Nace Charles Baudelaire

Charles Baudelaire es el maldito por antonomasia, un momento estelar de la humanidad en sí mismo. Más, en contra de lo que pueda parecer ante el impactante título de su obra capital —Las flores del mal—, en el que parece resonar la blasfemia contra esa idea —o dios— que asocia la belleza a la bondad... Leer más La entrada Nace Charles Baudelaire aparece primero en Zenda.

Apr 9, 2025 - 05:42
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Nace Charles Baudelaire

Esa marginalidad que aparenta Charles Baudelaire en la escena de los cuadros de los literatos de su tiempo que han llegado hasta nosotros tal vez no sea lo que parece. Fue amigo de Balzac, la condena de Le Figaro le unió a Flaubert, veneró a Théophile Gautier… Lo que sí que es indudable es que los abundantes documentos gráficos de su rostro que nos ha legado su época componen una suerte de retrato de Dorian Gray —para el caso, mosaico o collage sería más preciso— donde se verifica la progresiva decadencia de un poeta. La litografía de E. Deroy de 1844, el retrato de G. Goubert del 47, sus autorretratos —fechados entre 1857 y 1858—, su pequeña presencia en el Homenaje a Delacroix (1864), la caricatura de Champfleury, el célebre daguerrotipo de su amigo Nadar… En efecto, todo ese abundante material gráfico viene, como el retrato del más célebre personaje de Oscar Wilde, a dar cuenta de las corrupciones del modelo. En un primer apunte a la sección Revuelta, suprimido en las posteriores ediciones de Las flores del mal (aparecidas por primera vez en 1857), Baudelaire escribe que el autor, “ha debido, como perfecto comediante, conformar su espíritu a todos los sofismas como a todas las corrupciones”.

Charles Baudelaire es el maldito por antonomasia, un momento estelar de la humanidad en sí mismo. Más, en contra de lo que pueda parecer ante el impactante título de su obra capital —Las flores del mal—, en el que parece resonar la blasfemia contra esa idea —o dios— que asocia la belleza a la bondad y a la pureza de las flores, no escribe para escandalizar a la burguesía como harán los surrealistas y tantos otros. Baudelaire escribe para exorcizar los fantasmas que le agobian, auténticos espectros surgidos por generación espontánea. Al igual que Gérard de Nerval —acaso el otro gran simbolista de primera hora—, “el Príncipe de Aquitania en su torre abolida”, que se definió a sí mismo este otro desdichado poeta en un hermoso verso —más tarde evocado por Jaime Gil de Biedma en el título de uno de sus Poemas póstumos (1968)—, Baudelaire también podría haber aparecido ahorcado con una supuesta liga de la reina de Saba en una calle nevada del París de la encrucijada del siglo XIX.

"Es sabido que los valores pueden significar el defecto y los versos de Baudelaire tocan tan de cerca de todas estas paradojas que tienen uno de los principales argumentos en los estrechos vínculos que unen al amor y al odio"

Debió de ser su obra, concebida como la historia de un alma en sus sucesivas manifestaciones, la que le salvó del suicidio. Las flores del mal, según su autor, es el fiel reflejo de sus corrupciones, como el retrato a Dorian Grey o como esa abundante obra gráfica que nos muestra su inexorable decadencia. Así las cosas, ni que decir tiene que no hay que atender a la opinión de esa crítica moralista que insiste en que la grandeza de la obra de Baudelaire se estudie dejando al margen el tremendismo de su biografía.

Dentro de esa continua dualidad en la que osciló el poeta —divinidad y satanismo, orgullo y arrepentimiento, la mujer consuelo y la mujer corruptora—, siempre estuvo sumido en una suerte de contrición ante la culpa por las disipaciones. No olvidemos que Baudelaire fue hijo de Joseph-François de Baudelaire, un exreligioso aficionado a la pintura que a buen seguro inculcó a su hijo un sentido ético de la existencia con las mismas que su amor al arte. Así pues, en Las flores del mal —título bajo el que reunió su poesía completa—, Baudelaire no se jacta, no se regodea. Simplemente expone. Más aún, ateniéndonos a la mecánica simbolista, que lleva a expresar las ideas o sentimientos de forma implícita, la alusión al “mal” del título es un anhelo de bien. Por un procedimiento parecido se nos demuestra que la blasfemia es una afirmación del deísmo por negación, frente a la indiferencia del verdadero ateísmo. El Demonio sólo existe para quienes creen en Dios. Si la rosa es sin por qué, no es ni buena ni mala. Es sabido que los valores pueden significar el defecto y los versos de Baudelaire tocan tan de cerca de todas estas paradojas que tienen uno de los principales argumentos en los estrechos vínculos que unen al amor y al odio.

