La vida de una doctora rural en el siglo XXI: cuando recuperar los vínculos con la comunidad es la clave del éxito
La escritora británica Polly Morland documenta el día a día de una médica de hoy en un libro que reivindica el valor de la Atención Primaria y la Medicina Familiar El último Rincón de pensar - Margaret MacMillan, historiadora: “Trump aún no es un dictador en toda regla, pero sus instintos van en esa dirección” Es una mujer de mediana edad que se levanta cada mañana a las seis. Tras completar las rutinas habituales –higiene, un poco de ejercicio, noticias, el desayuno para los niños–, a las ocho menos veinte monta en su bicicleta rumbo al consultorio. Una vez allí, empieza la jornada con una breve reunión con el equipo y un repaso al correo y a la agenda para preparar las visitas. A las nueve, se abre la consulta. Ahora sí, enfundada en su bata blanca, se convierte en la doctora del valle. La escritora y documentalista británica Polly Morland decidió escribir sobre la vida de una doctora rural de hoy tras leer, fascinada, Un hombre afortunado (1957), donde John Berger dio cuenta de la rutina de un médico de campo que atendía esa misma zona, solo que más de un siglo atrás. Cuando contactó con la médica, a quien mantiene en el anonimato, descubrió que ese libro también había sido determinante para ella al decidir encauzar su vocación hacia ese entorno un tanto aislado, rodeado de bosques. Unidas por el proyecto, surgió una amistad entre ambas mujeres a medida que la autora la acompañaba durante una larga temporada en su día a día, para documentar su rutina en la consulta y los domicilios, indagar en la relación con los pacientes y, en conjunto, en cómo se ejerce la medicina en un pueblo pequeño y cómo vive ella –una mujer que se puede considerar “moderna”, profesional cualificada, con familia propia– en un lugar del que tantos de sus pares se marchan. El resultado es Una mujer afortunada (2022; Errata naturae, 2024, trad. Vanesa García Cazorla), una obra entre las memorias y la crónica que invita a reflexionar sobre el significado de ser médico en el siglo XXI. La Atención Primaria, un servicio esencial en crisis Hace años, una amiga que estudiaba Medicina me dijo que quería ejercer como médica de cabecera en un centro de atención primaria. “Entonces no creas que ganarás mucho más que una enfermera”, le afearon sus padres, pero ella nunca quiso ser médico por el dinero. Si bien la profesión del médico, en general, tiene prestigio, hay especialidades que atesoran una mayor reputación (y salarios), como la neurología o algunas cirugías, mientras que otras áreas se encuentran infravaloradas pese a atender a un gran número de pacientes. En España, los recortes han hecho mella en la Atención Primaria, con el consiguiente aumento de los problemas de estrés laboral entre sus facultativos. Pese a que la Organización Mundial de la Salud ha señalado la importancia de reforzar la primera línea de la atención sanitaria, algo que durante la pandemia por COVID se puso de relieve, en la práctica los médicos de esta especialidad se enfrentan a numerosas dificultades, sobre todo cuando están lejos de las grandes ciudades. La localización del centro en zonas mal comunicadas no solo perjudica a los pacientes –que deben ser derivados a centros lejanos, lo que puede retrasar el tratamiento y, en ciertos casos, complicar que puedan compaginar la asistencia sanitaria con sus quehaceres–, sino al propio doctor, que tiene menos oportunidades salariales y de crecimiento profesional, además de contratos de baja duración, recursos sanitarios insuficientes y un ratio de pacientes por médico cada vez mayor, tanto por la reducción del presupuesto como por el envejecimiento de la población. Y, no menos importante, la conciliación personal. En España, en 2024 quedaron 246 plazas de medicina familiar sin cubrir tras una convocatoria extraordinaria, el doble que en 2023, lo que dio entrada a médicos extracomunitarios. En una sociedad en la que prima la inmediatez y el éxito se mide por las ganancias económicas, elegir la Atención Primaria implica el esfuerzo adicional de ir a contracorriente, un sacrificio por el que no recibirá agradecimiento alguno, como el ciudadano que decide reducir su consumo o apostar por la sostenibilidad a pesar de que el sistema lo ahoga a todas horas con el mensaje contrario. Escoger la medicina familiar, aún más en regiones semideshabitadas, significa elegir lo pequeño frente al crecimiento ilimitado, renunciar a la máxima categoría profesional, al trabajo con equipos grandes y medios más modernos, y a las comodidades que ofrecen los lugares urbanos. Recuperar la figura del médico de familia Esos argumentos disuaden a muchos, pero no a todos. La doctora que protagoniza Una mujer afortunada, que decidió su camino a conciencia, ilustra los incentivos que se pueden encontrar allí. Eso sí, no se miden en términos cuantitativos: en lo médico, está el contacto más cercano con el paciente, que permite hacer un se

La escritora británica Polly Morland documenta el día a día de una médica de hoy en un libro que reivindica el valor de la Atención Primaria y la Medicina Familiar
El último Rincón de pensar - Margaret MacMillan, historiadora: “Trump aún no es un dictador en toda regla, pero sus instintos van en esa dirección”
Es una mujer de mediana edad que se levanta cada mañana a las seis. Tras completar las rutinas habituales –higiene, un poco de ejercicio, noticias, el desayuno para los niños–, a las ocho menos veinte monta en su bicicleta rumbo al consultorio. Una vez allí, empieza la jornada con una breve reunión con el equipo y un repaso al correo y a la agenda para preparar las visitas. A las nueve, se abre la consulta. Ahora sí, enfundada en su bata blanca, se convierte en la doctora del valle.
