Odiar a la madre
Un secreto que ha dejado de serlo fuera de las fronteras de Costa Rica con base en una obra sólida, singular y compleja, que mezcla lo reflexivo con la sátira, la erudición y la catarsis. Cruz de olvido (Veintisiete Letras, 2008) —escrita durante los cinco años que vivió en París— es una obra magistral y,... Leer más La entrada Odiar a la madre aparece primero en Zenda.

Carlos Cortés es tal vez el más internacional de los autores costarricenses en la actualidad. Se trata de un prolífico narrador, ensayista, poeta y periodista, cuya obra ha sido publicada en Centroamérica, México y España. En 2011, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara lo escogió como parte del proyecto “Los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina”.
La frase de inicio de Cruz de olvido es memorable: “En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang”. A pesar de que la literatura costarricense es la única de Centroamérica que no está marcada por los movimientos armados y guerrilleros o pasados militaristas, el propósito de ese libro es desmontar el mito de la “Suiza centroamericana”: la violencia costarricense es de una dimensión distinta.
Este multipremiado autor fue además finalista del Premio de Novela Rómulo Gallegos por la obra que nos compete: Larga noche hacia mi madre, publicada por Alfaguara en 2013, y ahora rescatada de manos de Editorial Pre-Textos. A diferencia de afectadas historias que pretenden deslumbrar con atrevimientos seudo innovadores en función de lo que pide el mercado, Carlos Cortés, a sottovoce, se ubica en la vanguardia hispanoamericana al indagar con hondura en los sentimientos que afloran a partir de una familia disfuncional, una infancia cargada de auténticas tragedias y, como señala la contratapa de la edición de Pre-Textos: “las posibilidades de escribir lo indecible entre una madre y un hijo”.
Esta es una novela intimista que tiene resonancia en un clásico de la literatura costarricense, La ruta de su evasión (1949) en la que su autora, Yolanda Oreamuno, despliega algunas técnicas narrativas sofisticadas (monólogo interior; flujo de conciencia; fragmentación del tiempo) y se la considera precursora de los escritores del boom latinoamericano. Oreamuno fue una escritora avanzada para su época así como Cortés lo ha sido para la suya al sumergirse en el universo interior de los personajes: abordar traumas familiares que devienen en fantasmas.
Dos acontecimientos plasmados en Larga noche hacia mi madre han signado casi toda la obra narrativa de Carlos Cortés: el hecho de haber nacido hijo póstumo por el asesinato a balazos de su padre deportista cuando su madre —Odilie en la novela— lo había llevado solo cinco meses en el vientre; y en segundo lugar, la pérdida de la cordura de esa madre. De estos dos ejes temáticos se aleja, como una excepción, su novela El año de la ira (Alfagura, 2020). Como afirmó el autor a este reseñista en una entrevista publicada por Prodavinci:
—Para mí el sentido de la escritura —no me atrevería a decir de la literatura— es profundizar en las obsesiones humanas y la mejor manera que tengo es husmear en mi propia basura… No tengo talento para salirme de mi propio lodo.
Larga noche hacia mi madre es una obra de ficción o, más precisamente, de autoficción. El nombre del personaje central de la novela es José Enrique Expósito, hijo de Enrique Expósito (personaje inspirado en el padre del autor, Eddy Cortés). José Enrique nos dice además que heredó el desasosiego metafísico de su abuelo, por si fuera poco el infortunio de nacer huérfano y de padecer el extravío mental de la madre en su niñez. Una madre que ya padecía de párkinson cuando va a buscar al hijo de ocho o nueve años al colegio y se aparece a deshoras vestida de bata y en pantuflas. Se consuma en ese episodio el desfase esquizofrénico de quien fuese una maestra de escuela jubilada prematuramente. En ese instante José Enrique toma conciencia de su desgracia: “Ya no contaba con ella. Me di cuenta de que era huérfano de padre y de madre y empecé a odiarla”.
