinado, a medio camino entre un arquitecto y un mago. Trabaja con un esquema previo, conoce a la perfección a sus personajes, sus motivaciones y sueños y, al mismo tiempo, permite que la magia surja.
Jotadé es su séptima novela y la primera de una trilogía en torno a la figura de Juan de Dios Cortés, un subinspector de policía, gitano, que ya apareció como secundario en su saga dedicada a Indira. Santiago, que comparte apellido con su protagonista, no abandona el mundo del thriller, en el que sabe que todo tiene cabida, incluso la denuncia social, para descubrirnos un caso que mantendrá en vilo al subinspector (y a toda la comisaría), obligándole a caminar sobre los límites de la justicia.
Zenda se reúne con Díaz en Madrid, en la sede de su editorial, para hablar sobre Jotadé y sobre cómo construye sus consistentes tramas. Nos encontramos con un escritor que se aproxima a cada obra con el respeto de la primera vez y que, como sus sólidos personajes, está acostumbrado a mirar la vida de frente.
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—¿Quién es Santiago Díaz, para quien no le conozca?
—Soy alguien que llegó a las letras de casualidad, porque me dedicaba a la Educación Física. Escribí un guión un verano, como hobby, y lo mandé. Me lo compraron y empecé mi andadura como guionista. Casi 30 años después me dio por escribir mi primera novela, como una prueba, como un juego, y funcionó bien. Siete años después estoy aquí. Soy alguien que está muy contento y feliz de poder dedicarse a lo que le gusta, algo que no puede decir todo el mundo.
—¿Cómo se le ocurrió la idea del personaje, un policía gitano?
—Este personaje nace en la trilogía de Indira. Aunque viene de allí, se puede leer de manera independiente. Indira era un personaje muy especial, que no encajaba con nadie, que era muy insoportable porque tenía un TOC. Eso hacía que a su alrededor nadie la aguantase, pero a los lectores nos hiciese gracia. Funcionó muy bien, así que me dije: “Voy a utilizar la fórmula con el nuevo personaje que quiero que sustituya a Indira en la siguiente serie”. E hice lo mismo, en el polo opuesto, pero buscando las mismas cosas: un inadaptado (Jotadé en la comisaría es la oveja negra porque es gitano, y en su comunidad es la oveja negra porque es policía) que siempre está buscando su lugar en el mundo, y es alguien que, por su forma de ser, por su forma de expresarse, hace gracia. No es un personaje cómico, pero hace gracia a todos. Eso me sirve para, en las tramas tan duras que yo manejo, relajarlo con un poco de humor.
—Jotadé tiene todas las papeletas para que no le acepten en la comisaría (o en la academia de Ávila) y tampoco le quieran bien en la calle. ¿Cómo ha sido construir un personaje que no encaja bien en ningún ambiente, en cierto modo un poco incómodo? ¿Cómo ha conseguido que le quieran en todas partes?
—Me gusta que a los personajes les pasen cosas en sus vidas. La normalidad en la ficción es aburrida. Les tienen que pasar cosas, tienen que estar en un momento malo de sus vidas para que la trama policial influya en la trama personal. Alguien me dijo hace poco (me hizo mucha gracia) que si todo lo que hace Jotadé lo pones en una hoja, objetivamente sería una persona horrible. Pero si cada una de esas cosas las pones en un contexto te cae bien porque todo lo hace no por egoísmo, no para comprarse otro coche mejor, sino para ayudar a los que le rodean porque, sobre todo, es una persona leal. Por eso cae bien, porque somos capaces de ponernos en su situación. No me parece bien que robe pero, a lo mejor, en su situación, yo haría lo mismo. Le aprendes a querer.
—¿Cree usted que los personajes tienen algo de su autor? Si es así ¿qué características comparte con Jotadé?
—Sí. Creo que tanto los personajes como las situaciones que escribes tienen que tener algo tuyo, porque si no, lo único que estás haciendo es plasmar las vivencias de otros. Tienes que haber sentido el desamor para escribir sobre desamor, porque tienes que aportar algo diferente. Si tienes que escribir una escena de sexo, tienes que conocer o aportar algo personal. Con los personajes ocurre lo mismo, ya no tú sólo, sino a tu alrededor: la gente que conoces, cosas que te pueden encajar… Jotadé tiene mucho de mí. Mis amigos cuando lo leen dicen que soy yo. Soy muy mal hablado, no lo puedo evitar. Ahora me corto contigo, pero soy muy mal hablado. Con Jotadé me he podido sentir libre para escribir. Por eso me resulta tan sencillo y creo que ése es el éxito de Jotadé: es natural, su manera de expresarse es divertida. Eso es lo que tengo yo, lo que comparto con él.