La escritora y documentalista británica Polly Morland decidió escribir sobre la vida de una doctora rural de hoy tras leer, fascinada, Un hombre afortunado (1957), donde John Berger dio cuenta de la rutina de un médico de campo que atendía esa misma zona, solo que más de un siglo atrás. Cuando contactó con la médica, a quien mantiene en el anonimato, descubrió que ese libro también había sido determinante para ella al decidir encauzar su vocación hacia ese entorno un tanto aislado, rodeado de bosques.
Unidas por el proyecto, surgió una amistad entre ambas mujeres a medida que la autora la acompañaba durante una larga temporada en su día a día, para documentar su rutina en la consulta y los domicilios, indagar en la relación con los pacientes y, en conjunto, en cómo se ejerce la medicina en un pueblo pequeño y cómo vive ella –una mujer que se puede considerar “moderna”, profesional cualificada, con familia propia– en un lugar del que tantos de sus pares se marchan. El resultado es Una mujer afortunada (2022; Errata naturae, 2024, trad. Vanesa García Cazorla), una obra entre las memorias y la crónica que invita a reflexionar sobre el significado de ser médico en el siglo XXI.
La Atención Primaria, un servicio esencial en crisis
Hace años, una amiga que estudiaba Medicina me dijo que quería ejercer como médica de cabecera en un centro de atención primaria. “Entonces no creas que ganarás mucho más que una enfermera”, le afearon sus padres, pero ella nunca quiso ser médico por el dinero. Si bien la profesión del médico, en general, tiene prestigio, hay especialidades que atesoran una mayor reputación (y salarios), como la neurología o algunas cirugías, mientras que otras áreas se encuentran infravaloradas pese a atender a un gran número de pacientes. En España, los recortes han hecho mella en la Atención Primaria, con el consiguiente aumento de los problemas de estrés laboral entre sus facultativos.
Pese a que la Organización Mundial de la Salud ha señalado la importancia de reforzar la primera línea de la atención sanitaria, algo que durante la pandemia por COVID se puso de relieve, en la práctica los médicos de esta especialidad se enfrentan a numerosas dificultades, sobre todo cuando están lejos de las grandes ciudades. La localización del centro en zonas mal comunicadas no solo perjudica a los pacientes –que deben ser derivados a centros lejanos, lo que puede retrasar el tratamiento y, en ciertos casos, complicar que puedan compaginar la asistencia sanitaria con sus quehaceres–, sino al propio doctor, que tiene menos oportunidades salariales y de crecimiento profesional, además de contratos de baja duración, recursos sanitarios insuficientes y un ratio de pacientes por médico cada vez mayor, tanto por la reducción del presupuesto como por el envejecimiento de la población. Y, no menos importante, la conciliación personal.
En España, en 2024 quedaron 246 plazas de medicina familiar sin cubrir tras una convocatoria extraordinaria, el doble que en 2023, lo que dio entrada a médicos extracomunitarios. En una sociedad en la que prima la inmediatez y el éxito se mide por las ganancias económicas, elegir la Atención Primaria implica el esfuerzo adicional de ir a contracorriente, un sacrificio por el que no recibirá agradecimiento alguno, como el ciudadano que decide reducir su consumo o apostar por la sostenibilidad a pesar de que el sistema lo ahoga a todas horas con el mensaje contrario. Escoger la medicina familiar, aún más en regiones semideshabitadas, significa elegir lo pequeño frente al crecimiento ilimitado, renunciar a la máxima categoría profesional, al trabajo con equipos grandes y medios más modernos, y a las comodidades que ofrecen los lugares urbanos.
