El editor seductor

Sadek, con una visión capaz de conciliar tecnología y cultura, plantea una hipótesis que no podemos ignorar: el conocimiento, otrora un tesoro que acumulábamos con celo en nuestros cerebros y estanterías, se está transformando en un río que fluye sin cesar. Heráclito lo expresó con dos palabras: panta rei (“todo fluye”). La idea está basada... Leer más La entrada El editor seductor aparece primero en Zenda.

Mar 10, 2025 - 03:50
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El editor seductor

Hace algunos días, navegando por LinkedIn, me topé con un interesante vídeo publicado en el perfil de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que en pocos minutos recogía las opiniones de varios profesionales expertos de la industria editorial respecto a los desafíos más relevantes que enfrenta el sector. Las palabras de Nadim Sadek, fundador de Shimmr AI, me dieron qué pensar: “Estamos entrando en una época en la que la gente transmite información, conocimientos y pensamientos en lugar de almacenar información”.

Sadek, con una visión capaz de conciliar tecnología y cultura, plantea una hipótesis que no podemos ignorar: el conocimiento, otrora un tesoro que acumulábamos con celo en nuestros cerebros y estanterías, se está transformando en un río que fluye sin cesar. Heráclito lo expresó con dos palabras: panta rei (“todo fluye”). La idea está basada en su filosofía del cambio constante. Un fragmento del sabio de Éfeso comúnmente asociado a esto es: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos]” (Fragmento 49a, según la numeración de Diels-Kranz). Sadek, desde una perspectiva contemporánea que pone el foco en la conducta cognitiva cultural, viene a decirnos que el conocimiento —como el río del presocrático— pasa tan rápido que no llega a tener una entidad propia y permanente: “Creo que va a haber cada vez menos retención de conocimientos e información en las personas”, añade, y aunque su diagnóstico podría sonar desolador, lo que sigue es un desafío que enciende mi espíritu editorial: “El mayor desafío es seguir dando vida a los libros y ser realmente seductores del interés de la gente”. ¿Cómo, me pregunto, podemos lograrlo en un mundo donde la memoria parece ceder su trono a la inmediatez?

La erosión de la memoria y el auge de lo efímero

Vivimos en un tiempo extraño, un tiempo en el que la información nos rodea como el smog urbano, pero no somos capaces de retenerla. Recuerdo mis años de estudiante, cuando me pasaba noches enteras subrayando párrafos de La peste, de Camus, y de algunos evangelios gnósticos, convencido de que cada línea debía grabarse en mi mente para formar parte de quien era. Hoy, en cambio, miro a mi sobrino de diecisiete años, que con un movimiento rápido de dedos encuentra en segundos una cita de Sartre en su teléfono, la lee, la comparte en una red social y, al instante siguiente, pasa a un vídeo de maquillaje masculino. No lo culpo; es hijo de su tiempo, un tiempo en el que, como señala Sadek, la retención cede paso a la transmisión.

"Consumimos un promedio de 34 gigabytes de datos diarios, una cifra que habría mareado a los bibliotecarios de Alejandría"

Esta transformación no es nueva en su esencia. Ya en 1995, Nicholas Negroponte, en su profético libro Ser digital, advertía sobre un futuro donde la información digitalizada alteraría nuestra relación con el conocimiento: “La información ya no es un recurso escaso; lo que escasea es la atención humana”. Su predicción se ha cumplido con creces. En la actualidad, según un estudio de la Universidad de California, consumimos un promedio de 34 gigabytes de datos diarios, una cifra que habría mareado a los bibliotecarios de Alejandría. Sin embargo, ¿cuánto de eso retenemos? Parece ser que apenas nada.

Pero este fenómeno no es solo una cuestión de tecnología; es también una mutación cultural. Umberto Eco, en su ensayo De la estupidez a la locura, lamentaba cómo la abundancia de información estaba erosionando nuestra capacidad de discernir: “El drama de Internet es que ha promovido al idiota del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Eco nos alertaba sobre un mundo donde la transmisión instantánea reemplaza la reflexión pausada. Y aquí radica el primer gran reto editorial: si el conocimiento ya no se retiene, ¿cómo hacemos que los libros, esos artefactos de la permanencia, sigan siendo relevantes?