—Está considerado uno de los puntales del thriller en España. Este tipo de novelas, ¿son el espejo en el que la sociedad puede verse reflejada?
—Eso de los puntales lo agradezco muchísimo, aunque no me lo creo. Procuro hacer mi trabajo lo mejor posible. Me divierte mucho mi trabajo y, a partir de ahí, lo que sea. En la novela negra puedes tocar absolutamente todos los temas. Hace poco era considerado un género menor porque había subgéneros (la novela de enigmas, la policial…). Todas se han juntado y, encima, puedes añadir lo que quieras, cabe romántica (¿en qué novela actual no hay una historia de amor?), cabe lo que quieras. También te permite denunciar, hacer una denuncia social. Alrededor de todos nosotros ocurren estas cosas feas pero nosotros normalmente no las vivimos. No somos conscientes de ello hasta que nos metemos en una novela de este estilo. Sirve para decirnos: ¡cuidado! muy cerquita de nosotros pasan estas cosas. Es una manera de verlo más de cerca, entrar en esos ambientes sintiéndonos a salvo.
—Quería mencionar el peso de los diálogos en la novela. Tienen un gran realismo, un ritmo muy cortado, es un lenguaje muy coloquial, muy de la calle. ¿Cómo ha conseguido plasmar el habla de la calle en este texto?
—Soy bastante callejero, la verdad. Me gusta mucho hablar con la gente y, lo que te he contado, soy dialoguista de diversas series y al final tienes que resultar natural. En una serie, para saber si un diálogo funciona, lo tienes que leer en voz alta. Si suena imposible de decir, un actor o actriz tampoco lo va a decir, no va a resultar creíble. Tienes que ajustarte lo más posible a lo que sucede, a la naturalidad. Esos años han sido un aprendizaje, y trato de plasmarlo en Jotadé.
—¿Se lee en voz alta al escribir?
—A veces sí. Hay cosas que sí se leen. Otras veces no hace falta hacerlo, lo lees con la entonación que tú quieres y te das cuenta de cuándo es complicado decir una frase. Procuras simplificar. Me gusta hacerlo simple todo, hacerlo sencillo, ponerles las cosas fáciles a los lectores para que lo que prevalezca sea la historia y no —muchas veces ocurre así— el tratar de comprender lo que quiso decir este personaje en este párrafo.
—Jotadé camina en esta trama, muchas veces, al margen de la legalidad. ¿Qué razones le mueven a actuar así?
—Es alguien criado en el barrio. Es alguien que se mueve en dos mundos incompatibles. Pero él no se ha hecho policía para dejar de ser gitano, ser payo. Él está orgulloso de ser quien es, de sus raíces, pero tenía una vocación extraña. Es irreverente, mal hablado, pero es leal. Esa lealtad, depende de a quién, puedes traicionar a los tuyos: en tu barrio muchas veces traicionas tu juramento como policía. Si eres leal a los policías, traicionas a la gente que quieres. Eso hace que se tenga que mover en una línea muy difusa y que, a veces, lo pase mal. Me gusta del personaje que no se vea simplemente como alguien bueno, sino como alguien que actúa por el bien, pero muchas veces actúa mal. Me gusta que tenga esas aristas. Esos claroscuros en los personajes les dan verosimilitud.
—¿Cree que el fin justifica los medios?
—En la vida real no, pero en una obra de ficción, evidentemente. Nos tenemos que mover en esos dos mundos y saber dónde estamos. En las obras de ficción el fin por supuesto justifica los medios.
—¿Por qué le atrae la novela negra?
—Tiene una mezcla de tantos géneros que busques lo que busques lo puedes encontrar. Si lees una novela romántica, participas de la historia de amor de otros. Eres un espectador. En una novela negra participas de la investigación, descubres las cosas a la vez que los inspectores, elaboras tu propia teoría. Creo que es divertidísimo, como lector, poder meterte de lleno en esas investigaciones.
—Cuéntenos el proceso de escritura de esta novela, la primera de la saga del subinspector Jotadé, para la que ya contaba con bastante documentación y trabajo previo (es un personaje que aparece en su serie anterior).