Es así como la novela se concentra más que todo en la madre con su cualidad abismal atribuida a la noche. La muerte del padre no es que sea secundaria en esta obra, sino que está presente de manera oblicua. La familia conforma un espejo partido en muchos pedazos. La escritura es fragmentaria, como la vida misma. Aunque predomina la narración en primera persona, la construcción narrativa acude a varias voces —en un capítulo asume la de los pensamientos de la madre— y formas como la epistolar. Todas estas voces se alternan con esa primera persona que cuenta la vida de una familia que habita varias casas pero, por sobre todo, la que llama la casa maldita de La Sabana.
Una casa que es un mundo de sombras en el que pernoctan un abanico de tías que van cayendo bajo el embrujo del Alzheimer o la diabetes; tíos plagados de manías que mueren del corazón; y Johnny, su hermano inestable y alcohólico, que a una temprana edad sufre una aneurisma y muere de cáncer gástrico. Una familia que también padece del mal de la indecisión y trata de ocultar verdades; como la de un medio hermano de José Enrique y los documentos judiciales relativos al asesinato del padre, campeón de judo. La escritura intimista de Cortés no tiene temor a desnudar la poliédrica vida familiar, que solo da una tegua al lector cuando traza los entrañables perfiles de los abuelos, a quienes adoraba. En la antes referida entrevista agrega:
—Yo no he querido inventar un pueblo o una ciudad, como en la narrativa latinoamericana épica, pero sí un cierto estado del alma, que tiene que ver con la pátina de humedad y moho a través de la cual se percibe el personaje de la madre y la fantasmagoría en la que vive.
La escritura impacta desde las dos primeras líneas del primer párrafo: “Mi madre no quiso ser otra cosa en la vida que una buena mujer. Yo la odiaba y no sé si aún la odio. Odiaba odiarla y odiaba saber que la odiaba”. A partir de allí el autor nos lleva a lo largo de 23 capítulos —cada uno con su título— signados por una prosa que atina a crear una atmósfera sofocante que retrata con virtud las bajezas de la condición humana.
El lector, de manera inconsciente e irremediable, hilvana los fragmentos del rompecabezas familiar. La lectura deviene en un viaje hacia el epicentro de una desquiciada familia de clase a media venida a menos por sus desgracias y malas decisiones económicas. Algunas escenas, como la de una avioneta que se estrella contra la casa y dejan los restos intactos para que los niños jueguen a rescatar los cadáveres calcinados, bordean el surrealismo.
La familia, a fin de cuentas, se ve forzada a recluir a Odilie (o simplemente “Lilly”) en Chapuí, el conocido hospital psiquiátrico de San José —estrena su ingreso con terapias de electroshock—, lugar en el que permanecería diez años hasta su muerte. A lo largo de los capítulos aparece el psiquiátrico como eje gravitacional de una historia que sostiene satélites a su alrededor. Ante este estado de vida psicótico hay que colmarse de paciencia. Como le dice su tía preferida: “Paciencia, piojo, que la noche es larga”.
La noche es larga hacia la muerte. José Enrique, periodista, se ve forzado a regresar de París. Al momento en que el médico del Seguro Social le comunica que su madre morirá conecta con el epígrafe de Camus escogido por el narrador sobre el hecho de no lamentarse o ser indiferente a la muerte de la madre. En esos días finales, como ruido de fondo de la novela, Centroamérica se ve sacudida por el huracán César. Una vez que llega al lecho de muerte, se da cuenta de que no tiene nada que decirle a su progenitora. Los fuerte vientos que azotan al país son como fantasmas feroces que no abandonan al personaje. Como dice el narrador en la novela: “La vida es una sucesión de pequeñas catástrofes”.
—————————————
Autor: Carlos Cortés. Título: Larga noche hacia mi madre. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todos tus libros.
La entrada Odiar a la madre aparece primero en Zenda.