"Si Baudelaire, cliente asiduo de casas de tolerancia y lupanares, lleva el amor eterno de ese limbo en que solía situarse a la inmundicia de las putrefacciones, su retrato del comienzo del día no es menos singular"

Si Paul Verlaine, el príncipe de los condenados, su primer discípulo, se refiere a Baudelaire como el representante por antonomasia del “hombre moderno”, lo hace porque ve en él —a quien con el correr del tiempo incluiría en su nómina de poetas malditos— “los refinamientos de una civilización excesiva, con sus sentidos aguzados y vibrantes, su espíritu dolorosamente sutil, su sangre quemada por el alcohol; en una palabra: el biblio-nervioso por excelencia, como diría H. Taine”. Los proscritos, los irrevocablemente inadaptados alaban en Baudelaire esa nueva inspiración que aporta a la poesía. La rosa es sin por qué, en efecto. Pero no es igual la rosa cultivada en un rosal que la surgida en el estercolero. La diferencia que media entre ambas es la misma que separa a la maldición de la bendición. Baudelaire es el primer poeta que alude al amor eterno mediante los restos de un perro muerto, en avanzado estado de putrefacción. Las analogías con las descomposiciones de Poe son evidentes. Pero nada más. Con anterioridad eran inconcebibles imágenes así en la poesía. De ahí el escándalo que causó.

Y si Baudelaire, cliente asiduo de casas de tolerancia y lupanares, lleva el amor eterno de ese limbo en que solía situarse a la inmundicia de las putrefacciones, su retrato del comienzo del día no es menos singular. “Tradicionalmente, el amanecer es positivo, vivificador, esperanzador; pero en la visión realista de Baudelaire es casi peor que el crepúsculo del anochecer, porque acaba con las piadosas ilusiones de la sombra, trayendo su implacable luz”, estima José María Valverde. En fin, puestos a hablar de la trascendencia que Las flores del mal tendrán en la literatura del siglo XX, en opinión de Walter Benjamin, también es en esos versos cuando la urbe irrumpe en la literatura. La amada ciudad, hábitat natural del ser humano, empero estigmatizada desde la Biblia —Babilonia, Sodoma y Gomorra…—, se yergue orgullosa en la obra de Baudelaire, frente al infausto ruralismo que siempre acecha.

"Cuando el futuro poeta apenas cuente seis primaveras, verá morir a su padre. Un año después, su madre se casará en segundas nupcias con el coronel Aupick, quien profesará el mismo odio a su hijastro que su hijastro a él"

Podemos deducir que el nueve de abril de 1821 fue lunes porque el calendario gregoriano sigue un patrón regular, lo que nos permite el cálculo retrospectivo. Pero amén de lunes fue un día grande por lo que nadie hubiera podido aventurar entonces, hace hoy 204 años: el niño que ese día vino al mundo en la calle Hautefeuille de París iba a escribir unos versos que sintetizarían definitivamente el romanticismo. Precursores a la vez del simbolismo, marcarían el camino a la poesía moderna. A grandes rasgos, estos serán los tres méritos que la erudición atribuirá a la obra de Charles Baudelaire, el neonato de aquel día como hoy, hace ya dos siglos largos. Sin olvidar la célebre carroña, en la que el más singular de los poetas de su tiempo irá a simbolizar el amor que profesará a la que le inspira cuando, paseando junto a ella, los restos de un perro muerto les salgan al paso.

Pero no adelantemos acontecimientos. Cuando el futuro poeta apenas cuente seis primaveras, verá morir a su padre. Un año después, su madre se casará en segundas nupcias con el coronel Aupick, quien profesará el mismo odio a su hijastro que su hijastro a él. En cualquier caso, expulsado en 1839 del colegio Louis-le-Grand, internado donde cursó sus primeros estudios, más tarde simultaneará los de Derecho con los días de bohemia juvenil. Será entonces cuando contraiga la sífilis, cuyas secuelas arrastrará hasta el final de sus días. Como todos los asiduos a las casas de tolerancia y poetas condenados.