Recuperar la figura del médico de familia
Esos argumentos disuaden a muchos, pero no a todos. La doctora que protagoniza Una mujer afortunada, que decidió su camino a conciencia, ilustra los incentivos que se pueden encontrar allí. Eso sí, no se miden en términos cuantitativos: en lo médico, está el contacto más cercano con el paciente, que permite hacer un seguimiento sostenido en el tiempo, además de visitas más minuciosas por el menor número de habitantes; y, en la parte personal, está comprobado que el aire libre, los desplazamientos a pie o en bicicleta y la convivencia en la comunidad promueven las relaciones sociales y un mejor estado de salud. Por encima de todo, la médica halla la plenitud en el desempeño de su profesión donde se siente arropada por los vecinos.
Los casos recogidos en el libro demuestran que estos beneficios no son palabras huecas. Los vecinos conocen a la doctora, los trata durante años a ellos y a sus familiares. Esto se traduce en un aumento de la confianza a la hora de contarle sus molestias y a las de sus allegados. A su vez, la doctora cuenta con una panorámica de la situación familiar que le permite afinar más el diagnóstico y detectar cuándo, por ejemplo, un cuadro de estrés puede derivar de la preocupación por un pariente cercano, además de tener una perspectiva más amplia y conocer de primera mano la evolución de cada cuadro clínico a lo largo del tiempo. Está segura de que “si, por encima de todo, una presta atención, no sólo se convertirá en la profesional más amable, sino en la mejor”.
Aunque el historial del paciente quede registrado en el sistema informático, la precisión de conocer la dolencia in situ no tiene traslación posible en el informe. Hay gente reacia a visitarse, por temor o dejadez; el hecho de saber quién los va a atender, de establecer una relación de confianza con el profesional, puede ponérselo más fácil. Se cuenta el caso de un hombre que accede a dejarse examinar después de que su esposa actúe como mediadora y hable con la doctora; que le ayuda a convencerlo. La médica también se implica más cuando sabe que los pacientes se enfrentan a obstáculos adicionales, como problemas de movilidad para desplazarse al hospital o concertar algunas pruebas. En este sentido, la comunicación con los centros hospitalarios es esencial para informar a sus colegas, estar al tanto de los avances del paciente, atenderlo a su regreso y explicar a su familia cómo proceder para cuidarlo.
La prevención, el lado invisible de la Sanidad Pública
Se suele argumentar que, con unos planes de prevención adecuados, se podrían evitar muchas afecciones y muertes, o, al menos, reducir su tratamiento (con el consiguiente ahorro en costes) al detectarlas en fases tempranas. Los profesionales de la salud suelen pedir más inversión a este respecto, y una parte sin duda significativa debe ir orientada al trabajo en la Atención Primaria, donde se realiza el primer cribado. Es fundamental realizar pruebas, determinar quiénes pueden ser susceptibles de requerir un estudio. En el caso de una mujer que afronta un embarazo de riesgo tras varios abortos, por ejemplo, la médica sabe que debe actuar con cautela, además de utilizar el léxico adecuado para dirigirse a ella con tacto, consciente de su historial, pero sin adornar la realidad.
“Cuando se ejerce en una rama de la medicina en la que el éxito se mide tan a menudo por una ausencia –el derrame cerebral que nunca se produjo, el infarto que no tuvo lugar, los riñones que no dejaron de funcionar– es fácil que la gente olvide que su trabajo salva vidas”. En efecto, en la cultura del espectáculo y el sensacionalismo, la prevención no luce tanto como curar un virus exótico o realizar una operación pionera, pero su impacto en la salud puede beneficiar a un gran número de habitantes. Junto a la doctora, tienen un papel clave la enfermera y el resto del personal del centro, todos bien coordinados; el trabajo en equipo es otra reivindicación de la protagonista.
La investigación, acorde con los tiempos, se ocupa asimismo de la salud mental, cuyos diagnósticos van en aumento. Los cuadros por ansiedad o depresión crecen a medida que aumentan las cargas y el estrés laboral, tal como constata la médica en su día a día. Y está el asunto del suicidio: “Los médicos queremos ser útiles […] Por lo general, incluso cuando alguien está agonizando, puedo hacer que ese camino sea un poco más fácil. No hay nada como el fracaso frente a un suicidio, ¿no crees? Es un fracaso rotundo”. Para combatirlo, se habla de nuevos estudios y planes de prevención. Es imprescindible que las autoridades implementen medidas y que los médicos estén receptivos a introducir los cambios pertinentes en el enfoque de estos problemas.
Saber escuchar y acompañar
Hay habilidades que no se aprenden hincando codos en la biblioteca ni en las prácticas en el laboratorio: “No todo son heroicidades. Ha llegado a comprender que gran parte de su tarea se desarrolla en la conversación”. Disponer de tiempo para escuchar al paciente, prestarle atención, establecer contacto visual, interpretar el lenguaje no verbal, tocar, palpar. No gestionar cada visita como un mero trámite. En el caso de las visitas a domicilio, observar el hogar, la habitación, charlar con quien conviva con él, indicar lo que podría mejorarse. Y, por supuesto, saber encontrar las palabras para cada uno.