El desafío de la seducción

Sadek no se queda en el diagnóstico; nos lanza un guante: los libros deben seducir. La palabra me intriga, porque encierra una promesa y un arte. Seducir no es solo captar la atención; es encender el deseo, provocar un anhelo que trascienda la fugacidad del momento. El diseño de la portada, la tipografía, la evocación del título y el subtítulo, así como las leyendas de reclamo que se añaden en las fajas comerciales, los colores, el texto trasero de la sinopsis, el tema que se presenta o el concepto que contienen sus páginas… Un libro no solo me informa: me atrae, me conquista. Y esa, creo, es la clave: los libros deben ser amantes, no solo maestros.

Frente a esta cultura de la transmisión fugaz, el libro impreso ofrece una experiencia fundamentalmente distinta. No se trata de una diferencia meramente nostálgica o fetichista, sino de naturaleza cognitiva y sensorial.

"La materialidad del libro impreso nos proporciona un anclaje físico para el pensamiento"

La materialidad del libro impreso nos proporciona un anclaje físico para el pensamiento. Su presencia en nuestras estanterías no es un simple almacenamiento; es un mapa visible de nuestro recorrido intelectual, un recordatorio constante de las ideas que han definido nuestro ser. La disposición espacial de nuestra biblioteca constituye en sí misma una forma de conocimiento, una cartografía de nuestras inquietudes e intereses.

Este anclaje físico se traduce también en una experiencia de lectura distintiva. El neurocientífico Stanislas Dehaene ha documentado cómo la lectura en papel favorece una comprensión más profunda y una mejor retención que la lectura en pantallas o la escucha de archivos sonoros. No es una cuestión de preferencia generacional, sino de cómo nuestro cerebro procesa la información en diferentes soportes.

La limitación física del libro, lejos de ser una desventaja, constituye una de sus mayores fortalezas. Al contener un número definido de páginas, nos invita a una inmersión completa, a un diálogo concentrado con un solo autor, con una sola obra. Esta atención focalizada contrasta con la dispersión inherente a muchas de nuestras experiencias digitales, donde las notificaciones, los enlaces y la multiplicidad de estímulos compiten constantemente por nuestra atención.

"La lectura no es un acto pasivo de recepción, sino un diálogo activo, una experiencia mayéutica"

Cuando Sadek nos invita a “ser realmente seductores del interés de la gente”, nos plantea un desafío que va más allá de las estrategias comerciales. La seducción, en su sentido más profundo, implica despertar el deseo por algo que quizás no sabíamos que necesitábamos.

Toni Morrison, en Beloved, escribió que “las definiciones pertenecen a los definidores, no a los definidos”. Esta idea resulta especialmente pertinente cuando pensamos en la relación entre el libro y el lector. La lectura no es un acto pasivo de recepción, sino un diálogo activo, una experiencia mayéutica, donde el lector participa en la construcción del significado. Este diálogo, esta cocreación, constituye una de las experiencias intelectuales más enriquecedoras que podemos ofrecer.

En Shimmr AI, la empresa de Sadek, se investiga cómo la inteligencia artificial puede ayudar a identificar la “huella única” de cada libro —su ADN literario— para conectarlo con los lectores que podrían encontrarlo significativo. Esta aproximación, lejos de contradecir la defensa del libro impreso, puede entenderse como un puente entre dos mundos que a menudo se presentan como antagónicos.

"El desafío no es elegir entre lo digital y lo impreso, sino comprender cómo ambos pueden coexistir de manera significativa"

La tecnología, en este sentido, no es enemiga del libro impreso, sino una potencial aliada para amplificar su alcance. La clave está en utilizarla para facilitar el encuentro, no para sustituir la experiencia. Como señaló el filósofo Bernard Stiegler, la tecnología no es lo opuesto a la humanidad, sino su extensión. El desafío no es elegir entre lo digital y lo impreso, sino comprender cómo ambos pueden coexistir de manera significativa.