—Viniendo de la tele, trabajo arcos argumentales de los personajes. Antes de ponerme a escribir me tomo un par de meses para hacer la biografía de los personajes, para conocerlos, para saber cómo van a reaccionar cuando empiecen a andar por el relato. Eso me hace pensar lo que quiero hacer con ellos en el futuro. No estoy cerrado a lo que pueda surgir —personajes o situaciones que no esperas—, pero tengo más o menos claro lo que quiero hacer con Jotadé, con Lucía y los demás desde el primer título al tercero, que es lo que va a durar la serie. Ese arco argumental del personaje ya lo tengo más o menos. Lo que no tengo claro son los casos policiales que va a investigar. Del segundo libro sí, porque lo estoy escribiendo. Del tercero tengo una ligera idea. Me gusta saber dónde van los personajes.
—¿Es más mapa que brújula?
—Totalmente. Hay grandes autores que son brújula y es estupendo, pero no lo concibo. Manejo cuatro o cinco tramas a la vez. Si no planifico bien lo que voy a hacer, con una escaleta, nunca va a salir bien. Es como construir una casa sin un plano. Esto no quiere decir que, en determinados momentos, sepa dónde empiezo y adónde quiero llegar y me deje llevar. Es un mapa total, con un momentito para dejarme llevar.
—Más de setecientos guiones en televisión, siete novelas, casi tres décadas de trayectoria como escritor. ¿Cuándo descubrió su vocación como narrador?
—Trabajaba en colegios. Daba clases de natación, me dedicaba al deporte. Jugaba al baloncesto. Un verano sin un duro me dio por escribir un guión. Me gustó siempre leer, me gustaba mucho Stephen King. En esos tres meses lo escribí y lo mandé por correos a todas las productoras que se me ocurrió. Una me llamó para comprarme los derechos y ofrecerme trabajo en una serie. Me fui a la librería Ocho y Medio a comprar libros de guión. Así empecé y no he parado.
—¿Cree usted que ha escrito ya su mejor obra?
—Espero que no. Siempre intento mejorar. Pero he escrito una anterior que no tiene tanto éxito como los thrillers por cuestión de género (Los siete reinos). Creo que hasta el momento es mi mejor obra. No quiere decir que sea la que más guste. En cuanto a trabajo, documentación… ¡es mi mejor obra! La releo de vez en cuando porque me da rabia que no tenga tanto éxito como los thrillers. Espero que mi mejor obra esté por escribir.
—¿Quiénes son sus referentes en la ficción escrita? ¿Y en la audiovisual?
—Muchísimos, desde Stephen King que, cuando lo descubrí, me empapé de toda su obra —para eso soy muy obsesivo—. Al poco tiempo descubrí a otros como Bukowski, que me maravillaba, Paul Auster, Conan Doyle, Agatha Christie… descubrí personajes como Pepe Carvalho. Empezó a decantarse mi interés hacia el género negro. En la actualidad procuro leer un par de autores extranjeros porque me gustan mucho sus premisas (Pierre Lemaitre y Jo Nesbø). En las series de televisión estamos limitados por presupuesto y no podemos competir con series norteamericanas, pero en la literatura partimos todos en igualdad de condiciones, por lo que todo es el talento y lo que tengamos que contar. Sé que hay escritores españoles a nuestro alrededor que son tan buenos como los norteamericanos o noruegos: Mikel Santiago, Gellida, Dolores Redondo, María Oruña, voces nuevas como Nagore Suárez, guionistas como los Mola, Manuel Ríos Sanmartín. De audiovisuales tengo muchos referentes, tiro hacia series no hacia personas concretas: Los Soprano, Roma… Me maravilla todo lo que hace Dennis Lehane.
—Si pudiera viajar en el tiempo, ¿qué le diría al Santiago de 18 años que aún no sueña con convertirse en escritor?
—Compra bitcoin (Risas). El camino que he llevado no ha sido fácil en muchas ocasiones. Era mal estudiante, trabajé en un bar haciendo tortillas, quise hacer INEF, mi aspiración era jugar al baloncesto profesional y lo conseguí a medias. No pasé las pruebas de INEF e hice Magisterio. Empecé a trabajar y me dio este vuelco la vida. He tenido momentos más complicados y menos complicados y creo que todo me ha convertido en el Santiago que soy ahora. Lo que procuro transmitir en mis novelas es el resultado de todo eso, con lo cual, a Santiago le diría: “Tira p’alante, disfruta y que sea lo que Dios quiera”.
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