“Le enseñaron, y ella se esfuerza por no olvidarlo, que la medicina general consiste tanto en el examen clínico como en hablar con la gente y escuchar […]. En los días en que los trámites administrativos se acumulan, son esas historias las que la animan a seguir adelante”. Porque esta doctora ha aprendido a valorar la vertiente más humana del trabajo. Se siente privilegiada por acceder a la esfera privada de tanta gente, y aún más, de poder intervenir para mejorar sus vidas. En un cuaderno toma nota de las historias que más la impresionan; no serían lo bastante jugosas para una serie de televisión, quizá, pero a ella la reconcilian con la humanidad y le infunden esperanza.
La pandemia fue su etapa más difícil. Estaba el miedo de quienes trabajan en primera línea, miedo por ella pero también por su familia, de quienes tenía que distanciarse. Estaba la imposibilidad de desarrollar su actividad con normalidad, de tener que cubrirse para atender –un recuerdo doloroso fue cuando un paciente no la reconoció bajo el traje EPI–. Estaba el desconocimiento, la incertidumbre ante aquella patología, que obligaba a los médicos a mantenerse más informados que nunca de cualquier novedad, cualquier observación que hubieran hecho sus colegas. Y estaba, por supuesto, la impotencia: lo que más le dolía de la enfermedad era que “se ensaña más con la gente que no goza de una posición acomodada o con las personas mayores y vulnerables”. La conciencia de clase es otro valor de esta doctora, hija de padres trabajadores y criada en entornos rurales.
La mujer bajo la bata blanca
No hay que olvidar el lado privado: conciliar la profesión con la vida familiar es una parte necesaria del bienestar de la doctora. Porque no solo es médica: es también hija, esposa, madre, amiga, vecina. Aunque las urgencias la obliguen en ocasiones a atender a horas intempestivas, por lo general mantiene un horario regular, un orden con el que armoniza todas las esferas de su rutina. No hay que descuidar aquellas “cosas que la ayudan a recuperar el equilibrio en los momentos difíciles”, como la música, la lectura, el ejercicio, la naturaleza y el tiempo en familia.
La cercanía de la gente podría dificultar la separación de su rol como médica y su papel como una vecina más, que no ejerce las veinticuatro horas del día; el suyo es “un vínculo distinto y único, que está por definición en continuo cambio y que se basa en un delicado equilibrio entre intimidad y distancia”. En las zonas rurales se da la paradoja de que la comunidad se halla aislada con respecto a la ciudad, pero, a nivel individual, es difícil permanecer aislados los unos de los otros, pues la gente se conoce más, se muestra más abierta, abre más las puertas de sus casas. En general, respetan el espacio de la doctora; y, cuando la requieren fuera de la consulta, ella los conmina a pedir cita.
Y así transcurren los días, en una rutina que a menudo le reporta sinsabores, pero cuyos retos no se cansa de afrontar. “No se detiene demasiado en el lado oscuro de su trabajo, más bien al contrario”, y es que con los años ha aprendido a gestionar las emociones, a amar su vocación más que el primer día. El compromiso con la vida de los pacientes es la base de todo, porque “lo importante son las personas”. Una mujer afortunada es también una suerte de recorrido por la formación de un médico, de cómo superó las inseguridades de sus inicios para hallar un equilibrio que le permite dar lo mejor de sí sin renunciar a la entrega entusiasta del principiante.
A las ocho de la tarde, se cierra la consulta. La doctora, ya sin la bata, regresa a casa; el trayecto la ayuda a soltar los sinsabores de la jornada. Después a cenar, un paseo con la familia o quizá un rato de televisión, para luego retirarse al estudio (una médica no deja nunca de formarse). Antes de apagar las luces, a las once y media, procura dedicar unos minutos a la lectura. Hay tiempo para todo, cuando los horarios no asfixian, tiempo para los suyos y para sí misma; cuidar su salud también es fundamental para el bien común. Haberse criado en parajes naturales ayuda: su sintonía con el medio también es curativa.
Mañana se levantará y continuará ejerciendo desde este rincón del mundo. Sin hacer ruido, escuchando a los demás, con humildad, empatía y respeto. Su éxito radica en armonizar las diferentes áreas de su vida al tiempo que trabaja por el bien común, y además en un lugar donde la naturaleza le recuerda que somos aves de paso en este planeta. Mientras tanto, procura disfrutar del aire puro y no se cansa de aprender. Porque su vida no termina aquí. Y la del valle, tampoco.