Sin embargo, no todos comparten este optimismo. Éric Sadin, en La inteligencia artificial o el desafío del siglo, advierte sobre un “antihumanismo radical” donde los algoritmos podrían reemplazar la experiencia humana de leer y crear. “La digitalización de las conciencias”, escribe, “nos aleja de lo real”. Sadin apunta algo muy importante en los tiempos que corren: si dejamos que las máquinas decidan qué leemos, ¿no perdemos algo esencialmente humano? Recuerdo una tertulia hace unos días con un colega en una pequeña tasca, donde él defendía apasionadamente que ningún algoritmo podría jamás replicar el placer de hojear un libro al azar y encontrar una frase que te deje tocado toda la tarde. Yo asentí.

Los pasos del editor en la danza de lo efímero

Como editor, mi trabajo siempre ha sido un acto de fe: creer que una historia, una voz, merece ser escuchada. Pero en esta era del conocimiento efímero, esa fe debe ir acompañada de una nueva astucia. Si los lectores ya no retienen, debemos hacer que deseen volver. Pienso en nuestra última publicación, un ensayo que combina mitología y literatura comparadas basado en el arquetipo de Lilith, la primera mujer de Adán. No fue suficiente con imprimirlo en papel de calidad y diseñar una portada evocadora; tuvimos que tejer una estrategia para que su mensaje llegara a quienes ni siquiera sabían que lo necesitaban. Publicamos fragmentos en redes sociales, hemos organizado presentaciones, tertulias y encuentros con la autora (Goly Eetessam Párraga) en varias ciudades de España y, sí, experimentamos con herramientas digitales para identificar a lectores potenciales. Está funcionando muy bien y en menos de un año hemos tenido que lanzar la segunda edición.

Esto me lleva a una reflexión de Marshall McLuhan, quien en Comprender los medios de comunicación afirmó: “El medio es el mensaje”. En nuestro caso, el medio ha cambiado, y con él, el mensaje debe adaptarse. Debemos entender que la seducción ahora ocurre en múltiples planos donde la energía material, intelectual y gráfica del libro puede llevarlo a un nuevo lector. Yo añadiría a esas “energías” del libro una cuarta que el editor debe conocer y comprender a pesar de su complejidad inherente: la energía digital.

El valor de la biblioteca personal

Entonces, ¿cómo seguimos dando vida a los libros? Creo que la respuesta está en una paradoja: debemos ser fieles a la esencia del libro mientras abrazamos la fluidez del presente. Recuerdo una conversación con Ginés Liébana, un gran artista y un amigo íntimo, que llenaba su casa de libros y que, a sus cien años, me dijo en la cocina de su casa: “Un libro no termina cuando lo lees; sigue viviendo en ti”. En un mundo donde la retención disminuye, los libros deben convertirse en experiencias que perduren, no por su contenido memorizado, sino por las emociones que despiertan y por la huella —tanto intelectual como sensorial y, ¿por qué no? digital— que generan y propagan.

"Los libros que leemos conforman una narrativa personal, un hilo conductor que nos ayuda a dar sentido a nuestra experiencia del mundo"

La biblioteca personal, física o digital, constituye un proyecto intelectual a lo largo de la vida. No es un simple almacén de información, sino un espacio de diálogo continuo entre diferentes autores, épocas, perspectivas y etapas de nuestra vida. Cada libro que añadimos a nuestra biblioteca establece conexiones con los anteriores, creando una red de significados que se enriquece con el tiempo.

En un mundo donde la información se presenta cada vez más fragmentada y descontextualizada, la biblioteca ofrece un espacio de coherencia y continuidad. Los libros que leemos conforman una narrativa personal, un hilo conductor que nos ayuda a dar sentido a nuestra experiencia del mundo. Sin embargo, los espacios domésticos son cada vez más pequeños, el mobiliario tiende a ser más funcional y minimalista, y cada vez es más difícil encontrar casas con espacio suficiente para instalar una biblioteca con una amplitud significativa. Se hace necesario entender el concepto de biblioteca personal en un mercado donde los lectores están normalizando la adquisición de literatura digital en índices cada vez más próximos a los del libro impreso. La biblioteca personal de la que hablo no solo está compuesta de estanterías, sino también de aplicaciones y registros digitales.