"Será en sus días de despreocupado heredero, mientras se entrega a cuantos desenfrenos ofrece la vida parisina, cuando conozca a Théophile Gautier, el escritor que más admiró"

Los constantes escándalos de Baudelaire ya se harán notar mientras escribe sus primeros versos. Esas primeras disipaciones conseguirán que su padrastro lo envíe a la India: sólo llegará hasta la isla Mauricio. De allí volverá con dos poemas, posteriormente incluidos en Las flores del mal: “A una dama criolla” y “El viaje”. Otra vez en París (1842), ya en disposición de la fortuna que habrá heredado de su padre biológico, Baudelaire conocerá a Jeanne Duval durante una representación en un escenario del Barrio Latino a la que asiste con su amigo Nadar, el autor del más célebre de los daguerrotipos del poeta. “La Venus Negra”, que la llamará el escritor, es una mulata con la que mantendrá la más tortuosa de sus relaciones sentimentales, prolongada prácticamente hasta el fin de sus días y simultaneada con las demás. Nada que ver la destructiva pasión de Jeanne con los armónicos amores que le inspirará otra actriz, Marie Daubrun. De esta última quedará prendado en el escenario del teatro de la Port de Saint-Martin. Ella será la musa de poemas como “Invitación al viaje” y “Canto de otoño”.

Será en sus días de despreocupado heredero, mientras se entrega a cuantos desenfrenos ofrece la vida parisina, cuando conozca a Théophile Gautier, el escritor que más admiró. A la sazón, Charles Baudelaire es un dandi. Con la misma aplicación que pone al emborracharse, al fumar hachís y al ingerir opio, se pasea por los Campos Elíseos con el pelo teñido de verde. Habida cuenta de la manera en que dilapida su herencia, en 1844 su familia entablará un proceso judicial para hacerse cargo del dinero.

"Ya en la calle la primera edición de Las flores del mal, lo tratado en los poemas deberá definirse como el retrato de los diversos estados anímicos que llevaron al poeta a una desesperada angustia"

La historia que está escribiendo —la historia al margen de esos poetas cursis, con sordina, de sentimentalismo fácil— a veces le recordará como una parodia del héroe romántico. En 1848, el mismo año que aparecerán las primeras traducciones de Poe —será un proverbial traductor al francés del estadounidense— participará en el conato de revolución estallado entre el 22 y el 25 de febrero: en las barricadas exhortará a sus camaradas a matar a su padrastro. Pero finalmente, otra de sus muchas oscilaciones, la habida entre el dandismo y el socialismo, acabará con el triunfo del Baudelaire dandi.

Ya en la calle la primera edición de Las flores del mal, lo tratado en los poemas deberá definirse como el retrato de los diversos estados anímicos que llevaron al poeta a una desesperada angustia, de la que buscó en vano consuelo en el alcohol y las drogas. Pero la conmoción que el libro causa entre los bien pensantes hará que Le Figaro pida su condena por su “realismo”. Será el mismo fiscal que condenará a Flaubert, por escribir una inmoralidad como Madame Bovary, también de 1857, quien convenza ahora al tribunal para la supresión de seis poemas de Las flores del mal y la imposición de sendas multas al autor y al editor. Entretanto, la situación económica del poeta será cada vez más difícil. Las deudas sucederán a los desastres.

"Mientras se encuentra en Bélgica pronunciando una conferencia, Charles-Pierre Baudelaire sufrirá una parálisis acompañada de una fuerte afasia"

Volviendo a Las flores del mal, cinco años después de su primera edición, Mallarmé y Verlaine comienzan a reconocer en Baudelaire a uno de sus maestros. En efecto, Baudelaire será el ejemplo meridiano de la pauta marcada por Verlaine en Los poetas malditos (1884). Aunque el bueno de Prosper Mérimée tendrá a bien calificar Las flores… de “libro muy mediocre, nada peligroso, en el que se encuentran algunos destellos de poesía de la misma clase de los que pueden encontrarse en un muchacho que no conoce la vida y está cansado de ella porque una modistilla lo ha traicionado”, lo cierto es que Baudelaire marca el camino a la práctica totalidad de la poesía del siglo XX. Hasta los poemas en prosa escritos por Luis Cernuda en Ocnos (1942) parecen tener su origen en los reunidos por el francés bajo el epígrafe de El Spleen de París (1855-1864).

En 1866, una nueva edición de Las flores… llegará a las librerías. Meses después, mientras se encuentra en Bélgica pronunciando una conferencia, Charles-Pierre Baudelaire sufrirá una parálisis acompañada de una fuerte afasia. Su madre hará que le lleven de nuevo a París. El patriarca de los poetas malditos morirá en la misma ciudad que le viera nacer el 31 de agosto de 1867, después de haber sufrido una larga y dolorosa agonía y de haber perdido el habla, pero no la lucidez, durante sus últimos días.

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