La permanencia como valor

El diagnóstico de Sadek sobre la disminución de la retención no debería interpretarse como una sentencia negativa, sino como una descripción de un cambio cultural que plantea nuevos desafíos y oportunidades. No se trata de resistirse nostálgicamente a este cambio, sino de entender qué valores del libro impreso merecen ser preservados y potenciados en este nuevo contexto.

"El libro impreso, con su presencia silenciosa, sigue siendo uno de nuestros mejores aliados en esta búsqueda"

Uno de estos valores fundamentales es la permanencia. En un entorno donde la mayoría de nuestros intercambios digitales están diseñados para la fugacidad, el libro ofrece una experiencia de continuidad. Esta dimensión temporal de la lectura, esta posibilidad de volver una y otra vez al mismo texto para descubrir nuevos significados, constituye una de las experiencias más valiosas que podemos ofrecer en un mundo dominado por la novedad constante.

En un entorno donde muchas de nuestras interacciones se han vuelto superficiales y automatizadas, necesitamos más que nunca experiencias que nos inviten a la profundidad, al cuestionamiento, a la transformación personal. El libro impreso, con su presencia silenciosa, sigue siendo uno de nuestros mejores aliados en esta búsqueda.

La seducción es cosa de dos

La seducción, como sugiere Sadek, es un arte fundamental para el futuro del libro. Pero esta seducción no debe entenderse como una simple técnica de marketing, sino como una invitación al diálogo, al descubrimiento, a la construcción compartida de significado.

En este sentido, la seducción es recíproca. El libro nos atrae, nos invita a adentrarnos en sus páginas, pero al mismo tiempo nosotros, como lectores, le otorgamos vida al interpretarlo, al cuestionarlo, al relacionarlo con nuestras propias experiencias. Este diálogo, esta colaboración entre el autor y el lector, mediada por el objeto —físico o digital— del libro, constituye una de las relaciones intelectuales más ricas que podemos experimentar.

En un mundo caracterizado por la transmisión fugaz, donde la información pasa a través de nosotros sin dejar apenas huella, el libro impreso nos ofrece la posibilidad de detenernos, de profundizar, de establecer una relación duradera con las ideas. No porque se oponga a la cultura digital, sino porque la complementa ofreciendo lo que esta, por su propia naturaleza, no puede proporcionar: un espacio de concentración, de reflexión, de diálogo prolongado. Teniendo en cuenta la tendencia al alza (lenta, pero constante) del consumo de literatura en formatos digitales, los editores y los distribuidores de contenidos tenemos que plantearnos seriamente de qué manera podemos trasladar los valores del libro impreso al libro digital, más allá de un conjunto de bits descargable o consumible vía streaming.

"Los editores, como mediadores entre los autores y los lectores, tenemos la responsabilidad de preservar y potenciar los valores del libro impreso"

Los editores, como mediadores entre los autores y los lectores, tenemos la responsabilidad de preservar y potenciar los valores del libro impreso. No desde una posición de resistencia a los cambios tecnológicos y culturales, sino desde la comprensión de que el libro impreso, precisamente por su diferencia con respecto a las experiencias digitales, sigue teniendo un papel fundamental en nuestra ecología cognitiva.

El desafío, como señala Sadek, es “seguir dando vida a los libros” en este nuevo contexto. No se trata de competir con la inmediatez digital en su propio terreno, sino de ofrecer una experiencia complementaria y necesaria: la posibilidad de establecer una relación duradera y transformadora con las ideas en un mundo donde todo parece diseñado para ser consumido y olvidado.

Paquita, mi gata siamesa, ha dado un salto y se acaba de poner delante de la pantalla del ordenador donde redacto estas líneas. Con un sutil ronroneo se acuesta sobre el teclado y me mira con sus grandes ojos azules. Me pregunto qué tendrán los gatos para engatusar como lo hacen, o lo que es lo mismo, para seducir de una forma tan natural e implacable.

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